Bajo las estrellas

Aurora: lo que callamos por amor

Magnus terminó de hablar y me miró con los ojos llenos de tristeza, de lágrimas tersas que probablemente estaban guardadas en él desde su niñez.
-yo…yo puedo preguntarte algo?- murmuré un poco apenada de mi ansia de querer conocer más sobre su pasado, él solo asintió con cuidado y atención a mis palabras. En el fondo yo quería preguntar si lo que Sarain me había dicho era cierto, pero no me atreví, pues en realidad temía a la respuesta que pudiera darme, terminando así preguntando algo diferente.
-¿por qué no me lo contaste antes? ¿Tú…tú no confías en mí?- El guardo silencio unos segundos para después hablar con firmeza.
-aurora yo confío en ti, en tu amor, pero no en tus perjuicios. No sabía cómo ibas a tomarlo, cómo ibas a verme después de saberlo. No quería que me vieras como un monstruo, aunque ¿sabes algo? ¡Lo soy! Porque no me arrepiento de lo que hice, ni un poco. ¡¡Si alguien me preguntara si quisiera cambiar algo de lo que pasó aquel maldito día diría que sí!! ¡Por supuesto que sí! Cambiaría el hecho de no haber actuado antes…- se levantó del sofá para pararse delante de mí y, con una expresión llena de odio, exclamó casi en un grito- ¡antes de que él la matara!-

Mi corazón se partió… me dolía, o más que eso, me desgarraba el verlo así sufrir, el pensar cómo su infancia fue marcada y arruinada, quebrando su alma, y peor aún, que se acostumbrara tanto al dolor como para actuar como si no hubiese pasado absolutamente nada.

-Magnus, tú solo eras un niño. ¿Cómo se supone que un niño tenga que rescatar a su madre del mismo infierno cuando su propia esencia apenas podía entender lo que pasaba?-
Me acerqué a él a pasos lentos y pesados, como si algo de lo que yo hiciera pudiera alterarlo aún más, y con cuidado, como si de una pieza de porcelana muy delicada se tratara. Coloqué las palmas de mis manos sobre sus brazos, haciendo aún más evidente la diferencia de emociones en nuestro interior: mis manos tibias como el calor del sol en primavera contra la piel de él, fría como el rocío de las mañanas en invierno.

—Tú hiciste todo lo que estaba en tus manos para intentar salvarla —pronuncié con ternura viendo sus hermosos ojos azules que ya no me parecían tan alegres como de costumbre, haciendo que por primera vez se me hiciera difícil observarlos.

—Sé que hice todo lo que pude, pero no fue suficiente… —murmuró Magnus, contagiándome de una forma demasiado intensa su tristeza al dejar caer un par de lágrimas por sus mejillas. Supongo que eso pasa cuando amas a alguien: su dolor se vuelve tuyo también. Me acerqué a él y lo abracé con fuerza al sentir que en cualquier momento se derrumbaría.

A pesar de todas las cosas que en ese momento sentía, mi cabeza no dejaba de hundirse en un abismo de preguntas, motivo por el cual me odié en ese momento, pues él estaba mal pero aun así mi curiosidad no me dejaba en paz. Quería saber, quería preguntar, pero no estaba bien, no era el momento. Magnus y yo pasamos un rato en silencio antes de decidir ir a su habitación, donde ambos nos acostamos en la cama, acurrucados uno contra el otro debajo de las sábanas, acompañándonos mutuamente sin palabras, pero en un gesto muy íntimo, el gesto más íntimo que yo pude haber experimentado, pasando así la noche juntos con él aferrándose a mi cintura mientras yo jugaba con su cabello hasta quedarnos dormidos.

Marzo 19 de 2025, 11:34 a.m.
Había pasado ya un mes desde la muerte de la abuela y la casa aún se sentía rara. En eso pensaba cuando estudiaba un libro en la biblioteca de la universidad, a solas, pues mis amigas habían ido a la cafetería. Pasaba una página de forma automática, sin prestar atención a los párrafos, cuando una figura se sentó frente a mí: era Sarain, con una expresión seria y aparentemente pacífica.
Me levanté, estando a punto de marcharme, pero él habló:
—No te vayas, por favor, solo quiero disculparme —exclamó con lo que parecía dolor—. Eres mi mejor amiga, la única que no me ha abandonado hasta ahora; por favor, solo escúchame. No pude alejarme: recordé todos los momentos que pasamos juntos en tantas ocasiones, algunos felices y otros no tanto, y por eso me quedé.
—Está bien… —me senté de nuevo con la tensión a nuestro alrededor.
—Olvida lo que dije, ¿sí? Solo me dejé llevar. No quiero que lo que pasó arruine años de nuestra amistad —murmuró él con melancolía en el aliento.
—Está bien, lo haré yo… yo tampoco quiero que el cariño que nos tenemos se acabe, pero no es correcto: yo estoy con Magnus, lo amo y… —antes de que pudiera hablar, él rió bajito.
—Aurora, perdóname de verdad; en realidad tú no me gustas, solo lo dije porque quería mantenerte a salvo —dijo con una sonrisa juguetona, esa que hacía cada que terminaba de hacerme una broma.
—¿Es en serio? —pregunté un poco más relajada.
—Por supuesto, ya sabes cómo soy. ¿Recuerdas cuando tenías que ir a un examen pero un chico no dejaba de acosarte y yo fingí ser tu novio para que él te dejara en paz? —preguntó sonriendo.
—Sí, sí lo recuerdo; por poco te metes en problemas con la que era tu novia en ese entonces —solté una risita baja sin poder evitarlo, pues era gracioso pensarlo.
—De hecho, sí los tuve; ella me abofeteó cuando estuvimos a solas. Pero ¿sabes algo? No me arrepiento. Tú y yo nunca nos hemos dejado solos; sabes que haría cualquier cosa por protegerte. Ese fue el motivo de la supuesta confesión de amor que te hice —se recargó en la mesa, viéndome como si fuéramos de esos amigos que darían la vida por el otro.
—Ya veo… ¡tonto! No vuelvas a hacer algo así, me asustaste —reí con él mientras seguíamos recordando nuestro pasado juntos—. Pero entonces —sus palabras regresaron a mí—, ¿entonces lo que dijiste sobre Magnus fue mentira?



#3167 en Novela romántica

En el texto hay: boxeo, medicina, sentimental

Editado: 13.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.