02 de enero de 2025
Hace apenas unos días estaba celebrando Año Nuevo con mis amigas en mi pequeño departamento... y ahora, por la mañana, tomaba café en la lujosa casa de un famoso boxeador. Qué ironía. Yo, con apenas 23 años, sin siquiera haber terminado la carrera de medicina, ahora cuidaba a la abuela de una celebridad.
Me repetía esto a mí misma mientras viajaba en taxi rumbo a la universidad, recordando cómo comenzó todo aquella mañana del 28 de diciembre.
Fue tan simple como encontrarme, en uno de los pasillos de mi institución, con una señora mayor -de unos 76 años, aparentemente perdida- y, gracias a la educación que recibí y la empatía que me inculcaron, decidí ayudarla llevándola a la oficina del director.
Para mi sorpresa, el doctor Marcos Ramos, mi antiguo director, no se encontraba .
En su lugar estaba su hijo: Sarain Ramos. Tenía unos cinco años más que yo, piel muy blanca, cabello castaño y era un poco más alto que yo, lo cual siempre fue motivo de burla amistosa entre nosotros.
Cuando nos encontramos, resultó que la señora en realidad lo buscaba a él. Justo cuando me disponía a retirarme, aquella mujer me pidió que trabajara con ella. Por supuesto, me negué de inmediato. Tenía mis clases y eso requería tiempo. Pero entonces Sarain intervino:
-Podría ayudarte a acomodar tu horario para que puedas asistir a todas tus clases por la mañana. Saldrías todos los días a tiempo. Sabes... la señora Cecilia es una vieja amiga de mi familia, y me harías un gran favor si aceptaras lo que te pide -me miró, como si tratara de convencerme-. Además, estar con ella te daría una buena fuente de ingresos, podrías invertirlos en tus estudios. Solo tendrías que cuidarla por las tardes y noches. En la mañana su hija la atenderá; ella trabaja por las tardes.
Justo cuando estaba por negarme por segunda vez, la señora intervino:
-Por favor, hijita, ayuda a esta pobre anciana... no es como si me quedara mucho tiempo de vida.
Sentí un nudo en la garganta. ¿Sería posible que estuviera jugando con mis sentimientos para que yo aceptara?
Y... para mi mala suerte, lo logró. Acepté, aunque le pedí que no volviera a hablar así.
Y así fue como terminé viviendo en la casa de los Herrera, bajo el mismo techo que Magnus Alessandro Herrera.
En estos momentos me encuentro de camino hacia la universidad, lista para empezar con mis clases, que seguramente serán agotadoras. Pero hay algo que me preocupa más: mis amigas.
Sabía que me bombardearían con preguntas seria todo un reto sopórtalas. La única que lo sabía era Nadia, porque vivíamos juntas. Pero a estas alturas, seguro ya se lo contó a todas las demás. Me estaba preparando mentalmente para ese interrogatorio cuando sentí que mi espalda se aligeraba.
Al darme la vuelta, Sarain estaba allí, sosteniendo mi mochila.
-Dámela, te ayudo con ella -dijo mientras la tomaba, y ambos caminamos hacia el interior del edificio.
-¿Cómo te fue ayer con los Herrera? -preguntó con curiosidad.
-Bien, pero... ¿por qué no me dijiste que esa señora era la abuela de Magnus, eh? -pregunté. Conociendo a Sarain, siempre tan atento, sabía que no había sido simple descuido.
-¿Así que ya lo conociste? ¿Cómo te trató? Él no es muy bueno conociendo personas nuevas. Y bueno, siendo la primera vez que te ve... y considerando que te encargarás de su abuela, no me sorprendería si actuó a la defensiva.
-Se portó bastante bien -respondí. Y era cierto. Ignorando todas sus bromas, su comportamiento fue aceptable o al menos soportable -. Y bueno, no es la primera vez que él y yo nos vemos... supongo que eso ayudó.
Vi cómo la expresión de Sarain cambiaba, aunque intentó disimularlo.
¿Era sorpresa? ¿O... molestia?.
Me pareció extraño, pero más aún cuando Sarain se detuvo en seco, como si hubiese chocado contra un pensamiento demasiado denso. Bajó la mirada hacia el suelo, inmóvil, con la expresión endurecida, como si meditara cada palabra con la precisión de alguien que carga con un secreto peligroso. Se mantuvo así varios segundos, hasta que finalmente levantó la vista y me miró con una seriedad que nunca antes le había visto. Una seriedad que, por un instante, me hizo olvidar cómo respirar.
-No te acerques demasiado a él -dijo con voz firme, casi como una orden. Un escalofrío me recorrió la espalda, y sentí la garganta seca. Jamás me había hablado de esa manera. Jamás.
-¿Por qué? -pregunté en un susurro, sintiendo cómo una inquietud helada empezaba a instalarse en mi pecho-. ¿Acaso Magnus es... peligroso?
Contrario a lo que esperaba, Sarain soltó un largo suspiro, como si se liberara de una tensión acumulada durante años. Lo observé con atención; su rostro cambió por completo, como si con ese aire que expulsaba también se deshiciera del momento anterior. Me sonrió. Una sonrisa amistosa, cálida, incluso familiar... pero terriblemente fuera de lugar. Esa sonrisa no encajaba con lo que acababa de decirme, y por eso mismo me dejó desconcertada.
-¡Contéstame! ¿Por qué debo alejarme de él? -exigí, sintiendo cómo la desesperación crecía en mi voz. Pero Sarain ya se estaba alejando, dándome la espalda con una calma irritante, como si todo aquello no hubiera ocurrido.
-¡Sarain, vuelve aquí! -grité con fuerza, dando un paso tras él. Pero antes de poder alcanzarlo, sentí cómo alguien se colgaba de mi brazo con brusquedad.
Al girar la cabeza me encontré con Sofía, que ya me estaba atosigando con preguntas, hablando tan rápido que apenas entendía lo que decía. Sus palabras eran un torbellino de dudas sobre Magnus, sus intenciones, su mirada, su forma de actuar. Pero yo no podía concentrarme en nada de eso.
Ignoré sus preguntas. Todo mi cuerpo seguía vibrando con las palabras de Sarain, como si se hubieran incrustado en mi piel. ¿Por qué no debía acercarme a Magnus? ¿Qué ocultaba? No tenía razones para querer relacionarme con él... pero tampoco deseaba estar en peligro. Y ahora, esa sombra de duda lo cubría todo.
Y lo peor era que no podía fingir que no me importaba.