Vi cómo ella me miraba con una expresión algo confusa; no podía descifrar lo que sentía en ese momento.
Mi corazón latía con fuerza. Tragué saliva y entonces pregunté:
—¿Qué haces aquí?
—Vine a trabajar —me contestó.
Mi madre nos interrumpió, curiosa por saber lo que estaba pasando:
—¿Se conocen?
Aurora y yo respondimos al mismo tiempo:
—Sí —dije yo.
—No —dijo ella.
Me sentí ofendido. ¿Cómo se atrevía a decir eso?
Ella y yo habíamos hablado hace algunas semanas. Bueno… en realidad no mucho. Quiero decir, conversamos al menos dos minutos.
¿No era eso suficiente para ella?
Mi madre rió suavemente.
—¿Entonces?
Aurora, un poco nerviosa e incómoda, respondió:
—Bueno… digamos que, por lo menos, ya sabemos nuestros nombres.
Mi madre sonrió con calidez.
—Entiendo. Entonces, cariño, ¿cómo te llamas?
—Aurora —dijo ella, extendiendo su mano con cortesía.
Mi madre correspondió al gesto con una sonrisa amable.
—Mucho gusto, Aurora. Yo soy Amanda, pero puedes decirme Amy.
—Mucho gusto, doña Amy —respondió Aurora con amabilidad.
Mi madre asintió con aprobación.
—Él es Magnus, mi hijo.
Aurora se sorprendió un poco. No me extrañó. Mi madre, Amanda, y yo somos muy diferentes: ella es rubia de ojos verdes, y yo, pelinegro de ojos azules.
Me acerqué a Aurora y tomé la caja que sostenía. Con cuidado de no hacerle daño, también le quité la maleta que llevaba al hombro.
—No hace falta, yo puedo sola… gracias —dijo con suavidad.
Levanté un poco la cabeza para verla a los ojos y le murmuré, lo suficientemente alto para que solo ella escuchará :
—Dámelo… o quedarás aún más enana.
Vi cómo sus mejillas se enrojecieron un poco, y solté una risa en bajito.
Antes de que Aurora pudiera decir algo, mi madre se le adelantó con otra pregunta:
—¿Cuántos años tienes, Aurora?
Me puse derecho. Yo también quería saber eso.
—Tengo veintitrés años —respondió ella.
Mi boca se abrió por instinto:
—Pues no parece… más bien tienes pinta de seguir siendo una mocosa.
Apenas se estaba formando la sonrisa en mi rostro cuando sentí un leve golpe en la parte de atrás de la cabeza, de esos que mi madre daba para reprender me sin dureza.
—¡Magnus! —me reprendió.
—Ya, ya… perdón.
Mi madre se giró hacia Aurora.
—Perdona, es algo bromista.
Aurora asintió, tranquila.
—No se preocupe, señora. No pasa nada, lo comprendo.
Mi madre volvió a girarse hacia mí, aún molesta, y me dijo suavemente:
—¿Ves? Ella es muy amable. ¿Qué te cuesta corresponderle un poco?
Justo cuando mi madre se giró por completo, Aurora me sacó la lengua en señal de burla.
¡Oh, pequeña hormiga tramposa!, pensé.
Mi madre me pidió que la llevara a la que sería su habitación, mientras ella revisaba si la abuela estaba despierta para avisarle que Aurora ya había llegado. Quise negarme, pero antes de poder decir nada, mi madre ya había comenzado a caminar por uno de los pasillos, rumbo a la habitación de la abuela dejando me con aurora a solas.