Ebba no había podido disimular una sonrisa al ver los rostros sorprendidos de ambos hombres. La perplejidad de Karl había dado paso a una marea de improperios y palabras sin sentido, pero la joven no le había prestado atención. La reacción que realmente le había interesado era la del hombre que se encontraba frente a ella que había guardado silencio mientras la observaba fijamente.
Karl se percató de que los dos se miraban firmemente, como esperando a que el otro dijera algo, sin embargo, Ebba no podía añadir nada más, se sentía nerviosa ante su silencio y su escrutinio. Deseaba fervientemente que tomara lo que había dicho en serio, por lo había dicho realmente en serio.
—No estarás pensándolo, ¿verdad? — le dijo Karl furioso al otro hombre, mientras este se pasó la mano por el mentón.
—Es peligroso decir ese tipo de cosas, señorita Brandt, podría aceptar su palabra— dijo finalmente el señor Smith.
—Eso es precisamente lo que espero, no es necesario que me diga que es peligroso, yo misma lo he vivido. No es algo a la ligera, lo he pensado bien y sé nuestras limitaciones. Usted también las ve, ¿puedo hacer otra cosa? — musitó ella con voz afectada.
Ella tenía miedo, claro que lo tenía. Su hermano había muerto porque habría pronunciado aquellas palabras también. Lo había hecho en pos de su familia, igual que ella, sin embargo, ella no fallaría. No entendía que había ocurrido para que descubrieran a Martin, pero ella no sería igual.
—Comprendo su situación, pero usted no sabe lo que me estaba pidiendo. Realmente no imagina lo comprometido que es todo esto, en realidad, ni siquiera debería estar teniendo esta conversación— sentenció el hombre colocándose el sombrero— Lo lamento, pero no puedo ayudarla.
—Pero...
—Ebba— dijo Karl, apartándola del camino de la puerta.
Y el americano se marchó sin despedirse. Ebba se apartó enfadada del lado de Karl. Aquel hombre no podía marcharse, no así al menos, debía ir tras él y... Comenzó a andar hacia la puerta, pero Karl la agarró del brazo para impedírselo.
—Por favor, Ebba, ya basta— le pidió roncamente— Si hubiera imaginado lo que querías, nunca le hubiera pedido que viniera, ¿imaginas lo que podría ocurrirte si...?
—¿Lo mismo que a Martin? ¿Y cuál es la diferencia, Karl? — le impelió con rabia, empujándole— Quizá hace unos meses esa respuesta me hubiera calmado, pero ahora no. Martin está muerto y es mi deber...
—No tiene porque serlo— la interrumpió él seriamente.
—¿No? ¿Quién lo hará si no? — preguntó cínicamente, mientras fruncía el ceño.
—Yo podría hacerlo, gustoso me haría cargo de ti y tu familia, Ebba— replicó el hombre. Ebba retrocedió un paso.
No quería escuchar lo que seguía a esa afirmación.
—Karl, yo no...
—Conoces cuales son mis sentimientos... Cásate conmigo, te prometo que cuidaré tu madre, de Judith y Damien, tendremos nuestros hijos...
La joven se sintió apesadumbrada, y se compadeció por él. Era algo que su madre y Judith esperaban con ansias, que él se decidiera a pedirle matrimonio. Casarse con él era la salida sencilla, aprovecharse de él también lo era, sin embargo, no se imaginaba envejeciendo a su lado, ni dando a luz a sus hijos. Los días junto a Karl se le antojaban poco esperanzadores. No quería hacerlo, pero tampoco quería hacerle daño.
Le miró a los ojos y supo, que debía se tajante respecto a su propuesta, pues ni en sus sueños más locos, había imaginado su vida unida a la de él.
—Te lo agradezco tanto, pero... Yo no... No puedo aceptarlo, porque te estaría mintiendo, Karl. Te aprecio, como a un amigo, pero... — musitó la joven, viendo como los oscuros ojos del hombre bajaban hasta mirar hacia sus pies— Debo irme.
En esa ocasión sí la dejó marchar. Se sintió mal por él, porque sabía que le había hecho daño, sin embargo, era mejor ahora. Estaba segura de que nunca serían felices juntos, eran tan diferentes. No, Karl merecía a alguien que supiera amarlo como él merecía y ella no era esa persona.
Caminó lentamente calle abajo hasta su casa, la propuesta de Karl la había descolocado, pero no tanto como la negativa de aquel hombre a ayudarla. Con esa respuesta, ¿qué podía hacer? Tres mujeres solas en Berlín con un niño pequeño, no sobrevivirían mucho tiempo, aunque tuvieran dos trabajos cada una...