Llegué a casa después de un día agotador, un poco antes de lo normal y con muy mal humor. Los últimos días me había estado levantando temprano solo para ver si, con suerte, me volvía a topar con Aurora en la cocina. Era el único momento en el que coincidíamos, pues nuestros horarios no encajaban: ella salía temprano para la universidad, y cuando yo regresaba, ya no había ni rastro de ella por los pasillos. Al principio pensé que se despertaba antes para prepararse con calma, pero cada mañana encontraba una taza de café caliente lista para mí. Sabía que era ella quien la dejaba, porque también había olor a té... y eso me llevó a pensar que, tal vez, me estaba evitando.
Entré a la casa y escuché música. Seguí el sonido hasta la habitación de mi abuela, donde estaban ella y Aurora, sentadas, tejiendo con cuidado.
-Hola... ¿cómo están? -pregunté mientras me acercaba a besar la frente de mi abuela, como de costumbre.
-Le estoy enseñando a Aurora a tejer -comentó ella con una sonrisa.
-Qué bien, me alegra mucho -me senté al lado de Aurora-. ¿Y cómo vas, enana?
Ella sonrió y soltó un suspiro resignado, como aceptando que la llamara así.
-Me está yendo muy bien -respondió con orgullo.
-Si tú lo dices -dije en tono sarcástico.
-Es más, me está quedando tan bien que te lo voy a regalar -mencionó con emoción.
-Gracias, pero... ¿qué se supone que es? -incliné la cabeza intentando encontrarle forma a su bola de estambre. Mientras su rostro se tornó rojo por mi comentario.
-Es un gorro -respondió mi abuela mientras soltaba una carcajada divertida.
Volteé hacia Aurora, saqué mi teléfono y le tomé una foto. Ella solo me miró, confundida.
-¿Qué haces?-ladeando un poco la cabeza.
-Te tomé una foto, ¿no está claro?
-Sí, pero... ¿para qué?
Sonreí.
-Porque no es común ver a una pequeña hormiga fastidiosa tejiendo. Eso usualmente lo hacen las arañas -bromeé.
Antes de que pudiera anticiparlo, me lanzó una almohada directo a la cara.
-¡Grosero! -me gritó entre risas que me daban a entender que no estaba del todo molesta.
-Ya, ya, no te enojes. La verdad... también te ves bonita.
Aurora me miró con un leve rubor en las mejillas. La había puesto nerviosa.
-Gracias -murmuró.
-¿Pero qué está pasando aquí? ¿Se están coqueteando? -preguntó mi abuela, divertida.
Sentí cómo mi cara empezaba a arder.
-¡No, abuela! Solo le estaba haciendo un cumplido a la enana, nada más.
Vi a Aurora buscar mi apoyo con la mirada, pero solo atinó a cubrirse la cara.
-¿Solo un cumplido? No lo creo... -dijo mi abuela con picardía.
Aurora se levantó, claramente queriendo escapar del momento.
-Ya es suficiente charla por hoy, doña Ceci. Despídase de su nieto, es hora de que se acueste a dormir.
Me levanté para ayudar a mi abuela a acostarse. Le di un beso en la frente.
-Aurora, te espero afuera. Quiero hablar contigo -dije mientras me dirigía a la puerta.
-¡Se gustan! ¡A mí no me engañan! ¡He vivido muchos años como para no notarlo! -gritó mi abuela, emocionada.
-¡Abuela, basta! -le respondí con la cara completamente roja.
Esperé afuera un par de minutos, recargado en la pared. Cuando vi a Aurora salir, hablé.
-Aurora, ven aquí un momento -ordené.
-No puedo ahora. Quizá después -respondió, girándose para irse.
Antes de que pudiera alejarse, tomé su brazo, con firmeza, pero sin brusquedad.
-Por favor... -dije en un tono casi suplicante. ¿Qué demonios me pasaba?
Ella dudó un momento, luego asintió.
-Bueno, vamos -dijo, y la guie hacia el balcón.
Allí, reuní el valor para hablar.
-Aurora... quería agradecerte por todo lo que haces por mi abuela -tragué saliva.
Ella abrió los labios para responder, pero la interrumpí.
-Y también quería saber... por qué... por qué me has estado evitando. -Mi voz temblaba-. ¿Tan desagradable soy para ti?
Un nudo de emoción crecía en mi pecho. ¿Tenía miedo? ¿Miedo de su respuesta?
Ella se quedó callada unos segundos, que para mí fueron eternos.
-No... no es eso. Es solo que la carrera, la escuela... me tienen muy...
Se interrumpió. Luego bajó la mirada.
-La verdad es que alguien cercano me dijo que era mejor que me mantuviera alejada de ti.
Sentí la sangre hervirme.
-¿Quién fue? -exigí, con voz firme.
-Preferiría no decirlo -respondió en bajito.
Respiré hondo, intentando calmarme.
-Aurora, yo no soy peligroso. Y en caso de que lo fuera, jamás te haría daño. Porque tú... tú...
Tragué saliva. Ella me miraba con esos ojos negros profundos que me fascinaban.
-Tú te has portado muy bien conmigo. Y con las dos personas que más quiero en este mundo. Y... -sentí el corazón acelerarse-. Me gustaría ser tu amigo. No me evites más, te lo suplico -murmuré con voz tenue.
Aurora me sonrió con tanta dulzura que sentí que el piso se me movía.
-Claro, Magnus. Seamos amigos -tomó mi mano, la apretó... y con ella también apretó mi corazón.
Le sonreí. O más bien, mi alma le sonrió.
-¿Y cómo te has sentido estos días? -pregunté, queriendo alargar la conversación.
-Bien, aunque aún me cuesta acostumbrarme a las rutas de transporte -me informó.
-Ya veo... Entonces, ¿qué tal si yo te llevo y recojo de la universidad?
Ella me miró, sorprendida.
-No hace falta. No quiero alterar tus horarios. Además, yo salgo muy temprano, y tú seguro quieres dormir hasta tarde.
Algo en mí me hizo responder sin pensarlo:
-Para nada. Madrugar me hace rendir mejor al trabajar. Además, me gusta hablar con alguien en las mañanas... y adoro tus cafés. Podemos tomar uno todos los días antes de salir. Bueno, tú tomarías té -reí nervioso-. Por las tardes podría pasar por ti, dejarte en casa, y luego irme a entrenar.
Ella rio.
-Está bien, pero solo cálmate un poco.