Bajo las luces de nueva Orleans

Capitulo cuatro:Bajo las luces del destino

El aroma a café recién hecho volvió a llenar la cafetería, como si el aire mismo quisiera recordarme que la vida sigue, que los días siguen, incluso cuando una parte de ti siente que algo está a punto de cambiar.
Era un martes cualquiera, o al menos eso parecía. Pero yo sentía un cosquilleo en el pecho, como si mi corazón supiera un secreto que mi mente aún no entendía.

—¿Puedes llevar estos beignets a la mesa dos, cariño? —me dijo mi tía, con su tono siempre dulce, mientras limpiaba la barra.
Asentí, sonriendo, aunque mis pensamientos estaban lejos. No podía dejar de pensar en aquel sueño. El chico de mirada borrosa, de voz que no alcanzaba a escuchar, de sonrisa que se desvanecía justo cuando intentaba acercarme.
Era solo un sueño, me repetía. Pero algo en mí no lo creía del todo.

La campanilla de la puerta sonó y el aire cambió. Siempre cambia cuando algo importante va a suceder.
Al principio no lo vi. Solo escuché una voz masculina, baja, cálida, pidiendo un café negro y un croissant.
Levanté la mirada y mis ojos lo encontraron.

Y por un instante, el mundo se detuvo.

Cabello oscuro ligeramente ondulado, piel clara, ojos entre cafés y miel que parecían haber guardado mil otoños. Llevaba una chaqueta marrón y un cuaderno en la mano. Su sonrisa era leve, apenas un gesto, pero bastó para que el corazón me diera un salto.
Era él.
No sabía cómo, pero lo supe. Era el chico del sueño.

—¿Todo bien? —preguntó él al notar que lo observaba, y yo parpadeé, sintiendo que se me encendían las mejillas.
—S-sí… claro, perdón. ¿Café negro y croissant? —dije, intentando sonar profesional.
—Exacto —respondió con una sonrisa ladeada—. Aunque… si el café lo preparas tú, seguro sabe mejor.

No supe si reír o esconderme detrás de la bandeja. ¿Quién hablaba así? ¿Y por qué sentía que ya lo conocía, como si nuestras almas se hubieran cruzado en alguna otra vida?

—Soy nuevo por aquí —continuó él—. Me llamo Kelian.
El nombre resonó en mi mente como una nota suave de jazz.
—Eliana —respondí, apenas en un susurro.

Él asintió con una sonrisa, como si hubiera esperado escuchar mi nombre toda su vida.

Mientras preparaba su café, sentía la mirada de mi tía sobre mí.
—¿Qué te pasa, niña? —me susurró, divertida—. Pareces haber visto un fantasma.
—No es nada, tía —mentí, aunque mi corazón decía lo contrario.

Kelian se quedó en la mesa del rincón, cerca de la ventana, escribiendo algo en su cuaderno. De vez en cuando levantaba la vista y me sonreía. No de esa forma invasiva con la que algunos hombres miran, sino con una calma que desarmaba. Como si me viera realmente.
Y eso, para mí, era peligroso.
Porque nadie me había visto así antes.

A la hora del cierre, cuando las calles empezaban a llenarse de música, Kelian seguía allí.
—¿Siempre tocan jazz en este barrio? —preguntó, guardando su cuaderno.
—Siempre —respondí—. Es como el corazón de Nueva Orleans, nunca deja de latir.
—Entonces me quedaré un tiempo —dijo, mirándome con algo que no supe descifrar—. Me gusta cuando algo late… aunque esté un poco roto.

No supe qué contestar. Su frase me golpeó de una forma extraña, como si él supiera lo que yo ocultaba: mis miedos, mis anhelos, mis ganas de escapar.
Antes de irse, dejó el dinero sobre la mesa y un papel doblado.
Cuando lo abrí, mi respiración se detuvo.
Era un boceto. Una silueta femenina con un vestido largo, hecho de líneas suaves y elegantes. Y en la esquina, una frase:
“Los sueños también pueden vestirse.”

Sentí que las piernas me temblaban. ¿Cómo podía alguien haber dibujado algo tan parecido a mis propios diseños?
Y lo peor… ¿por qué sentía que el destino acababa de abrir una puerta que no podría cerrar?

Esa noche, mientras caminaba de regreso a casa, el viento jugaba con mi cabello y las luces de los faroles parecían bailar. Pensé en mi madre, en mi tía, en la promesa que hice frente a la estrella Hermayioner.
Tal vez esa estrella me había escuchado. Tal vez él era la respuesta.

Subí al pequeño balcón, respirando el aire tibio de octubre.
En el cielo, la estrella brillaba más que nunca.
—Si eres una señal… —murmuré con una sonrisa—. Espero que no me rompas el corazón.

Dentro de mí, algo despertó.
La chica que cosía en silencio estaba a punto de escribir su propia historia.
Y aunque no lo sabía aún, Kelian sería la puntada más inesperada del destino.

♠️🩶Melodía bajo la lluvia♠️🩶

La lluvia llegó sin aviso.
Primero fueron gotas tímidas contra los cristales de la cafetería, luego un torrente que lavó las calles y pintó los reflejos de neón en los charcos. Era sábado, y la ciudad vibraba con ese encanto melancólico que solo Nueva Orleans puede tener cuando llueve.

Yo estaba detrás de la barra, ordenando unas tazas, cuando la puerta se abrió con el sonido familiar de la campanilla.
Y ahí estaba él.

Kelian.
Con el cabello ligeramente húmedo, la chaqueta empapada y esa sonrisa que parecía desafiar el clima. Traía consigo el mismo cuaderno marrón y un paraguas negro cerrado.
—Parece que el destino no quería que me quedara en casa —dijo, soltando una risita—. ¿Puedo refugiarme aquí?
—Solo si prometes no convertir la cafetería en un charco —respondí, sonriendo.

Él dejó su paraguas junto a la puerta y se acercó a la barra.
—¿Qué me recomiendas hoy?
—Depende. ¿Quieres calor o consuelo? —pregunté sin pensarlo.
Kelian arqueó una ceja, divertido.
—¿Esa es la carta secreta del menú?
—Algo así.
—Entonces… —sus ojos me buscaron con suavidad— hoy necesito consuelo.

No supe por qué, pero esa palabra me atravesó el alma. Le serví un chocolate caliente con crema y un toque de canela, la receta que me enseñó mi madre antes de irse.
—Esto cura corazones rotos —le dije.
—¿Y también los que no saben si están rotos? —preguntó él, serio por un momento.




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