El sol iluminaba el camino de Anya, guiándola a través de aquella imponente mansión que se alzaba como una torre de marfil. En sus brazos, envuelta en una manta tejida con hilos de esperanza y temor, yacía una pequeña bebé, y su existencia un misterio.
Anya, con su cabello como cascada de un mar de lava rojo y ojos que reflejaban la determinación de su alma, se encontraba frente a las puertas de hierro forjado.
Dimitri tenía una presencia tan imponente como la mansión misma, con ojos que parecían penetrar el alma y un aura que hablaba de poder y peligro. Vestido con elegancia, extendió su mano hacia Anya, una invitación silenciosa a entrar en su mundo.
— Estás lista para entrar en mi mundo.
— Como no estarlo, señor Dimitri.
— Deja de llamarme señor y dime Dimitri.
Dimitri condujo a Anya a través de los pasillos de la mansión, sus pasos resonando en el suelo de mármol. A medida que avanzaban, las puertas se abrían para revelar un mundo opulento: sirvientes vestidos con uniformes oscuros, rostros imperturbables y ojos que parecían haber visto demasiado.
Nadia, el ama de llaves, era una mujer de mediana edad con cabello plateado recogido en un moño apretado. Sus ojos grises escudriñaron a Anya con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
— Bienvenida a la mansión, señora Anya. —dijo con una inclinación de cabeza. — Espero que su estancia aquí sea placentera.
— Gracias, señora.
— Llámeme Nadia.
— Está bien Nadia, de nuevo gracias.
Nadia sonrió, revelando dientes perfectamente blancos.
— Dimitri no trae a cualquiera a su casa. Usted es especial.
Anya no sabía si eso era un cumplido o algo impuesto.
— ¿Y usted, señor? —preguntó, señalando al hombre alto y fornido que estaba ocupado puliendo una antigua armadura en la entrada.
— Soy el mayordomo, señora, mi lealtad es así el señor y nadie más. —Igor gruño, con sus ojos azules fríos como el hielo.
— Discúlpelo Anya, Igor siempre ha sido así.
Igor gruñó, sus ojos azules fríos como el hielo. Anya se estremeció ante la intensidad de su mirada del mayordomo.
— Entiendo…
Finalmente, llegaron a la segunda piso y se dirigieron por un pasillo, hasta llegar a una puerta de madera labrada y entraron. Allí había una chica organizando habitación, y le sonrió a Anya. La joven se quedó mirando curiosa el aspecto físico de Anya. La pobre Anya estaba apenada, tenía su cabellera roja desaliñada, pero eso no le importaba a la persona que tenía cerca a Dimitri.
— Bienvenida, señora. Si necesitas alguna ayuda, no dudes en llamarme.
Dimitri, que estaba al lado de Anya, le hace ceña que se retirará a chica.
— Bueno, todo está listo con permiso, señor Dimitri.
La chica salió de la habitación, dejando a una Anya un poco nerviosa, y en ese momento Dimitri toma a la bebé en sus brazos y la lleva a la cuna.
— Ya puedes estar tranquila, Anya, estarás bien aquí. Ahora que la bebé está durmiendo necesito hablar algo contigo.
— Está bien, señor. —él se le queda mirando y le dice.
— Llámame Dimitri, Anya.
— Discúlpame Dimitri, no me acostumbro aún.
— No te preocupes, te acostumbrarás a decírmelo. Ahora, como te dije, necesito hablar contigo.
Dimitri y Anya se encontraban en la biblioteca, rodeados de estanterías que alcanzaban el techo y un silencio que solo era interrumpido por el crujir de la madera y el susurro de las páginas. Dimitri, con su postura regia y mirada penetrante, sostuvo entre sus manos un documento.
— ¿Qué es eso que tienes ahí, Dimitri? —le dice Anya.
— Es un contrato, Anya. Un contrato que podría unir nuestras vidas y destinos para siempre.
Anya se acercó, con curiosidad brillando en sus ojos oscuros.
— De que trata ese documento Dimitri.
— ¿Un contrato de matrimonio? —
Anya se quedó quieta y sorprendida que aquel hombre que apenas conoció le ofreciera matrimonio.
— Sí, pero no es un matrimonio común Anya, este contrato lleva consigo condiciones… y poderes.
— ¿Poderes? ¿De qué tipo?
— De que sea yo el padre legítimo de Irina y tu esposo.
— Pero aún no comprendo que condiciones y que poderes pueda otorgarme.
— Todo lo que has visto hasta ahora, quiero que tú y la niña, estén protegidas. Que no necesiten nada en un futuro.
Anya tomó el contrato, sintiendo el peso en sus manos.
— ¿Y qué se espera de mí, Dimitri?
— Lealtad, valentía y, sobre todo, la voluntad de adentrarte en un mundo que pocos pueden soportar.
— Cuál mundo Dimitri, que quieres decir con ellos.
— Mi mundo no es fácil, Anya, soy un hombre poderoso. A veces tengo mi carácter. Y veces este poder puede asfixiar.