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Kelian
Nunca planeé volver a verlo.
Pero hay lugares en Nueva Orleans que te llaman, incluso cuando intentas olvidarlos.
Esa noche, la niebla bajó tan densa que las luces de la calle parecían flotar. Caminaba sin rumbo, las manos en los bolsillos, con la mente perdida entre recuerdos de ella.
Eliana.
Su nombre seguía ardiendo en mi pecho como una vela que se niega a apagarse.
De pronto, una voz surgió de la oscuridad:
—Te dije que volverías.
Era él.
El brujo.
Sentado en el mismo rincón del callejón, con su capa oscura y el humo del incienso girando a su alrededor.
—No vine por curiosidad —le dije, deteniéndome frente a él—. Quiero entender qué está pasando conmigo.
El brujo levantó la mirada. Sus ojos no tenían edad; parecían haber visto más vidas de las que yo podría imaginar.
—Entonces siéntate —murmuró—. Hoy, el destino quiere hablarte otra vez.
Me senté frente a su mesa de madera vieja. Las velas crepitaban como si algo invisible respirara entre nosotros.
El brujo colocó un mazo de cartas sobre la mesa, cubierto por un paño rojo.
—Tu energía cambió —dijo, sin tocarme—. El amor lo hace… pero también lo desordena todo.
No supe qué responder. Solo lo vi barajar lentamente las cartas hasta que se detuvo.
—Escucha bien, muchacho —continuó—. Hay buenas y malas noticias.
—Empieza por las buenas —le pedí.
Volteó una carta. El Sol.
Una figura radiante iluminaba todo el dibujo.
—Tu corazón encontrará su camino. Hay alguien que encenderá en ti lo que creías apagado. El amor será tu fuerza, y también tu refugio.
Sentí que hablaba de ella. De Eliana.
Pero antes de que pudiera sonreír, el brujo volteó otra carta.
La Luna.
El dibujo tembló bajo la luz. Dos sombras miraban hacia un mismo reflejo.
—Ahora las malas —dijo con voz más baja—. No todo lo que brilla viene del cielo. Lo que amas será puesto a prueba, y el pasado regresará disfrazado de duda.
Fruncí el ceño.
—¿Qué significa eso?
El brujo alzó la mirada, y en sus ojos vi un destello, casi como si el fuego de las velas bailara dentro de ellos.
—Significa que el amor que te salva también puede herirte. Y que pronto deberás elegir entre quedarte… o protegerte.
El aire se volvió pesado.
—¿Y si elijo quedarme? —pregunté.
—Entonces prepárate para el dolor —susurró—. Pero también para entender quién eres realmente.
Las velas se apagaron solas.
Solo quedó el humo, girando en espirales doradas.
Cuando el fuego volvió, el brujo ya no estaba.
Solo quedaba una carta sobre la mesa. Una que no había visto antes.
El Corazón Partido.
No pertenecía a ningún tarot. Era solo un dibujo, hecho a mano, con tinta roja.
La guardé en el bolsillo.
Y mientras caminaba de regreso bajo la lluvia, no pude evitar pensar que ese pedazo de papel ardía más que el fuego.
💐
Kelian
No me fui enseguida.
El aire en ese lugar parecía latir, como si el tiempo se hubiese detenido entre el humo del incienso y las velas.
El brujo me miraba en silencio, con esos ojos que parecían saber lo que uno no se atreve a admitir.
—Aún tienes preguntas —dijo al fin—. Preguntas con nombre y rostro.
—Sí —respondí, bajando la voz—. Quiero saber qué camino me espera… con ellas.
—¿Ellas? —repitió con una sonrisa cansada.
—Eliana… y Evangs.
El nombre de Evangs resonó como una nota brillante en medio del aire denso.
El brujo arqueó una ceja, y luego murmuró:
—Ah… el alma dorada y el corazón de fuego. Dos caminos distintos hacia el mismo abismo.
Extendió su mano sobre las cartas y una corriente fría recorrió el lugar.
—Empecemos por la primera —susurró—. Eliana.
Dejó caer una carta. La Estrella.
Una mujer vertía agua sobre un río bajo un cielo infinito.
—Ella es la esperanza —dijo—. La que llega cuando el alma ya no cree en los comienzos. Te enseñará la ternura de lo simple, la calma después del ruido. Si eliges su luz, aprenderás a quedarte… incluso cuando el miedo te diga que huyas.
El silencio se volvió espeso.
Yo podía verla, como si la carta hablara en su voz.
Eliana, con su mirada serena y sus manos temblorosas al sostener una taza de café.
Eliana, que sin prometer nada, lo había cambiado todo.
—¿Y la otra? —pregunté, casi en un suspiro.
El brujo dejó caer la siguiente carta. La Sacerdotisa.
Una figura vestida de blanco, con una luna entre los dedos.
El reflejo de la vela se partió en dos sobre su rostro.
—Evangs —dijo—. La belleza que deslumbra y confunde. Su amor es fuego bajo el cristal: cálido, pero frágil. Ella no llega para quedarse, sino para recordarte lo que creíste haber superado. Si la sigues, todo brillará… hasta que el brillo te ciegue.
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Editado: 08.11.2025