Bajo las estrellas

Reconciliación 1\2

Sarain poco a poco dejó de sonreír, adoptando una actitud más seria. Pensó unos segundos que parecieron eternos antes de, por fin, hablar.

—No, eso es completamente cierto, pero ¿sabes algo, Aurora? Hay cosas que es mejor que no sepas, o mejor dicho, es mejor que te mantengamos alejada de ellas —pronunció con una tranquilidad que parecía escandalosa en realidad.

—No soy una niña, ¿sabes? No hay motivo para que me trates como tal —reclamé en un tono pasivo-agresivo, dejando clara mi molestia hacia su comportamiento.

—Lo sé, se nota —bromeó, tratando de aligerar el ambiente—. Pero yo no quiero contarte eso porque quiero hacer las paces con Magnus. —Parecía nostálgico, podría jurar que hasta arrepentido de algo—. Desde que nuestros padres se separaron, nosotros también lo hicimos y… y yo solo quiero curar esa grieta que existe entre los dos.

Oírlo decir eso me hizo compadecerme de sus sentimientos, aunque no era solo por él, sino porque también pensaba que arreglar las cosas con su “hermano” sería bueno para Magnus.

—Si lo que dices es cierto, entonces quiero ayudarte —dije con firmeza, decidida a ser ese hilo que cosiera la herida entre ellos dos—. Yo le diré a Magnus, lo voy a convencer.

—¿Es en serio? —cuestionó un poco sorprendido.

—Sí, claro —sonreí—. Es más, voy a hacerlo ahora mismo. —Tomé mi mochila y escarbé en el montón de libros y papeles que parecían una especie de rebelión contra el orden de la vida, hasta que encontré mi teléfono y marqué hacia el número de Magnus, un poco inquieta mientras escuchaba el suave sonido de espera en la línea.

Después de unos instantes, él contestó.

—¿Qué pasa, bonita? ¿Estás bien? —preguntó al otro lado de la línea, con una voz que transmitía calma.

—Estoy bien, solo quería hablar contigo —respondí, intentando sonar serena.

—Perdona, solo que no es usual que me llames a esta hora. Pero dime, ¿de qué quieres hablar? —replicó con suavidad, como si supiera que ocultaba algo.

—Cielo, quería pedirte un favor… —levanté la mirada, encontrándome con los ojos de Sarain, tensos, fijos en mí; quizás estaba tan nervioso como yo—. Quería saber si aceptarías verte con Sarain… él quiere hablar contigo.

Del otro lado, solo hubo silencio. Un silencio demasiado largo para ser normal, tan denso que me hizo dudar si lo que hacía era realmente correcto.

—Por favor, solo quiero que arreglen las cosas —agregué, casi suplicante, con la esperanza de que mis palabras fueran suficientes para derribar aquella muralla invisible e imponente.

—Está bien, pero tú vendrás con nosotros… —cedió por fin, con un tono duro—. Hoy a las tres, frente al parque donde solíamos correr. Dile eso a él, sabrá de lo que hablo. —Su voz se apagó en un murmullo antes de colgar, dejándome con las palabras de agradecimiento atoradas en la garganta. Bajé lentamente el teléfono, soltando un suspiro prolongado.

—Hoy, a las tres, frente al parque donde solían correr… —murmuré. La expresión de Sarain era indescriptible, como si acabara de decirle que el mar se había secado o que algo igual de imposible había ocurrido. Finalmente, asintió con un leve movimiento.

—Yo iré con ustedes. ¿Puedes llevarme? —pregunté con cautela.

—Sí, claro… yo te llevo —tartamudeó un poco, pero lo aceptó.

—Bueno, tengo que ir a clases. Nos vemos —me levanté, recogí mis cosas y caminé hacia la salida de la biblioteca, sintiendo cómo la tensión aún vibraba en el aire.

2:44 p. m.

Estaba guardando mis libros cuando Nadia se acercó a mí con una sonrisa traviesa, de esas que siempre anunciaban algún comentario mordaz.

—No he visto a tu boxeador por la ventana, ¿no vendrá por su princesita hoy? —dijo con un tono burlón, muy propio de ella.

—No, hoy no vendrá —respondí con una risita ligera—. Mi príncipe azul tiene cosas importantes que hacer.

Justo en ese momento, noté la presencia de Sarain en la puerta del aula. Su figura me llenó de un nerviosismo inmediato, como si todo mi cuerpo hubiera reconocido el peso de lo que estaba por suceder.

—Nadia, ya tengo que irme. Nos vemos luego —dije apresurada, tomando mis cosas y dirigiéndome hacia él.

—¿Listo? —pregunté apenas estuvimos frente a frente.

—No… —contestó, con la sinceridad desnuda en su voz—. Pero hay que hacerlo.

Y así, sin añadir nada más, salimos juntos del edificio, caminando con pasos firmes pero apresurados, como si la prisa fuera la única manera de no detenernos a pensar más en lo que hacíamos.

El viaje en coche fue muy liviano, o al menos así lo sentí yo. Al llegar al lugar, era un parque sencillo, con algunas bancas, farolas y una hermosa fuente en el medio, por la cual pequeños chorros de agua caían en una especie de curva cristalina. Frente a ella estaba Magnus, sentado con su teléfono en las manos. Sarain y yo nos miramos en un reflejo antes de empezar a caminar hacia él.

Cuando Magnus nos vio, se acercó, tomó mi cintura con algo de prisa y me dio un beso en la frente.

—Hola, bonita… —comentó con voz calmada, casi perezosa. Yo le di un beso en la mejilla antes de que él dirigiera su mirada a Sarain y le hiciera un ligero movimiento de cabeza a modo de saludo.

—Bueno, ¿qué tal si caminamos un poco? —sugerí, en un intento de aliviar el ambiente entre ellos, que emanaba un aura muy densa. Ellos solo asintieron, empezando a caminar por el parque, pero el silencio aún estaba muy presente, tanto que lo único que parecía romperlo eran nuestros pasos contra el cemento bajo nuestros pies. Después de unos minutos así, sin avance, ya no aguantaba más: me detuve frente a ellos y, con la voz más autoritaria que pude hacer, hablé.

—¡Bien, ya basta! Esto no está funcionando, tienen que hablar. ¡No se arreglará nada si están en silencio todo el tiempo! —reclamé—. Voy a ir a comprar algo en la tienda y me quedaré sentada en una banca, vigilándolos desde lejos. ¡Y más les vale que intenten reconciliarse! —les ordené, dándome la vuelta para irme antes de que pudieran oponerse.



#2693 en Novela romántica

En el texto hay: boxeo, medicina, sentimental

Editado: 05.10.2025

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