Bajo Las Luces De Londres

CAPITULO 1

—Solo te pido que escuches la propuesta —insistió Richard, mirándolo de reojo mientras recorrían las calles del oeste de Londres en su coche de lujo. Aunque compartían las mismas facciones, había una gran distancia entre ellos en sus visiones de la vida—. Es una gran oportunidad, hijo.

Richard intentaba que su hijo viera la oportunidad de oro que tenía justo frente a él, en medio de su propio terreno profesional. A su edad, él mismo hubiera dado cualquier cosa por una invitación como esta. Sin embargo, Elliot miraba sin mucho interés los edificios históricos y los escaparates que desfilaban por la ventana, sumido en sus propios pensamientos. Ansiaba forjar su propio camino en la música, y el deseo de independencia lo cegaba a cualquier otra perspectiva.

Richard suspiró y redujo la velocidad al acercarse al semáforo en Kensington High Street. Las luces de la ciudad ya se reflejaban en el parabrisas, dándole al coche un resplandor cálido. Estaban en pleno atardecer londinense, y aunque las calles empezaban a vaciarse de turistas, el tráfico seguía denso. Richard observó a su hijo, decidido a no rendirse.

—Elliot —llamó, logrando captar su atención por un segundo—. Te repito, escucha lo que los productores tienen que decirnos. Son personas con talento, de confianza… amigos míos de años, gente respetada. Han hecho cosas brillantes en la industria.

Elliot volvió a desviar la mirada hacia el exterior. Los taxis, las paradas de autobuses y las luces de los comercios le parecían más interesantes que la conversación. A pesar de la insistencia de su padre, él ya estaba decidido a seguir su propio camino.

—No, papá… —respondió en voz baja, casi como si hablara consigo mismo—. Aprecio tu preocupación, de verdad, pero ya llevo demasiado tiempo trabajando en mi música y no quiero retrasarlo más.

El tono de Elliot contenía una mezcla de agotamiento y determinación. Richard lo miró por un instante, tratando de encontrar las palabras adecuadas. A lo largo de sus treinta años en el mundo del entretenimiento, había aprendido a reconocer una oportunidad que realmente valía la pena, y para él, esto podía marcar la diferencia en la vida de su hijo.

—¿Quieres hacerme caso, solo por esta vez? —preguntó Richard con un tono de voz más suave, intentando disimular la frustración que crecía en su pecho. Su hijo, aunque cercano a cumplir los treinta, parecía querer esquivar cada consejo que él le ofrecía—. Este proyecto tiene un buen presentimiento; podría ayudarte a llegar a un público que todavía no te conoce, a mostrar tu verdadero talento. No se trata solo de lanzar canciones y ya.

Elliot miró el reflejo de su padre en la ventanilla y suspiró. Por más que intentara negarlo, sabía que sus padres solo intervenían cuando creían que era estrictamente necesario, y esta era una de esas ocasiones. Richard y su esposa siempre habían sido discretos con las decisiones de sus hijos, pero esta vez, el empeño de su padre tenía un peso diferente.

—Sé que para mí todo es más complicado —dijo Elliot en un tono más bajo, como si de repente se le hubiera ido toda la energía—. Tú eres Richard Callahan, y todos piensan en ti cuando escuchan mi nombre. Sienten que, por ser tu hijo, no tengo que esforzarme, que todo me viene dado…

—Ser “hijo de” no es fácil, yo también lo fui —respondió Richard suavemente, recordando los años de su propia juventud en Londres, cuando él también luchaba por su espacio y por su identidad en la industria.

—Sí, pero… soy hijo tuyo y de mamá —añadió Elliot con una leve sonrisa, recordando cómo sus padres siempre habían estado presentes en su vida. Amaba a sus padres profundamente, y sabía que les debía todo lo que tenía. Sin embargo, había una lucha constante en él, un deseo de que la gente comprendiera que sus padres no le habían dado el mundo en bandeja.

Al llegar a la sala de reuniones, Elliot observó a su alrededor, percibiendo el ambiente con un ligero escalofrío. Las luces blancas y frías del lugar resaltaban el brillo metálico de los marcos de las ventanas, que ofrecían una vista al río Támesis y al Puente de la Torre. Los asistentes parecían concentrados, algunos consultando sus tablets, otros conversando en pequeños grupos. Elliot respiró profundo, intentando prepararse mentalmente para lo que sería una reunión más de su vida, o eso pensaba.

—Elliot, ven, quiero presentarte a alguien —le indicó Ivy, tomándolo del brazo con entusiasmo. Su mirada se dirigió a una joven que conversaba tranquilamente con uno de los productores, de espaldas a él.

La joven se giró al sentir las miradas en ella, y fue en ese momento cuando Elliot la vio por primera vez. La luz natural que se filtraba por las ventanas caía suavemente sobre su cabello oscuro, que caía en ondas delicadas alrededor de su rostro. Sus ojos eran de un azul profundo, y en su expresión había una mezcla de serenidad y confianza. Llevaba un vestido elegante y sencillo que reflejaba el buen gusto característico de las familias de renombre, pero lo que más llamó la atención de Elliot fue la seguridad en su mirada, como si ella fuese consciente del peso de su apellido y, aun así, estuviera decidida a demostrar que había más en ella.

—Elliot, ella es Victoria Blackwood —presentó Ivy con una sonrisa. El apellido le era familiar; los Blackwood habían sido una de las familias más influyentes en Inglaterra por generaciones, con conexiones que abarcaban desde la política hasta el mundo del arte. Elliot sintió un impulso de cautela, consciente de que Victoria, aunque joven, probablemente había crecido rodeada de personas que la observaban y evaluaban en todo momento.

—Un placer, Victoria —saludó, extendiendo su mano. Ella la tomó con delicadeza, aunque con firmeza. Su sonrisa era apenas perceptible, pero había una chispa en sus ojos que le dio a Elliot la impresión de que ella también lo estaba evaluando.

—El placer es mío, Elliot —respondió, con un acento inglés perfectamente marcado, sin rastro alguno de titubeo—. He escuchado hablar mucho de ti.




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