La lluvia caía a cántaros sobre la ciudad, creando una melodía suave que se colaba por las rendijas de la ventana. Era el tipo de lluvia que parecía no tener fin, que te arrastraba hacia adentro, hacia un mundo en el que las distancias entre las personas se volvían más grandes y los ruidos, más fuertes.
Mariana miraba por la ventana desde su pequeño departamento en el centro de la ciudad, como lo hacía todos los días, esperando que algo o alguien la sacara de su rutina monótona. Tenía veintiocho años, una vida que se podría describir como estable pero vacía, y una idea clara de lo que no quería: un amor convencional. Ya había probado el amor de libros y películas, aquel que te promete que la pasión y el destino te arrastrarán, pero nada de eso había funcionado para ella.
Lo que Mariana nunca había contado a nadie, ni siquiera a sus mejores amigos, era que en el fondo de su ser sentía una desconexión profunda con el mundo. Las relaciones, los gestos de cariño, las promesas de "para siempre", todo le resultaba falso. ¿Por qué las personas hablaban tanto sobre el amor, cuando lo único que veían a su alrededor eran promesas rotas y corazones desgarrados?
Pero algo dentro de ella seguía buscando, aunque no estaba segura de qué. Quizás solo quería ver si había algo más allá de las historias convencionales. Quizás, solo quizás, podía haber un amor distinto. Algo raro, algo que no necesitaba ser entendido