Sentada en la terraza de su hogar, Arletth contemplaba el horizonte, donde el cielo se fundía con el mar. Había pasado un tiempo desde aquel viaje a la playa, pero la sensación de renovación y esperanza que había encontrado en ese lugar se mantenía viva en su corazón. Mientras sus hijos jugaban en el jardín, decidió que era el momento de compartir su historia, no solo como escritora, sino como madre.
Con una sonrisa, Arletth comenzó a recordar su niñez. Sus días de verano, llenos de juegos y sueños, eran un reflejo de su espíritu libre. Aunque había crecido en un entorno donde el cariño era escaso, siempre había tenido una imaginación desbordante. Se sentaba en el patio trasero, rodeada de flores, y soñaba con ser maestra, deseando con fervor transmitir amor y conocimiento a otros.
Sus recuerdos la llevaron a su adolescencia, una etapa de descubrimientos y emociones intensas. Recordó a sus amigos, esos lazos que parecían indestructibles y las primeras decepciones amorosas que la habían enseñado sobre la resiliencia. A menudo se reía de sí misma al recordar su fobia a los payasos, un miedo que había surgido tras un susto infantil, y cómo esa experiencia había dejado una huella en su vida. Cada risa, cada lágrima, había sido parte del proceso de convertirse en la mujer que era.
Cuando sus pensamientos se dirigieron a Martín, una mezcla de melancolía y gratitud inundó su corazón. Habló sobre el bello recuerdo que había dejado en su vida, sobre cómo ese beso en la playa había simbolizado no solo un amor, sino también un capítulo de autodescubrimiento y crecimiento. Aunque su camino se había separado, sabía que esas experiencias eran las que habían cultivado su fuerza interior.
Mientras sus hijos seguían jugando, Arletth reflexionó sobre el viaje que había recorrido. La publicación de su libro no era solo un logro profesional; era una celebración de su vida, una forma de dar voz a su historia y a las historias de tantas personas que también habían luchado y soñado. Había encontrado su propósito, y eso la llenaba de satisfacción.
Con el sol comenzando a ponerse, la luz dorada iluminaba el paisaje, y Arletth se sintió agradecida por cada momento vivido. Decidió llevar a sus hijos a caminar por la playa una vez más, a revivir la magia de aquellos días pasados. Mientras caminaban juntos, les contó historias sobre el mar, sobre cómo cada ola representaba un sueño por cumplir, y cómo incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que nos guía.
Esa noche, mientras las estrellas brillaban intensamente en el cielo, Arletth se sintió en paz. Había compartido su historia, su viaje, y comprendió que su vida era un mosaico de experiencias que se entrelazaban. Mirando hacia el futuro, sabía que había mucho más por venir, más capítulos por escribir y más sueños por cumplir.
Con el amor de sus hijos como faro, Arletth estaba lista para enfrentar lo que viniera, segura de que, con cada paso, seguiría creando una vida llena de amor, aprendizaje y aventuras. Su historia no terminó en el pasado; era un relato en constante evolución, un viaje que continuaba.
Fin.