Los días en casa, sin la presencia constante de su esposo, llevaron a Arletth a replantearse no solo su vida amorosa, sino todo lo que deseaba lograr como mujer y como madre. En esta nueva rutina, dedicó tiempo a sus hijos de una manera que antes no había podido. Llevaba a su hija a sus clases de danza y le enseñaba a su hijo algunos trucos matemáticos que aprendía en la escuela, y esas pequeñas actividades le dieron una nueva perspectiva de su rol como madre. Descubría una satisfacción profunda en guiarlos y ser testigo de su crecimiento.
En el trabajo, Arletth se comprometió aún más con su labor como maestra, dedicando horas adicionales para mejorar sus clases y conectar de una forma más significativa con sus alumnos. Descubrió que ayudar a otros niños también la llenaba de satisfacción y le recordaba por qué amaba enseñar. Organizó actividades creativas y ayudó a coordinar un festival de primavera, involucrando a los padres y haciendo que cada niño se sintiera especial y valorado. La escuela se convirtió en un refugio donde podía volcar su energía, recibiendo a cambio el cariño genuino de sus estudiantes.
Sin embargo, esta etapa no estuvo libre de desafíos. A menudo enfrentaba momentos de tristeza y dudas, sobre todo cuando las noches se alargaban y el silencio se hacía pesado. En esos momentos, Arletth buscaba refugio en su grupo de amigas, con quienes empezó a compartir sus miedos y esperanzas. Ellas le brindaron un apoyo que no esperaba y le enseñaron que era válido permitirse vulnerabilidad y pedir ayuda.
Martín seguía en su vida, pero Arletth comenzó a verlo bajo una nueva luz: como un amigo cercano, alguien que respetaba su proceso y que comprendía que ella necesitaba tiempo. Cada conversación con él le ayudaba a reflexionar sobre sí misma y a ver el mundo desde una perspectiva más amplia, pero no se apresuraba a profundizar en esa relación. En su lugar, decidió concentrarse en sus propios proyectos personales.
Un fin de semana, Arletth se inscribió en un curso de literatura infantil, un interés que había pospuesto durante años. El curso le devolvió una chispa de inspiración, haciéndola soñar con escribir algún día sus propias historias para niños. Se propuso como meta crear un libro de cuentos ilustrado, un proyecto que le daría un propósito fuera de las obligaciones diarias.
Con el tiempo, Arletth se dio cuenta de que estaba comenzando a encontrarse a sí misma en todos esos pequeños detalles de su vida, en sus hijos, en su trabajo, en sus nuevas amistades y en esos proyectos que le devolvían las ganas de vivir plenamente.