El tiempo avanzó, y el beso en la playa se convirtió en un hermoso recuerdo que Arletth atesoraría. Después de la presentación de su libro, la vida parecía haber tomado un nuevo giro para ella. Sin embargo, poco después, Martín la sorprendió con una noticia que cambiaría la dirección de su relación.
Una mañana, mientras compartían un café en una de sus cafeterías favoritas, Martín le reveló que había recibido una oferta para trabajar en el extranjero. La noticia la tomó por sorpresa, y en su interior, Arletth sintió una mezcla de felicidad y tristeza. Sabía que esta era una oportunidad única para él, una que no podía dejar pasar.
—Es un gran proyecto —le dijo Martín con una sonrisa—. Pero también quiero que sepas que no se trata solo de trabajo; también estoy emocionado por lo que podría significar para mí personalmente.
Arletth se sintió abrumada por la posibilidad de perder a alguien que había llegado a ser tan importante en su vida. Durante los días que siguieron, ambos hablaron sobre la realidad de la distancia. Se prometieron mantener el contacto, pero Arletth sabía que la vida, en su naturaleza impredecible, a veces hacía que los caminos se separaran.
Martín se fue, llevándose consigo un pedazo del corazón de Arletth. Aunque su partida dejó un vacío, también le enseñó a valorar cada momento que compartieron. Las risas, las charlas profundas y ese beso bajo el atardecer eran ahora parte de su historia, un hermoso eco que resonaría en su memoria.
Con el tiempo, Arletth se enfocó en su vida y en ser la mejor madre posible para sus hijos. Decidió no permitir que la tristeza de su partida la sumergiera en un mar de nostalgia. En lugar de eso, se dedicó a escribir, y cada página de su libro se convirtió en un homenaje a las experiencias vividas y a las conexiones profundas que había formado.
A menudo hablaba con sus amigas sobre su relación con Martín, riéndose de los momentos compartidos y recordando cómo su apoyo había sido fundamental en su proceso de autodescubrimiento. En esos recuerdos, encontró fuerza y gratitud. La vida continuaba, y Arletth se dio cuenta de que cada final también abría la puerta a nuevos comienzos.
Un día, mientras estaba en el parque con sus hijos, observó a los pequeños jugando y riendo, y sintió una oleada de felicidad. La alegría de ser madre y la realización de haber publicado su libro eran logros que no podía dejar de celebrar. Sin importar la distancia, Arletth supo que Martín siempre tendría un lugar especial en su corazón.
Con el tiempo, también comprendió que las experiencias compartidas no se desvanecen, sino que evolucionan, dejándole lecciones y recuerdos que la ayudarían en su camino. Así, con cada día que pasaba, Arletth se sentía más fuerte, más centrada y más lista para enfrentar lo que el futuro tenía reservado para ella.