La semana posterior a su aniversario estuvo marcada por un renovado sentido de esperanza. Elena y David continuaron asistiendo a sus sesiones de terapia y exploraban nuevas formas de fortalecer su relación. Se sentían más conectados, y cada día era una nueva oportunidad para construir sobre la base que habían trabajado arduamente.
Sin embargo, como la vida suele mostrar, los desafíos no tardaron en llegar. Un día, David regresó a casa con una expresión de preocupación que hizo que el corazón de Elena se hundiera.
—¿Qué sucede? —preguntó, dejando a un lado su libro y enfocándose en él.
—Tuve una reunión hoy en el trabajo. Han decidido reducir personal, y mi departamento está en riesgo. —Su voz estaba tensa, como si cada palabra le costara.
Elena sintió un escalofrío. —¿Y qué significa eso para ti?
—No estoy seguro. Tal vez me reubiquen en otro departamento, o tal vez tenga que buscar un nuevo trabajo. —David se dejó caer en el sofá, su rostro lleno de estrés.
Elena se acercó y se sentó a su lado, tomando su mano. —¿Cómo te sientes al respecto?
—Ansioso. Mi trabajo es una parte importante de quién soy, y no puedo evitar pensar en cómo esto nos afectará. Si pierdo el trabajo, no sé cómo podremos mantener nuestro estilo de vida. —La ansiedad se reflejaba en su mirada.
Elena se sintió abrumada por la preocupación de David, pero sabía que debía ser un apoyo. —Vamos a enfrentarlo juntos. Ya hemos superado muchas cosas, y esto es solo un obstáculo más.
Durante los días siguientes, David se dedicó a buscar nuevas oportunidades, pero la presión y la incertidumbre comenzaban a afectar su estado de ánimo. Elena trató de mantener una rutina normal, pero la tensión en el aire era palpable. La ansiedad de David se convertía en su propia ansiedad, y a menudo se encontraban discutiendo por cosas pequeñas.
Una noche, después de una discusión sobre una tarea doméstica, David estalló. —No entiendo por qué no puedes ver que estoy haciendo lo mejor que puedo. ¡Todo lo que tengo en mente es el trabajo y cómo salir de esta situación!
Elena sintió que su corazón se encogía. —Lo sé, pero yo también tengo mis propias preocupaciones. No quiero que esto nos separe. Debemos apoyarnos, no atacarnos.
—No es tan simple. Necesito que entiendas por lo que estoy pasando. —David se pasó la mano por el cabello, frustrado.
En ese momento, Elena recordó las enseñanzas de la terapia: la importancia de la comunicación abierta y el respeto mutuo. —¿Te gustaría que buscáramos un grupo de apoyo específico para el estrés laboral? Tal vez hablar con otros que estén en la misma situación te ayudaría.
David se detuvo y pensó por un momento. —Podría ser útil. A veces siento que necesito desahogarme, pero no sé cómo hacerlo contigo sin que se convierta en una pelea.
Esa noche, decidieron buscar un grupo de apoyo. Encontraron uno que se reunía semanalmente en un centro comunitario. Cuando asistieron por primera vez, se sintieron un poco fuera de lugar. Sin embargo, a medida que las historias de otros resonaban en sus corazones, se dieron cuenta de que no estaban solos.
La primera reunión fue liberadora para David. Escuchar a otros hombres y mujeres hablar sobre sus luchas laborales le dio una nueva perspectiva. Al final de la sesión, se sintió aliviado y más ligero.
—Gracias por animarme a venir —le dijo a Elena cuando regresaron a casa.
—Estoy aquí para apoyarte, y quiero que sepas que esto es un esfuerzo de equipo. Juntos podemos superar cualquier cosa —respondió ella, sintiendo que su propia ansiedad se aliviaba un poco.
Con el tiempo, David comenzó a encontrar oportunidades laborales y a sentirse más confiado en su búsqueda. El grupo se convirtió en un refugio donde podía compartir sus preocupaciones sin temor a ser juzgado. Elena también se unió a un grupo de mujeres que se centraba en la autoayuda y el desarrollo personal, lo que la ayudó a ganar confianza y claridad.
Mientras ambos trabajaban en sus respectivos desafíos, también dedicaron tiempo a su relación. Comenzaron a hacer citas semanales, una forma de recordar por qué se habían enamorado en primer lugar. Desde paseos por el parque hasta noches de juegos en casa, cada momento se sentía como una pequeña victoria.
Una noche, mientras estaban en casa, David se giró hacia Elena con una mirada seria. —He estado pensando en todo lo que hemos pasado y en cómo hemos crecido juntos. Me siento afortunado de tenerte a mi lado.
Elena sonrió, sintiendo que su corazón se llenaba de amor. —También me siento afortunada. Ha sido un camino difícil, pero cada día me siento más fuerte.
Sin embargo, la presión del trabajo seguía presente, y David aún se enfrentaba a incertidumbres. Un día, recibió una oferta de trabajo que lo emocionaba, pero también venía con un cambio de ciudad. Esto significaría una mudanza, y no solo afectaría a David, sino también a Elena.
Cuando David le habló de la oferta, su corazón se hundió. —Es una gran oportunidad, pero tendría que mudarme en dos meses. ¿Qué piensas?
Elena se quedó en silencio, sintiendo que su mundo se tambaleaba. Habían estado construyendo su vida juntos, y la idea de una mudanza abrupta la llenó de ansiedad. —Es una gran oportunidad, pero… ¿qué pasaría con nosotros?
—Podríamos intentarlo a distancia. Tal vez yo pueda buscar un lugar donde vivir y luego tú te unes a mí —sugirió David, esperando que ella viera el lado positivo.
Elena se sintió atrapada. Sabía que la carrera de David era importante, pero la idea de estar separados nuevamente era aterradora. —No estoy segura de que sea lo mejor para nosotros, David. Hemos luchado tanto por reconstruir nuestra relación.
David asintió, su rostro preocupado. —Entiendo. Quiero que sepas que, sin importar lo que decidas, estoy aquí para ti. Pero esta es una oportunidad que no puedo dejar pasar.
El dilema se cernía sobre ellos. Elena se sentía dividida entre apoyar la carrera de David y proteger su propia estabilidad emocional. Sabía que debía tomar una decisión que afectaría su futuro, y esa carga pesaba en su corazón.