Bajo las estrellas

¿Tú?

Mi madre habló con seriedad:

—Gus, tu abuela y yo viviremos contigo por un tiempo, mientras nuestra casa es remodelada.

Sentí que mi rostro se iluminaba.

—¿¡La abuela está aquí!? —grité emocionado.

—Sí —respondió mi madre—. Está en la habitación de invitados.

Pero antes de que pudiera correr hacia allá, me tomó del brazo.

—¡Alto ahí, chamaco atarantado! Primero necesito explicarte algo.

—¿Qué cosa?

—Como tú ya sabes, la abue está muy enferma y viejita… Necesita una enfermera que la cuide.

—Sí, madre, por eso su enfermera, doña Lucía, cuida de ella —dije con tranquilidad.

Mi madre suspiró, algo molesta.

—Sí, hijo, pero ella no pudo acompañarnos en el viaje, así que necesitamos una nueva.—No importa, conseguiré otra —dije decidido, y me lancé a correr hacia la habitación.

Pero un dolor punzante me detuvo de inmediato… ¡Mi madre me había jalado de la oreja, como cuando tenía cinco años!

—¡Que te esperes, chihuahua! —me gritó.

Tu abuela conoció a una jovencita cuando fuimos a la escuela de medicina a ver a Sarain, el hijo de Marcos —que ahora dirige la escuela—. A tu abuela le cayó en gracia de inmediato. Se encariñó con ella y la convenció de venir con nosotros. Pero… le ofreció lo mismo que ganaría en un hospital, ya que la muchacha está estudiando para ser doctora, no enfermera.

Yo solté una risa baja y le dije:
—No te preocupes, mamá, yo puedo pagarlo.

Ella me miró con ternura y me sonrió.
—Gracias, hijo.
Le devolví la sonrisa y fui a sentarme junto a mi abuela. Mientras hablábamos y le contaba cómo me había ido, ella tomaba mis manos entre las suyas, tan arrugadas y suaves, y las acariciaba con esa paciencia que solo tienen los años y el cariño. Me sentí en paz… hasta que sonó el timbre.

Alcé la vista hacia mi madre.
—¿Quién será? —pregunté con curiosidad.

Ella se quedó en silencio por un segundo, como si dudara en responder, y luego soltó una pequeña sonrisa nerviosa.
—Se me olvidó decirte… ella vivirá con nosotros.

Sentí un vuelco en el estómago. El corazón me dio un brinco, y un leve escalofrío me recorrió la espalda.
—¿Qué? —susurré, casi sin aire.

Me levanté y la seguí hasta la puerta. Apenas la abrió, el mundo pareció detenerse. Allí estaba ella, con una maleta colgada al hombro y una caja entre los brazos. Su cabello largo caía suelto. Sus ojos, grandes y negros, se encontraron con los míos, tan brillantes como los recordaba.

En un instante, ambos lo dijimos al mismo tiempo:
—¿Tú?



#3167 en Novela romántica

En el texto hay: boxeo, medicina, sentimental

Editado: 13.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.