Kelian....
La primera vez que la vi, el mundo sonó distinto.
No era el ruido del tráfico ni el tintinear de las tazas en la barra; era algo más... como una nota suspendida en el aire, esperando convertirse en canción.
Había entrado a esa cafetería por casualidad —o eso me dije— buscando un lugar donde esconderme de mí mismo. Pero el destino tiene un sentido del humor particular. A veces no te lleva donde quieres, sino donde necesitas estar.
Ella estaba detrás de la barra, con un delantal crema y una mirada que no sabía si era tímida o simplemente llena de pensamientos. Y cuando nuestros ojos se cruzaron, tuve esa extraña sensación de ya haberte visto antes, aunque no podía recordar dónde.
Tal vez en un sueño. Tal vez en otro tiempo.
—¿Todo bien? —le pregunté, intentando sonar tranquilo, pero por dentro algo se movía, como un latido fuera de compás.
Cuando dijo su nombre, Eliana, supe que no lo olvidaría.
Algunas personas llevan melodías en la voz. La suya sonaba a promesa y a despedida al mismo tiempo.
Me quedé en la mesa del rincón, fingiendo escribir, pero lo que hacía era observarla sin que se notara. Dibujaba trazos que no tenían sentido hasta que, sin darme cuenta, el papel empezó a llenarse de su silueta. Esa manera en que inclinaba la cabeza al servir el café, el mechón rebelde que escapaba del moño, la calma que fingía mientras sus dedos temblaban un poco.
Era hermosa, sí, pero no de esa forma obvia que todos buscan. Tenía algo que dolía mirar demasiado tiempo: verdad.
Dejé aquel boceto en la mesa cuando me fui.
No sabía si lo vería otra vez, pero necesitaba dejarle algo, como un susurro en papel.
El sábado, la lluvia me encontró antes de que yo la buscara.
Caminé sin rumbo hasta que vi el letrero de la cafetería iluminado entre la niebla. Entré empapado, riéndome de mi mala suerte… aunque en el fondo sabía que no era mala. Era la excusa perfecta para volver.
Eliana estaba allí, igual que antes, pero con un brillo distinto en los ojos. Tal vez la lluvia también la había estado esperando.
—¿Quieres calor o consuelo? —me preguntó.
Esa frase me atravesó. Nadie me había preguntado eso antes. Todos suelen ofrecer café, no consuelo.
Le respondí lo que sentía: que lo segundo.
Y ella, sin decir nada más, me preparó el mejor chocolate que he probado en mi vida. No por la receta, sino por la intención. Por cómo lo sirvió, como si estuviera curando algo que ni yo sabía que estaba roto.
Mientras dibujaba, la miraba entre reflejos de lluvia y cristales empañados. Cada vez que alzaba la vista, me descubría observándola, pero no apartaba la mirada. No huía. Y eso… me desarmó.
Hablamos de música, de sueños y de miedos. Ella me contó que quería coser vestidos que hicieran sentir a la gente viva. Yo le hablé de mis intentos de diseñar algo que no se rompiera con el tiempo. Quizá por eso la entendí tanto. Ambos buscábamos crear belleza desde nuestras grietas.
Cuando la invité a caminar bajo la lluvia, no supe si aceptaría. Pero lo hizo.
Y en ese momento, supe que no era una coincidencia.
Bailamos frente a un saxofonista que tocaba bajo el toldo de un bar.
Sus manos eran frías, pero el calor de su risa bastó para olvidar el mundo.
No recuerdo cuántas canciones sonaron, solo que su mirada tenía algo que me ancló a la vida.
Cuando la lluvia cesó, me acerqué y besé su frente. No porque quisiera avanzar, sino porque necesitaba detener el instante, sellarlo.
Su piel olía a café y a vainilla mezclada con lavanda
Le prometí volver el lunes.
Y cuando la vi alejarse entre luces doradas y gotas que aún caían, entendí que ya no era libre. Que algo en mí había elegido quedarse, aunque no lo dijera en voz alta.
Esa noche no pude dormir.
En el cuaderno, entre bocetos, dibujé la escena de la calle mojada, las farolas reflejadas y una figura femenina que parecía flotar entre la música.
Debajo, escribí una frase que no sé de dónde salió:
“Algunas almas no se encuentran. Se recuerdan.”
Y al verla ahí, en tinta, supe que Eliana no era una desconocida.
Era el eco de algo que mi corazón había estado esperando mucho antes de llegar a Nueva Orleans.
✨💐
No sé en qué momento Tori se volvió mi conciencia moral.
Desde que llegué al pueblo no ha dejado de repetirme que “entre sus amigas, prohibido tocar”, como si yo fuera algún tipo de depredador suelto.
Y lo peor es que, por una vez, tiene motivos para preocuparse.
Porque Eliana… bueno, Eliana no es como las demás.
Hay algo en ella que desarma. No necesita hablar mucho, ni maquillarse, ni fingir nada. Su silencio dice más que mil halagos, y su sonrisa… su sonrisa parece encender lugares en mí que ni sabía que estaban apagados.
Tori y yo íbamos camino a su casa para visitarla, cuando mi prima empezó su discurso número veintidós del día:
—Ni se te ocurra hacerle daño a Eliana. Te lo digo en serio, Kelian. Ella no es una aventura más de las tuyas.
—Tori, ¿cuándo te voy a convencer de que no soy tan terrible?
—El día que dejes de tener una fila de chicas suspirando detrás tuyo, incluido el desastre que tienes con Evans Millers.
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amorsano, celos distancia amor a primera vista, sueños y magia
Editado: 08.11.2025