Bajo las estrellas

Reconciliación 2/2

Salí de mis recuerdos al escuchar la voz de Aurora. La vi acercarse hacia mí, con él caminando detrás, como si intentara esconderse tras la mujer que amo, usándola como escudo, como un respaldo de su cobardía.

Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, tomé a Aurora de la cintura. No fue un gesto inocente, sino una señal de posesión que quise dejar clara ante él. Algo muy dentro de mí me gritaba que lo hiciera… un impulso, un presentimiento ardiente y peligroso, como el fuego que se niega a apagarse.

No quise saludarlo; él tampoco lo hizo. Ambos éramos conscientes de la incomodidad que nos envolvía.

Pasó un rato en el que nos mantuvimos distantes, con Aurora sirviendo como una especie de barrera de seguridad entre nosotros. Mi bonita —con ese carácter firme y esa luz que siempre la distingue— nos reprendió por nuestra evidente falta de entusiasmo. Después, se marchó, dejándome a solas con Sarain… aunque no del todo, porque incluso a la distancia podía sentir su mirada clavada en mí.

El silencio reinó durante algunos minutos. Nos sentamos en una banca bajo un viejo árbol, cuyas hojas caían lentamente, empujadas por las suaves caricias del viento. El atardecer teñía el cielo de tonos ámbar y violetas, y el aire olía a tierra húmeda y promesas rotas.

—Es muy patético de mi parte, ¿no es cierto? —rompió el aire con su voz.

—¿Qué cosa? —pregunté, fingiendo indiferencia mientras miraba al frente.

—Esto… ya sabes, usarla a ella para acercarme a ti —murmuró Sarain, inclinándose hacia adelante y apoyando los codos sobre sus rodillas.

—No es patético —respondí sin dudar—. Es cobarde… hasta humillante, diría yo.

—Sí —asintió en voz baja.

—Aunque también un poco patético —agregué.

—¡Bueno, ya! ¡Lo sé, ¿ok?! —exclamó, perdiendo la paciencia—. ¡Mierda! Uno intenta arreglar las cosas contigo, pero tú no colaboras.

Me sorprendió. Por un instante, fue como ver al Sarain de nuestra infancia, aquel que explotaba en emociones sinceras y sin filtros. Reí sin poder evitarlo.

—¿Vienes a pedirme perdón o a que peleemos aún más? —le dije, con una sonrisa burlona.

Me miró confundido, pero poco a poco una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

—Quién lo diría… aún tienes sentido del humor.

Lo observé y, por un momento, el pasado volvió a nosotros. Reímos juntos como hace años no lo hacíamos, y esa risa dolió tanto como sanó.

—Magnus… ¿qué fue lo que nos pasó? —preguntó de pronto, devolviéndole la gravedad al momento.

—Tú sabes muy bien lo que nos pasó —contesté después de unos segundos que parecieron eternos.

—Ya… ya es hora de que lo arreglemos, ¿no crees? —dijo él, con un hilo fino de esperanza entre las palabras, como si aún intentara sostener lo que la vida ya había desgarrado.

—¿Arreglarlo? ¿Cómo podríamos hacerlo? —giré la cabeza en busca de su mirada, y allí estaba: esperándome con cautela y una aparente franqueza.

—No lo sé… pero podríamos intentarlo, ¿no crees? —respondió, guardando silencio un momento antes de dirigir la vista hacia adelante, donde Aurora nos observaba con disimulo, jugando con una hoja entre sus dedos.

—Tal vez ella pueda ayudarnos, ¿no? Desde que la conozco, solo me ha traído paz y felicidad —dijo con una suavidad que me resultó insoportablemente dulce, demasiado pura para provenir de él.

Entonces lo entendí, lo comprendí casi de inmediato: como un pequeño destello en mi cabeza.

Él… él también la quería.

Pero entonces, ¿por qué estaba aquí conmigo? ¿Por qué me hablaba tan tranquilo, cuando yo… yo se la había arrebatado?

¿De verdad estaba aquí por mí… o por ella?

—¿En serio quieres hacerlo? —pregunté, sin poder ocultar la inseguridad que me consumía. Desde que pasó lo que pasó, ambos nos habíamos convertido en enemigos, buscando maneras de herirnos, de borrar la culpa con más daño.

Él solo sonrió y extendió su mano hacia mí.

—¿Amigos? —preguntó, con esa calma que tanto me desconcertaba.

Mi corazón palpitó con fuerza. Giré la cabeza y vi a Aurora, que tenía una pequeña sonrisa contenida en los labios.

—Hermanos, quizás —respondí, sintiendo una alegría fugaz mientras estrechaba su mano.

Después de eso, hablamos durante horas, hasta que el anochecer se presentó cubriendo el cielo con tonos azulados y naranjas. Era hora de despedirnos.

Caminamos juntos unos pasos hacia la acera. La calle estaba tranquila, casi vacía; el aire olía a tierra y el murmullo de los árboles nos envolvía en una calma extraña. Entonces, la duda se apoderó de mí otra vez.

—Antes de que te vayas… quiero preguntarte algo —exclamé con incertidumbre, mientras él se detenía junto a su coche.

—¿Qué cosa? —respondió casi de inmediato.

—Tú… tú la quieres, ¿verdad? —dije, sin apartar mis ojos de él.

—Claro que la quiero, ¿quién podría no hacerlo? —

Antes de que pudiera seguir, lo interrumpí:

—No me refiero a eso. Me refiero a si de verdad la quieres. Necesito saberlo —exigí, con una urgencia que crecía dentro de mí como levadura en un pan.

Él guardó silencio. Su quietud me mataba.

—No, yo no la quiero —sentenció de pronto, mirando al suelo bajo sus zapatos—. Yo la amo… la amo tanto o incluso más que tú. Pero… —levantó el rostro y sonrió. Era una sonrisa perfecta, silenciosa y letal a la vez—. No voy a oponerme a su felicidad. Solo… cuida de ella, ¿sí?

Abrió la puerta de su auto, y con un gesto amable —quizás demasiado sereno para todo lo que acababa de decir— se despidió antes de partir.

El sonido del motor se perdió entre las sombras, y por un momento solo quedó el eco del adiós flotando en el aire.



#3362 en Novela romántica

En el texto hay: boxeo, medicina, sentimental

Editado: 22.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.