Bajo las estrellas

Como niños

Aurora me observó con una pequeña sonrisa, y yo simplemente me limité a empezar a caminar.

—Sígueme —exclamé, y ella hizo lo que le pedí.

Llegamos a la puerta de la habitación.

—Esta será tuya —dije, tomando la manija. Entonces la escuché replicar:

—Mientras esté aquí... —suspiró.

—Es tu habitación —le aclaré.

—Sí, sí, lo escuché —respondió, mientras entraba.

—Es muy linda —comentó Aurora.

Me sentí orgulloso.

—Claro, yo escogí la decoración.

Paseé la mirada por la habitación. Las paredes eran blancas, las cortinas grises y los marcos de las ventanas, azules. Había una cama con sábanas blancas, un tocador y un armario. Todo lo que una chica podría necesitar.

—Quién lo diría... tienes buen gusto. —dijo Aurora, cruzándose de brazos.

—¿Qué te hizo pensar que no, enana?

Vi cómo se molestaba.

—¿Sabes? Eres un engreído.

Reí suavemente mientras me acercaba a ella, también cruzando los brazos.

—Y tú, una pequeña hormiga fastidiosa.

Vi cómo ella se enojaba aún más.
—No me llames así —dijo con el ceño fruncido.

Qué divertido era hacerla enojar, era tan fácil... y ella, bueno, ella se veía linda cuando se enojaba.
—¿Oh sí? ¿Y si no qué? —la reté, acercándome aún más a ella.

De repente, escuchamos dos risas: eran mi madre y mi abuela.
—Parecen niños peleando —comentó mi madre, divertida.

—Perdón, doña Amy —dijo Aurora mientras se acercaba para ayudar a mi madre a sostener a la abuela.

Yo hice lo mismo, y juntos acomodamos a mi abuela en la cama. Entonces, ella tomó la mano de Aurora, y con un tono cariñoso, ambas comenzaron una conversación.

—¿Cómo estás, hijita?

—Estoy muy bien, doña Ceci. ¿Y usted?

—Yo más que bien. Pero estos dos metiches.—nos señaló a mi madre y a mí— insisten en que alguien debe cuidarme —le dio unas palmaditas en las manos a Aurora—. Bueno, al menos eres tú, hijita. Ya verás lo bien que nos la vamos a pasar las dos.

Aurora rió suavemente.

—Ya verá que sí.

Ambas continuaron conversando un rato, hasta que mi madre me pidió que ayudara a Aurora a llevar a la abuela a su habitación.

Mientras caminábamos, pregunté:

—Abuela, ¿tú y Aurora se conocen?

Mi abuela me miró con una sonrisa.

—La conozco apenas, pero es una jovencita tan linda que ya se ganó mi cariño.

Levanté una ceja.

—¿Ella?

Aurora me miró y replicó:

—Sí, yo. ¿Que no escuchaste?

La miré con diversión.

—¿Ves, abuela? Es una grosera en realidad.

—¡No es cierto! —protestó Aurora, ofendida.

Cuando dejamos a mi abuela en su cama, nos miró con picardía.

—¿Saben? Ustedes dos se ven muy bonitos juntos.

Aurora y yo nos callamos de inmediato, y un silencio incómodo se instaló en la habitación.



#3167 en Novela romántica

En el texto hay: boxeo, medicina, sentimental

Editado: 13.09.2025

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