Mariana y Andrés pasaban más tiempo juntos, pero cada encuentro les revelaba más sobre sí mismos. No era un amor idealizado. No se trataba de perfección. Era imperfecto, como todos los amores verdaderos, pero lo aceptaban.
Mariana comenzó a ver a Andrés de una manera diferente, a comprender sus inseguridades, sus miedos. Y, aunque había días en los que se sentía perdida, aprendió a aceptar que él no era perfecto, que ni ella lo era. Pero lo que compartían era suficiente.
En una noche tranquila, mientras caminaban por la ciudad, Andrés la miró y, por primera vez, sin reservas, le dijo: “Sé que soy complicado, pero… quiero intentar ser lo que necesitas.”
Mariana sonrió, con una pequeña lágrima en los ojos. “Lo sé. Y lo intentaré también.”