Elena se despertó al suave murmullo del océano que se filtraba por la ventana abierta de su lujoso apartamento en la costa de Malibú. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de seda, iluminando los tonos cálidos del interior decorado con gusto. Se estiró, sintiendo la suavidad de las sábanas de algodón egipcio y sonriendo al recordar la gala benéfica de la noche anterior. Era un mundo brillante y resplandeciente, lleno de risas, trajes elegantes y charlas superficiales sobre arte y dinero.
Bajó a la cocina, donde el aroma del café recién hecho la envolvió. David, su novio de tres años, ya estaba allí, revisando unos correos en su laptop. Él era el complemento perfecto para su vida: carismático, exitoso y siempre bien vestido. Sin embargo, esa mañana, algo en su mirada parecía distante.
~Buenos días, amor —saludó Elena, acercándose a él y besándolo suavemente en los labios.
—Buenos días —respondió David, sin apartar la vista de la pantalla. La familiaridad de su saludo hizo que Elena frunciera el ceño, pero decidió ignorar la sensación de inquietud que la invadía.
Mientras preparaba el desayuno, el sonido del mar continuaba siendo un eco constante en sus pensamientos. El día estaba perfectamente diseñado: una reunión con un importante coleccionista de arte por la tarde y una cena con amigos en la noche. La vida era buena, o al menos eso pensaba Elena.
—¿Tienes planes para hoy? —preguntó mientras servía los huevos revueltos.
—Sólo unas reuniones —dijo David, distraído. Su tono era cortante, como si cada palabra estuviera metida en un molde. Elena sintió una punzada de decepción. Él solía estar más presente.
A medida que avanzaba la mañana, la tensión entre ellos se hacía más palpable. David recibía mensajes en su teléfono, y cada vez que su rostro se iluminaba, Elena sentía una punzada de celos. Intentó recordarle la última vez que se había reído de verdad, pero esos momentos parecían desvanecerse en la rutina diaria.
—Voy a dar un paseo por la playa —anunció, buscando una forma de despejar su mente. El aire fresco del mar siempre la tranquilizaba.
—Está bien —respondió él, aún concentrado en su laptop.
Mientras caminaba por la orilla, las olas acariciaban sus pies. Observaba cómo los niños jugaban en la arena y las parejas caminaban de la mano. En ese momento, se sintió un poco sola. A pesar de tener todo lo que la mayoría de las personas soñaría, había una distancia creciente entre ella y David que no podía ignorar.
Al volver a casa, se encontró con David mirando su teléfono, una sonrisa tensa en su rostro. Cuando él notó su regreso, rápidamente ocultó la pantalla.
—¿Algo emocionante? —preguntó, tratando de sonar despreocupada.
—No, solo cosas del trabajo —respondió él, sin mirarla a los ojos. Elena sintió un escalofrío. Algo estaba cambiando, y ella podía sentirlo en lo más profundo.
La noche llegó con la gala benéfica en el club de yates, un evento lleno de glamour y luces brillantes. Mientras se preparaba, Elena se miró en el espejo, ajustándose el vestido de seda negro que acentuaba su figura. Quería sentirse hermosa y segura, pero una sombra de duda se instaló en su corazón.
La gala estaba en pleno apogeo cuando llegaron. Risas, brindis y charlas envolvían el aire. Sin embargo, mientras David conversaba con un grupo de hombres de negocios, Elena se sintió como una observadora en su propia vida. Las miradas furtivas y las sonrisas de los asistentes la hacían sentir como una figura en un cuadro, pero ella quería ser parte de la escena, no solo un adorno.
Cuando David se unió a ella, la química entre ellos parecía haber disminuido. Aunque sus labios sonreían, sus ojos no brillaban. Esa noche, mientras bailaban, Elena decidió que debía abordar la distancia que había crecido entre ellos. Pero antes de que pudiera hablar, su teléfono vibró con un mensaje. David se disculpó brevemente y se apartó, dejándola sola en medio de la pista de baile.
Mirando a su alrededor, Elena sintió que el peso de la noche se desmoronaba. No sabía que ese momento marcaría el comienzo de un cambio irreversible en sus vidas.