Bajo las estrellas

Aurora: cuando el corazón teme perder

12 de febrero de 2025 – 7:20 p.m.

El agotamiento empezaba a pasar factura. Por suerte, últimamente mi suegra se quedaba en casa por las tardes, y eso me estaba ayudando mucho. La universidad me estaba dando una buena paliza en estos últimos días; tal vez era porque ya nos acercábamos a la temporada de exámenes.

Me subí a una silla para colocar un cartel que decía: ¡¡BIENVENIDO, GUS, NUESTRO CAMPEÓN!!. Entre mi suegra, mi abuela y yo habíamos preparado una pequeña sorpresa para Magnus. Apagué las luces para que, cuando llegara, no sospechara nada. Ellas no estaban en casa; habían salido a comprar un pastel.

Fue entonces cuando noté que la puerta estaba entreabierta. Fui a cerrarla, pero me quedé helada: Magnus estaba ahí, con el labio roto y varias heridas en el rostro.
—¿Qué te sucedió? —pregunté, acercándome con preocupación mientras sentía cómo mi ceño se fruncía de angustia.

—Hola, bonita… solo son heridas de la pelea, no te preocupes —respondió con una sonrisa, como si nada pasara. ¿Cómo podía alguien disimular o soportar así el dolor?

—No sonrías así… mejor entra. Voy por el botiquín para curar tus heridas.—me hice a un lado para dejarlo pasar.

—¿Por qué está la puerta abierta? Saben que es peligroso, y más si en la casa solo hay mujeres —dijo con un tono serio que no me esperaba.

—Número uno: te aseguro que cualquiera de las mujeres que vive en esta casa sabría arreglárselas muy bien con un bate contra un ladrón… o por lo menos dejarlo estéril. Número dos: tu madre y la abuela no están. Y número tres: la puerta estaba abierta porque queríamos darte una sorpresa —respondí, mientras tomaba el botiquín y volvía junto a él.

—Para estar preocupada por mí, me sigues regañando igual —bromeó, rodeándome la cintura con su brazo y mirándome directo a los ojos—. Y además, sí, sé que podrías contra un ladrón… pero ¿y si son dos? ¿Y si estan armados, Aurora?

Tomó mi mentón y su voz se volvió grave, casi un susurro cargado de temor.
—Aurora, no estoy dispuesto a perderte. No… no quiero. Así que cuídate, por favor. Si no, ¿quién cuidará de mí? ¿Quién me amará como tú?

Un escalofrío me recorrió la piel. Mi corazón, ya enamorado, encontró la forma de amarlo aún más. Nos quedamos así, atrapados en ese instante, hasta que él besó mi frente.

—En segundo lugar… gracias por la sorpresa. Y perdón, no quería arruinarla.
—No lo hiciste —susurré con calma—. Ahora ven, no queremos que la abuela te vea así.

Me senté frente a él y comencé a limpiar sus heridas con paciencia.
—Tienes talento para esto —comentó, mirándome con un cariño que parecía irreal.
—Lo sé… y por eso siempre estaré aquí para curar tus heridas.

Él bajó la mirada, clavándola en el suelo.
—No digas eso… —su voz tembló como la de un niño a punto de llorar.
—¿Pasa algo? ¿Dije algo malo? —pregunté, temiendo haberlo herido.
—No es eso… es solo que, cuando dices eso, siento que mientes —confesó sin atreverse a mirarme.

Lo abracé, acunando su cabeza contra mi pecho mientras permanecía de pie frente a él.
—Te juro que no —susurré.

Magnus se quedó quieto, aferrándose a mí, buscando mi calor como si temiera que, en cualquier momento, pudiera desaparecer.

10:09 p. m.

La abuela y mi suegra ya habían regresado para entonces. Los cuatro estábamos reunidos en la sala, saboreando un trozo de pastel mientras la conversación fluía ligera, casi alegre. Magnus estaba sentado junto a su madre, y de pronto lo noté: ellos no se parecían en nada. Era, de hecho, todo lo contrario. Magnus, con su cabello negro como la noche y sus ojos azules, frente a doña Amy, rubia y de mirada verde como la hierba en primavera.

—Mi cielo… —murmuré, atrayendo su atención hacia mí—. Tú y tu madre no son muy parecidos. Eso quiere decir que te pareces más a tu padre… o quizás eres su viva imagen.

Mis palabras cayeron pesadas, como una piedra arrojada al agua que corta en seco la superficie. El silencio se apoderó de la sala y las miradas se clavaron en mí.

—Aurora, no vuelvas a decir esa estupidez —soltó Magnus, tajante, con la respiración pesada y entrecortada.

—Lo siento, es solo que pensé que… —empecé a decir, pero mi voz se quebró cuando un grito, cargado de rabia, me cortó de golpe.

—¡Yo no soy igual a él! ¡Jamás lo seré! ¡Él y yo no nos parecemos en nada! —una vena resaltaba en su frente, marcando la intensidad de su enojo.

—¡Basta, Magnus! ¡Ella ya dijo que lo siente! —intervino doña Ceci, intentando calmarlo.

—¡No te metas! —escupió él, sin un rastro de remordimiento quizás por lo que en ese momento sentía.

—Magnus… ya fue suficiente —susurré, con la voz temblorosa.

—¡Que te calles! —rugió, y en ese instante no quedaba nada del chico dulce que había estado a mi lado hace apenas unos minutos. Se puso de pie, caminando con pasos firmes y pesados. Pero cuando nuestros ojos se cruzaron, se detuvo por un segundo… luego abrió la puerta y se marchó, dejando un silencio aún más insoportable que su grito.

—¿Qué fue eso? —pregunté, desconcertada.

—Es… es algo que nosotras no te podemos explicar —respondió mi suegra, con la voz quebrada.

Esa noche, Magnus no volvió. Me quedé esperándolo, deseando arreglar las cosas, pero no regresó… y al día siguiente, tampoco. Lo llamé una y otra vez, insistí, pero nunca respondió.



#3167 en Novela romántica

En el texto hay: boxeo, medicina, sentimental

Editado: 13.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.