El día de la presentación de su libro llegó, y Arletth se despertó con una mezcla de nervios y emoción. Después de meses de trabajo arduo, estaba lista para compartir su historia con el mundo. La fiesta se llevaría a cabo en una pequeña librería del barrio, un lugar que había sido testigo de su evolución como escritora y madre.
La librería, decorada con globos y luces suaves, era un reflejo del cariño que había puesto en su proyecto. Amigas, familiares y algunos de sus alumnos estaban allí para celebrar con ella. Las risas resonaban entre los estantes, y la atmósfera estaba impregnada de amor y apoyo.
Arletth se sintió abrumada por la calidez que la rodeaba. Mientras firmaba los primeros ejemplares de su libro, miraba a su alrededor y se maravillaba de cuánto había crecido. En esos momentos, se sintió viva, llena de propósito. Los niños estaban en un rincón, dibujando y riendo, y su sonrisa iluminaba su rostro.
La fiesta avanzó entre brindis y anécdotas. Martín, quien llegó un poco más tarde, no tardó en acercarse a ella con una copa de vino en la mano. Sus ojos brillaban con admiración y alegría.
—Estoy muy orgulloso de ti, Arletth —le dijo, mirándola a los ojos—. Tu dedicación y pasión son inspiradoras.
Ella sonrió, sintiendo que su corazón latía más rápido ante la cercanía de él. La conexión entre ambos era innegable, pero también lo era la decisión que había tomado de enfocarse en sí misma.
Al final de la fiesta, cuando las luces comenzaron a apagarse y la librería se vació, Martín le ofreció acompañarla a la playa, un lugar que siempre había amado por su serenidad. Con la brisa del mar acariciando sus rostros, caminaron juntos, disfrutando del silencio y la compañía mutua.
El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos cálidos, y el mar reflejaba esa paleta de colores vibrantes. Arletth se sintió en paz, como si cada paso que daba la acercara más a su verdadero yo. Se detuvieron, y en ese instante mágico, la belleza del atardecer los envolvió.
Martín dio un paso adelante, mirándola intensamente. Ella sintió cómo su corazón latía con fuerza, el aire se volvió denso, y un susurro de emoción recorrió su cuerpo. Sin pensar, se acercaron, y en un movimiento casi espontáneo, sus labios se encontraron.
El beso fue suave y profundo, como una promesa de algo más. La mezcla del mar y el cielo se fundía a su alrededor, y por un momento, todo lo demás desapareció. Era un beso de película, lleno de posibilidades y nuevos comienzos. Cuando finalmente se separaron, Arletth sintió una calidez en su pecho, una chispa de esperanza que no había experimentado en mucho tiempo.
Martín sonrió, y ella supo que aunque estaba en un viaje personal, podía permitirse sentir y vivir el presente. Mientras se quedaban juntos observando el mar reflejar los últimos rayos de sol, Arletth comprendió que, aunque la vida estuviera llena de desafíos, también estaba llena de belleza y oportunidades inesperadas.