Bajo las luces de nueva Orleans

Capitulo ocho:Entre miradas

Eliana

El auditorio olía a tela nueva, a perfume caro y a nervios disfrazados de sonrisas.
Era el día del concurso de moda que Tori había organizado, y aunque trataba de mantenerme tranquila, mis manos temblaban cada vez que tocaba una costura.
Nueva Orleans nunca había brillado tanto.

Las luces del escenario se reflejaban en los cristales del techo, y por un segundo sentí que todo lo que había pasado —el beso, las dudas, las palabras que no nos dijimos— se suspendía en el aire.
Kelian estaba entre el público.
Lo vi apenas llegué.
Camisa blanca, mangas dobladas, esa manera distraída de mirar el mundo como si lo tradujera en acordes.

Y justo cuando pensé que todo sería perfecto… entró Evangs.
Rubia, deslumbrante, vestida con un conjunto que parecía diseñado para brillar incluso sin luz.
Su sonrisa tenía filo.
Y sus ojos, dirección.

—¿También participas? —le preguntó Tori, sorprendida.
—Oh, claro. No podía dejarle todo el glamour a Eliana —respondió ella, sonriendo justo en mi dirección.

Me limité a asentir, aunque por dentro sentí un nudo formarse en el pecho.
No era solo competencia. Era la forma en que Evangs lo miró.
A Kelian.
Como si él fuera otro premio que también quería ganar.

Durante los ensayos, ella se acercó a él más de una vez.
Una risa aquí, una mano sobre el brazo allá.
Kelian la miraba, sí, pero con esa mirada de quien escucha sin oír.
Como si solo respondiera por educación.

Aun así, algo dentro de mí ardía.
No era rabia.
Era miedo.
Ese miedo absurdo a que alguien más notara lo que yo apenas comenzaba a entender: que él me importaba demasiado.

Cuando me tocó presentar mi diseño, mis piernas parecían de papel.
Pero al mirar hacia el público, sus ojos estaban ahí, fijos en mí, y el mundo volvió a alinearse.
Evangs podía brillar todo lo que quisiera, pero su luz no tocaba el lugar donde él y yo existíamos en silencio.

Después, cuando el concurso terminó, Evangs se acercó con una sonrisa ensayada.
—Bonito vestido, Eliana. Casi me haces dudar de participar —dijo.
—Casi —respondí, sin levantar la voz.

Kelian apareció a mi lado, casual, pero con esa manera suya de marcar presencia.
—Tu presentación fue increíble —me dijo, mirándome como si no hubiera nadie más.
Evangs ladeó la cabeza, divertida.
—Qué dulce. ¿Siempre tan atento con todas las participantes, Kelian?
Él sonrió apenas.
—Solo con las que me importan.

La rubia se quedó en silencio unos segundos antes de fingir una risa ligera.
Yo también sonreí, pero lo hice mirando al frente.
Porque si lo miraba a él, podía terminar creyéndome todo eso.

La noche antes de la final, el salón de costura estaba casi vacío.
Solo quedaban las luces cálidas, el sonido de las máquinas apagadas y el eco de mi respiración intentando no quebrarse.

Había dejado mi diseño principal colgado, listo para los últimos retoques.
Era mi vestido favorito: tela marfil con bordes de encaje y una caída que parecía respirar luz.
Representaba todo lo que yo era.
O lo que quería llegar a ser.

Salí un momento al pasillo por una taza de café, y cuando regresé…
mi mundo se detuvo.

La tela estaba rota.
El encaje, arrancado.
Las costuras, cortadas con una precisión demasiado cruel para ser accidente.

Por un segundo no sentí nada.
Solo ese vacío detrás del pecho cuando el alma no sabe si llorar o reír.
Luego la vi.
A Evangs, saliendo del salón, con su perfume flotando en el aire y esa sonrisa que fingía inocencia.
No dijo nada.
Ni falta hacía.

Me acerqué al maniquí, toqué la tela destrozada y respiré hondo.
Podría haber gritado, llorado, decirle a Tori o a Kelian.
Pero no.
No iba a darle el gusto de verme caer.

Me quedé toda la noche en vela.
Busqué retazos, mezclé colores, improvisé formas.
Corté con cuidado, cosí con furia, y cada puntada se volvió una respuesta.

Cuando terminé, amanecía.
El nuevo vestido no se parecía al anterior.
Era verde pastel, con toques brillantes que parecían atrapar la luz del amanecer.
Suave, etéreo, pero con una fuerza que no necesitaba gritar.
Como yo.

Tori entró y se quedó sin palabras.
—¿Desde cuándo tenías este diseño?
—Desde anoche —respondí, sin levantar la vista.

Kelian me vio antes de salir al escenario.
—Pensé que tu vestido era blanco —dijo, sorprendido.
—Lo era —contesté—, pero algunas cosas renacen más hermosas cuando se atreven a cambiar de color.

Él me sonrió con esa mirada que me sostenía sin tocarme.
Y por primera vez, entendí que el amor también podía ser eso:
callar, reconstruir, y seguir brillando sin pedir permiso.

El backstage era un torbellino de luces, voces y perfumes.
Entre las modelos, los retocadores y el ruido de los focos, solo podía escuchar el latido de mi propio corazón.
Cada paso que daba con mi vestido verde pastel parecía pesar tanto como liberar.
No era solo una prenda; era mi historia, cosida con paciencia y heridas.

Cuando dijeron mi nombre, todo el auditorio se llenó de silencio.
Caminé hasta el centro del escenario y sentí cómo las luces se reflejaban sobre los hilos brillantes de mi vestido, creando destellos suaves, casi mágicos.
El verde parecía moverse con el aire, como si respirara conmigo.




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