Todavía escuchaba en mi cabeza la voz de mi tía, como un eco imposible de apagar.
"Deja de soñar tanto, Eliana. El mundo es duro, mejor quédate en lo seguro."
La noche anterior habíamos cerrado tarde la cafetería y, entre platos sucios y tazas de café, ella me había repetido lo mismo de siempre.
Pero al despertar, la luz de Nueva Orleans se colaba por la ventana, dorada, vibrante, y mis sueños seguían allí. No había sermón capaz de apagarlos. Veía vestidos de encaje, telas de colores, pasillos iluminados y mi nombre en algún escaparate. Y aunque lo negara en voz alta, en silencio me lo repetía: yo quería algo más que la cafetería.
Esa mañana, mientras atendía mesas, la campanilla sonó y no necesité mirar para saber quién entraba. Tori Delacroix.
Tori siempre parecía venir de otro mundo. Vestida impecable, con un bolso de diseñador que seguramente costaba más que todo lo que había en este lugar. Y, aun así, era mi amiga. Mi amiga millonaria, como solía bromear en mi cabeza.
—Eliana, cariño —dijo, dejando su bolso sobre la mesa junto a la ventana—. Dime que has seguido dibujando tus diseños.
Yo reí nerviosa mientras servía café en una bandeja.
—No tengo tiempo para esas cosas, Tori. Aquí apenas me alcanzan las horas.
Ella chasqueó la lengua, como si acabara de escuchar la mayor tontería del mundo.
—¡Excusas! Tus bocetos son increíbles. No me importa lo que diga tu tía: voy a ayudarte a que esos vestidos dejen de ser un secreto.
Sacudí la cabeza y dejé la bandeja sobre la mesa.
—No puedo aceptar tu dinero. No sería justo. Tú tienes una vida distinta, Tori. Yo… yo solo soy la sobrina de la dueña de una cafetería.
Sus ojos brillaron con una mezcla de ternura y determinación que me desarmó.
—Precisamente por eso. Porque sé lo que vales. Déjame ayudarte, Ellie. ¿Qué tiene de malo que alguien crea en ti?
Bajé la mirada, jugando con el borde del delantal. Las palabras querían salir, pero se me enredaban en la garganta.
—No quiero ser tu proyecto de caridad.
Tori me tomó de la mano, firme pero suave.
—No lo eres. Eres mi amiga. Y cuando tu nombre brille en los escaparates de esta ciudad, sabré que hice lo correcto.
Iba a responder, pero la campanilla sonó otra vez. Y esta vez, el aire cambió.
Entró Evangs Millers.
Sentí que el mundo se me encogía. Su traje oscuro contrastaba con sus labios pintados de rojo intenso, y caminaba como quien sabe que todas las miradas le pertenecen. Se detuvo frente a mí, y esa sonrisa arrogante me atravesó como una daga.
—Qué sorpresa —dijo, con un tono meloso que me hizo apretar los dientes—. La costurerita que sueña con grandezas…
Quise responder, pero la voz se me atoró en la garganta. Antes de que pudiera reaccionar, Tori se levantó de inmediato, interponiéndose entre nosotras.
—¿Y tú qué haces aquí, Evangs? ¿No tienes algún desfile que arruinar con tu mal gusto?
Evangs sonrió, ladeando la cabeza, como un gato que juega con su presa.
—Digamos que me enteré de ciertos rumores… Que alguien pretende competir en mi terreno.
—¿Tu terreno? —pregunté, incrédula.
—El mundo de la moda, querida —respondió, acercándose un poco más, hasta que pude sentir el perfume fuerte que llevaba—. Nueva Orleans es demasiado pequeña para sueños tan grandes. Mejor quédate sirviendo cafés.
Sus palabras me quemaron por dentro. Me encogí por un instante, pero entonces sentí la mano de Tori apretando la mía.
—Pues prepárate, Millers —dijo ella, firme como nunca—. Porque no pienso dejar que pisotees a mi amiga.
Evangs me miró directo a los ojos, con una sonrisa peligrosa.
—Entonces será divertido verla intentarlo.
Giró sobre sus tacones y salió, dejando tras de sí un silencio pesado.
Me quedé inmóvil, con el corazón latiendo tan fuerte que sentía que iba a romperme el pecho. Entre el miedo y la rabia, una chispa nueva se encendió dentro de mí. Tal vez siempre me había escondido detrás de mis bocetos, detrás del delantal de la cafetería… pero ahora no podía seguir ignorándolo.
Por primera vez, pensé en serio que quizá había llegado la hora de dejar de soñar en silencio y empezar a luchar. ¡Acepta ,acepta! Mi mente me decía unas y otras vex
✨🌜🌛✨
Al final acepté. No sé cómo sucedió exactamente, si fue por la manera en que Tori me miraba con esa convicción inquebrantable, o porque estaba cansada de esconderme siempre detrás de un delantal. La verdad es que, cuando apreté su mano y le dije que sí, algo dentro de mí se liberó.
Tori sonrió como si hubiera ganado una batalla propia, y lo cierto es que sí lo había hecho. Ella siempre me ha visto con ojos distintos, como si yo fuera mucho más de lo que realmente soy.
Mi amiga es tan distinta a mí. Su cabello ondulado, rojizo con destellos castaños, parece arder bajo la luz tenue de la cafetería. Su piel blanca y delicada hace que sus ojos cafés claros brillen como caramelo al sol. Tori siempre está impecable, siempre elegante, siempre vistiendo conjuntos que parecen sacados de las vitrinas más exclusivas. Y aun así, tiene los pies firmes sobre la tierra cuando se trata de mí.
Yo, en cambio, soy otra historia. Morenita, con el cabello oscuro que apenas me llega a los hombros y que casi siempre ato en una coleta improvisada para trabajar. Mi piel es cálida, curtida por las horas en la cafetería y por los paseos al atardecer en Nueva Orleans. Nunca he necesitado demasiado, siempre me he sentido cómoda en mis vestidos sencillos y bonitos, de telas livianas y colores suaves. Vestidos que no llaman la atención, pero que me hacen sentir yo.
Quizá por eso Tori me regaló la casita de madera.
La primera vez que la vi, fue como descubrir un secreto solo mío. Un pequeño refugio en las afueras de la ciudad, rodeado de árboles y con el olor a resina impregnado en las paredes. Ella me entregó las llaves el día que confesé que mi mayor pasión era diseñar.
—Para que encierres ahí tus sueños —me dijo, guiñándome un ojo.
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amorsano, celos distancia amor a primera vista, sueños y magia
Editado: 08.11.2025