Bajo La Tormenta

CAPITULO UNO

22 de septiembre de 1955-  Berlín del Este, República Democrática Alemana

 

Ebba Brandt, removía lentamente el caldo de pollo, mientras sentía como el tenue olor a carne invade sus fosas nasales, no era mucho, pero era más de lo que tenían varios de sus vecinos.

Vivían en un edificio lo suficientemente alto como para alojar a varias familias. Sus hogares eran pequeños y acogedores, en una esquina del techo de la cocina comenzaba a aparecer una humedad, al menos aun podían decir que tenían un lugar donde dormir.

Tras los bombardeos y los saqueos realizados por el ejército rojo después de la guerra poco había quedado. El país se encontraba en la más absoluta ruina. Habían pasado diez años desde el final de la guerra, pero su situación era similar a la que se comenzó a vivir en los últimos momentos del gobierno de Hitler.

El ideal socialista soviético les ofrecía el amparo de un trabajo, una casa y un plato de comida sobre la mesa, pero nada más que eso. No entendía que había cambiado. Era cierto que no podían quejarse, al menos tenían todos aquellos pequeños lujos, que en los últimos años no habían disfrutado, pero de igual modo se respiraba en las calles de la ciudad el miedo y la tensión que habían residido en aquellos terribles años en los que ellos se habían convertido en el enemigo.

Ebba solo tenía quince años cuando terminó la guerra, pero recordaba a su madre llorar –había sido la única vez que la había visto desconsolada en toda su vida– mientras la abrazaba en el bunquer comunitario que había al final de la calle, mientras la ciudad era bombardeada. Durante aquellos instantes, Ebba miraba a su hermano mayor, que se mantenía impertérrito, mirando al frente con los puños apretados.

Su padre había fallecido en el frente francés. Todos habían sufrido por este hecho, pero tácitamente habían aceptado que la guerra era así. Su madre les había dicho que era un héroe, que había dado la vida por defender a Alemania, por defender al führer. Ebba se preguntó en ese entonces porque el führer no se defendía solo.

Sin embargo, no fue hasta hacia apenas dos años, cuando uno de los mejores amigos de su hermano, Frederick, murió en una manifestación en Berlín que el Ejército Rojo redujo a nada, cuando Martin había comenzado a sentir un odio visceral hacia los rojos, como él les llamaba. Ebba temía por él, su hermano era demasiado impulsivo y ese hecho le había cambiado irremediablemente.

Todos habían cambiado, solo que quizá ella era lo suficientemente prudente como para no mostrar su descontento abiertamente. Ella no quería que los ideales de Martin les causaran problemas, él tenía una mujer y un hijo, ¿porque no dejaba las venganzas y lo dejaba pasar?

—¿Crees que vendrá Martin a cenar hoy? — le preguntó su madre, mientras le servía la sopa de pollo que había estado preparando.

—Él no ha avisado, quizá este demasiado ocupado— repuso Ebba encogiéndose de hombros.

Se sentó junto a su madre y tomó su mano, para bendecir la mesa y cenaron tranquila y silenciosamente, como cada noche. Su madre era una mujer dura y estricta. Había sido una gran dama de sociedad a la que la guerra se lo había arrebatado todo. Ahora apenas salía de aquel apartamento que se había convertido en su tumba en vida. Simplemente pasaba el día tejiendo y escuchando la radio. Había asumido que ella se encargaría de todo, como había hecho su padre antes de morir, Martin antes de casarse.

Ebba miró por la ventana la noche oscura, mientras en la radio comenzó a dar el parte de noticias del día.

 

***

 

Hacía algunas horas que se habían ido a dormir, sin embargo, Ebba no podía hacerlo debido a un nudo en el estómago. Estaba segura de que la sopa le había caído mal en el estómago, ya que había comenzado a sentirse mal mientras se preparaba para ir a la cama. Escuchaba de vez en cuando crujir la madera del edificio, sin embargo, era una noche particularmente silenciosa.

Pasaba la medianoche, ya que hacía algún rato que había escuchado el reloj de pie que su madre tenía en el salón, el único recuerdo que tenía de su antigua vida, cuando de pronto escuchó unos rápidos fuertes golpes en la puerta de la entrada, acompañados de unos gritos indescifrables.

Ebba se levantó de la cama exaltada ya que no lo esperaba y cogió su bata con la mano temblorosa, caminó rápidamente fuera de su habitación encontrándose a su madre haciendo lo propio.

—No deberíamos abrir— dijo su madre, agarrándola del brazo.

—Puede ser importante, madre— replicó Ebba, apartándose de ella y caminando hacia la puerta.

La abrió con cuidado sin quitar la cadena de seguridad.

—Ábreme, por favor— le suplicó su cuñada, mientras se movía frenéticamente delante de la puerta.

Ebba quitó el seguro y abrió para dar paso a su cuñada que entró rápidamente con el pequeño Damien, en brazos.



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En el texto hay: misterio, romance, drama

Editado: 30.11.2018

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