Era una tarde común, tan gris como cualquier otra en la que Mariana se encontraba atrapada en su rutina diaria. Decidió salir a caminar por el parque cercano a su departamento. Necesitaba aire fresco, algo para despejar su mente que, por algún motivo, se sentía más cargada de lo habitual.
Al llegar al parque, notó que no había mucha gente. El viento movía las hojas de los árboles, y el sonido de las gotas de lluvia contra el suelo creaba una atmósfera tranquila, casi mágica. Se detuvo en uno de los bancos, sacó un libro de su bolso y comenzó a leer sin mucha atención, su mente divagando entre las palabras.
Y entonces, lo vio. O más bien, lo sintió antes de verlo. La presencia de alguien cerca, esa sensación extraña de que alguien te observa. Mariana levantó la vista y lo vio de pie, a unos metros de distancia. Un hombre, con una mirada intensa, como si estuviera buscando algo en el aire, pero sin realmente ver nada.
Él no la miraba directamente, pero Mariana sintió que algo se había conectado. Por un momento, se sintió incómoda, pero al mismo tiempo, algo en su interior despertó, algo que no podía identificar. El hombre, al darse cuenta de que la observaba, la miró brevemente, y, sin decir una palabra, caminó hacia un árbol cercano y se sentó allí.
Mariana volvió a mirar su libro, pero las palabras ya no parecían tener sentido. El extraño, al otro lado del parque, parecía tan distante, pero al mismo tiempo, tan cercano. Algo en su postura, en su actitud, la hizo preguntarse si acaso él también sentía lo mismo.
Pero, por supuesto, no podía ser. Era solo una coincidencia, un momento de duda, de confusión. Y sin embargo, mientras el hombre permanecía allí, ella no podía evitar sentirse atraída, como si una fuerza invisible los estuviera uniendo.