Bajo las Estrellas de Verano

El Nacimiento de Arletth

Era una noche cálida de verano. El cielo se extendía como un lienzo oscuro, tachonado de estrellas tan brillantes que parecían querer bajar a la Tierra. En el pequeño pueblo, todo estaba en calma. Los susurros del viento acariciaban las hojas de los árboles, y los grillos componían una sinfonía suave que acompañaba la quietud de esa noche de luna nueva. Sin embargo, en una casa sencilla, alejada del bullicio, algo extraordinario estaba a punto de ocurrir.
Dentro de aquella casa, una mujer luchaba entre la vida y el dolor, dando a luz a su primera hija. La pequeña llegó al mundo justo cuando el reloj marcaba la medianoche, el punto exacto donde la luna se esconde y el manto de estrellas toma el protagonismo. Arletth abrió sus ojos por primera vez, y aunque eran los de una recién nacida, había algo en ellos que parecía reflejar la profundidad del cielo nocturno. Era como si el universo hubiera depositado en ella un fragmento de su inmensidad.
Los padres de Arletth, aunque emocionados por su llegada, no podían evitar sentirse distantes. No era que no la amaran, pero había una barrera invisible, algo que los mantenía fríos, incapaces de darle todo el cariño que ella necesitaba. Su padre, un hombre serio y reservado, apenas la sostuvo unos segundos antes de entregársela a la enfermera. Su madre, agotada y ajena, sonrió con un gesto que no alcanzaba sus ojos. En ese primer contacto con el mundo, Arletth sintió el peso de una soledad que la acompañaría en los años por venir.
Mientras Arletth dormía en su cuna, el viento nocturno seguía susurrando afuera, como si quisiera protegerla. Las estrellas brillaban con fuerza, como si supieran que la pequeña tendría un destino especial, un camino marcado por desafíos, pero también por una luz interior que ningún vacío podría apagar.
Desde esa noche, algo cambió en el aire del pueblo. Los vecinos comentaban entre susurros que Arletth tenía una mirada diferente, profunda, como si pudiera ver más allá de lo evidente. Algunos creían que ese cielo despejado y la luna nueva en su nacimiento eran un presagio, aunque no sabían bien de qué. Con el paso de los días, la bebé comenzó a mostrar una calma inusual para su edad, como si entendiera algo que los demás no podían ver. Su mirada, a pesar de ser la de un infante, inquietaba a quienes se atrevían a sostenerla.
El amor en su hogar, aunque presente en gestos básicos, carecía de esa calidez que ella tanto necesitaba. Su madre la cuidaba con eficiencia, cumpliendo con cada necesidad, pero siempre parecía estar ausente, perdida en sus propios pensamientos. Su padre, por otro lado, pasaba largos días en el trabajo, regresando solo para cenar en silencio antes de retirarse a su estudio. La pequeña Arletth, aunque rodeada de cuidados materiales, creció con la sensación de que algo faltaba, algo esencial que la hacía sentirse desconectada de quienes la rodeaban.
Sin embargo, el mundo exterior ofrecía otra cara. La naturaleza se convirtió en su primer refugio. A medida que crecía, Arletth descubría en los campos y bosques cercanos un lugar donde podía sentirse libre, donde la falta de afecto humano no dolía tanto. Se perdía en las estrellas, fascinada por cómo titilaban, como si le hablaran en un idioma que solo ella entendía. En esos momentos, sentía que no estaba sola, que había algo más grande que la conectaba con el universo.
El tiempo pasó, y aunque la relación con sus padres nunca cambió, Arletth fue desarrollando una fortaleza interior que la hacía destacar. Desde muy pequeña, mostraba una inteligencia natural, una curiosidad infinita que la llevó a refugiarse en los libros. Su madre, al notar su inclinación por el estudio, le compraba libros que devoraba con pasión, como si en esas páginas encontrara el cariño que tanto le hacía falta. Fue en uno de esos libros donde descubrió su primer gran sueño: ser maestra. Arletth adoraba la idea de cuidar, enseñar y guiar a otros niños, darles el cariño que ella misma no había recibido en casa.
Así, mientras las estrellas seguían brillando cada noche sobre su pequeña casa, Arletth crecía en cuerpo y alma. Aunque el vacío seguía ahí, su espíritu era resiliente, como si aquella noche estrellada en la que nació hubiera dejado en ella una chispa de luz que ninguna ausencia podría apagar. No sabía lo que el futuro le deparaba, pero algo en su interior le decía que estaba destinada a algo más grande, algo que ni siquiera las estrellas podrían anticipar.



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En el texto hay: amistades, crecimiento, amor.

Editado: 06.09.2025

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