Pasaron unos días, y la imagen de aquel hombre en el parque no dejaba de rondar en la cabeza de Mariana. Se preguntaba si él también sentía lo que ella había experimentado, aunque sabía que era una idea absurda. Sin embargo, algo dentro de ella deseaba verlo otra vez, no sabía bien por qué.
La siguiente semana, mientras paseaba por el mismo parque, lo vio de nuevo. Esta vez, no estaba sentado, sino caminando lentamente, como si estuviera perdido en sus pensamientos. Mariana, casi sin quererlo, comenzó a seguirlo a una distancia discreta, intrigada por la manera en que se movía, por su aura silenciosa y enigmática. ¿Quién era él? ¿Qué buscaba?
Cuando él se dio cuenta de que ella lo estaba observando, se detuvo y la miró por un instante largo. Era como si se estuviera asegurando de que no lo había confundido con alguien más. Mariana, sintiendo una extraña mezcla de incomodidad y curiosidad, se acercó a él con el corazón latiendo rápido.
“¿Te gustaría caminar conmigo?” preguntó él, con voz suave, casi como si supiera que ella había estado buscando una razón para acercarse.
Mariana, sin poder evitarlo, asintió.