Me puse un top negro y unas mallas, me recogí el pelo en una cola de caballo y me admiré en el espejo.
"Creo que estoy bastante bien" - pienso dando una vuelta sobre mí misma. Satisfecha con mi elección de ropa, salí por la puerta y bajé las escaleras.
- ¡Hola, mami! - saludé.
- ¡Hola, cariño! ¿A dónde vas? - preguntó mi madre mientras se limpiaba con un trapo de color verdoso.
- Voy a salir a correr, ¿por?
- Ten cuidado, cuando vuelvas tendrás la cena en la nevera. Yo ya estaré dormida en aquel entonces, ¿vale? - explicó.
- Sí, sí.
Me acerqué y le di un beso en la mejilla. Me despedí de ella y salí al jardín, hacía bastante frío, porque ya estábamos en noviembre, entré de nuevo en casa y recogí del perchero una fina chaqueta de algodón color negro. Me la puse y salí. Caminé por el sendero de piedra que conducía a la puerta.
Salí a la calle y empecé a correr, me sentía muy bien conmigo misma corriendo. Por eso lo hacía cada día. Después de una media hora, paré en una cafetería y entré.
Era pequeña, había farolillos de papel por todo el techo que le daba un aire acogedor y agradable. Me acerqué a la dependienta.
- Una botella de agua, por favor - pedí.
- Ahora mismo - respondió la chica detrás del mostrador. Se dirigió a una nevera donde guardaba todas las bebidas, sacó la botella y la puso en el mostrador. - Serían tres euros.
Asentí y rebusqué en los bolsillos de mis mallas negras unas cuantas monedas, al encontrarlas, las dejé en la mesa y cogí mi botella.
- ¡Espera! - gritó la dependienta. Me giré y vi que tenía una bolsa en las manos. - A cada cliente que compre una botella de agua, se le regala un brownie de chocolate.
- ¡Oh! Muchas gracias, de verdad - exclamé. Cogí la bolsa y me despedí de la chica. Salí del local y me senté en una de las mesas de la terraza, saqué el brownie de la bolsa y una chica que también trabaja allí me dejó un plato en la mesa. Puse el brownie en el plato y me lo comí entero de una, di un trago de agua y salí a correr otra vez.
Llegué a casa a las once y media, dejé la chaqueta en el perchero y me dirigí a la cocina, mi madre ha querido renovarla a una cocina americana. Porque ella proviene de Seattle.
Abrí la nevera y saqué el plato de pasta que me había preparado mi madre. Cogí unos cubiertos del cajón y me senté en la mesa. Acabé de cenar y dejé el plato en el fregadero, subí las escaleras hasta mi cuarto. Saqué mi pijama preferido y entré en el baño.
Me desnudé y me metí en la ducha, luego salí con una toalla enrollada. Me la quité y quedé desnuda, me miré en el espejo y admiré mi cuerpo. Me puse el pijama, me lavé los dientes, me peiné y me fui a dormir.
Al día siguiente me desperté a las siete de la mañana. Me di una ducha rápida y fría. Me puse unos vaqueros de pitillo rasgados en las rodillas y un crop top color blanco. Me peiné y me dejé el pelo suelto. Bajé para desayunar y me encontré con un desayuno de reyes.
Café y zumo de naranja, una tarta de arándanos, tortilla de patatas, cruasanes, donuts, tortitas con chocolate y tostadas con mermelada. Me relamí y saludé a mi madre.
- ¡Buenos días, mamá! - dije mientras la abrazaba.
- ¡Hola, cariño! ¿Cómo ha ido el salir a correr ayer? - preguntó.
- Bien, gracias.
- Siéntate, anda. Desayuna, seguro que tienes hambre - dijo mi madre.
Me zampé todo en tiempo récord y le sonreí a mi madre.
- ¿Para qué es este desayuno? - pregunté levantándome de la mesa.
- Te mudas, hoy - respondió.
Puse los ojos como platos.
- ¿Cómo que me mudo? Si yo vivo aquí.
- Ya no, tu padre y yo te hemos alquilado un piso.
Me dejé caer en la silla del comedor. Y le pedí fotos del piso.
Mientras me iba enseñando las fotos, me explicaba cosas acerca del piso en Madrid.
- Idealista es la inmobiliaria, si por cualquier problema quieres hablar con ellos, aquí te dejo su número.
Asentí y subí hasta mi habitación para meter todo en cajas.
- ¡MAMÁÁÁ! - grité.
- ¿Qué pasa, Victoria? ¿Por qué gritas así?
- Necesito cajas para meter todo - dije.
- Ahora te traigo, Vicky.
Me senté en la cama y observé todo, tendré que dejar todo, mi cuarto, la piscina, a Flor.
"¡Claro, a Flor!" - pensé. Salí de mi habitación y bajé las escaleras a trompicones, salí al jardín y busqué al gato de mi madre por todos lados. Flor es un snowshoe, una raza de gato.
Al final encontré a Flor subido a un árbol, a mi madre le encanta la jardinería.
- ¡Vicky! ¡Ya tengo las cajas! ¿Dónde estás? - preguntó mi madre.
Entré en casa y subí a mi cuarto. Había cajas por todos lados, abrí mi armario y empecé a sacar la ropa.
Después de más o menos dos horas bajé a por un vaso de agua, por fin había acabado de meter todo en las cajas. Abrí la puerta de la despensa y saqué una botella de agua, vertí el agua en un vaso y me lo llevé a los labios.
Vi por el rabillo del ojo que mi madre entraba en casa.
- ¿Dónde estabas, mamá? - pregunté.
- He ido al súper.
- Ya he acabado, solo hace falta llevar todas las cajas al piso.
- Bien, pues vamos.
Recogimos todas las cajas y las trasladamos al piso, todo esto nos llevó unas 4 horas. Mi madre ya tenía que irse, le di un abrazo de oso y me despedí de ella.
Entré en el piso y observé todo, era muy amplio. Pero había vasos usados, ropa tirada. Alguien vivía allí. De pronto apareció él.