Bajo las luces de nueva Orleans

Capitulo trece:la magia del amor

la magia del hogar

Ruby llegó muy puntual a las siete y media. Siempre tan elegante, siempre tan precisa. Entró al café con su caminar seguro, ese que hacía que todos voltearan a verla aunque ella fingiera que no se daba cuenta. Se sentó frente a mí, sacudió un mechón de su cabello oscuro hacia atrás y me dedicó una sonrisa leve, cansada, pero sincera.

—Lo mismo de siempre —dijo, mientras yo anotaba su pedido en mi pequeño cuaderno.

Esa mañana estaba inquieta. Quizás era el calor húmedo de Nueva Orleans, o tal vez las palabras de Tori Delacroix repitiéndose en mi mente desde el día anterior: “Compra el local. Hazlo tuyo. Es el inicio de tu nueva vida.”
No podía creer que mi amiga me hubiera dado el dinero completo para hacerlo realidad. Aún me costaba procesarlo. Pero ahí estaba yo, a unas horas de abrir oficialmente mi local.

Cuando terminé de atender a Ruby, salí para organizar las mesas afuera. Me agaché a limpiar unas gotas de café derramadas y, de pronto, escuché pasos que reconocí sin siquiera voltear.

Kelian.
Y a su lado, Tori.

—¿Listos para atravesar ese portal de sueños? —anunció ella, levantando los brazos como si estuviera en medio de un escenario.

—¿Portal? —pregunté riendo.
—Sí, claro que tengo tiempo libre —contesté cuando Kelian me observó con esos ojos que parecían leerme el alma—. Aunque ustedes dos siempre tienen algo entre manos… —añadí con humor mientras me levantaba, orgullosa del delantal que llevaba puesto.

Nos subimos al carro. Salimos primero a la panadería por unos postres que Tori insistió en comprar “para bendecir el negocio”, y después tomamos la calle larga que conducía al local.

—Cierra los ojos —ordenó Kelian cuando ya estábamos a metros de llegar. Su voz tenía ese tono juguetón que me hacía temblar sin que él lo notara.

Cubrió mis ojos con una bufanda morada que reconocí enseguida: era la de Tori.
Me acomodé en el asiento, sintiendo el movimiento del auto. Cada curva era un misterio, cada segundo aumentaba mi ansiedad. Sentía que mi corazón se presionaba contra las costillas, desesperado por asomarse.

—Ya casi —susurró Kelian desde mi oreja, provocando un escalofrío rápido.

El carro se detuvo. Oí puertas abrirse, pasos, risas bajitas.
Luego, alguien tomó mis manos.

—Bienvenida a tu nuevo comienzo —dijo Tori.

Kelian soltó la bufanda. Abrí los ojos.

Y ahí estaba:
Mi local. Mi refugio. Mi sueño.

Las ventanas ahora tenían cortinas moradas y azules, largas, vaporosas, que caían como cascadas nocturnas. Las luces cálidas iluminaban las paredes recién pintadas, y el olor a vainilla y madera nueva me envolvió hasta los huesos.

—No puede ser… —dije con la voz quebrada.

—Sí puede —respondió Tori, orgullosa—. Y lo es. Lo compraste tú. Yo solo puse el empujón.

Me llevé las manos a la boca. Caminé unos pasos, tocando los estantes nuevos, las molduras, las telas que habíamos elegido. Todo parecía sacado de un sueño.
Mi sueño.

Kelian se acercó a mi oído, tan despacio que mi respiración se quedó atrapada.

—¿Quieres hacerlo realidad también conmigo?

Me giré. Sus ojos marrones brillaban como si guardaran un secreto.
Y antes de decir algo, él acarició mi mejilla.

—¿Quieres hacerlo… aquí? —pregunté en un hilo de voz.

—Siempre y cuando tú quieras —dijo.

Quería.
Lo quería desde la primera vez que sus dedos rozaron los míos por accidente.
Desde el primer “¿estás bien?” que me dijo sin apartar la mirada.
Desde que su risa se convirtió en mi sonido favorito.

Tori entendió la señal.
—Me voy. Tienen… cosas que hacer. —Guiñó—. Bendigo este lugar con amor, pasión y mucha suerte.
Y se fue cerrando la puerta.

Quedamos solos.
Él y yo.
La magia y el silencio.

Kelian dio un paso hacia mí.
Luego otro.
Y otro.

—No he dejado de pensar en ti —susurró.

Su mano bajó desde mi mejilla hasta mi cintura, lenta, segura, prendiendo cada parte de mi piel como si hubiera esperado demasiado tiempo para tocarme. Nuestros labios se encontraron primero suave… luego con hambre. Con necesidad.

Me levantó por la cintura, sentándome sobre la mesa principal, esa mesa de madera que yo misma había elegido. Su boca bajó por mi cuello, encendiéndome como si mis pulsaciones fueran pura electricidad.
Deslizó mis dedos entre sus cabellos. Tiré de él hacia mí.

—Te quiero —dije de golpe, sin pensarlo.
No pude contenerlo.

Kelian se detuvo un segundo, respirando fuerte.
—Yo también. Desde hace más tiempo del que imaginas.

Su sinceridad me desarmó.
Sus manos bajaron por mi cintura y la falda larga que yo llevaba se deslizó con un susurro al suelo.
Mis suspiros llenaron el local. Su nombre también.

El resto fue fuego.
Piel.
Ritmo.
Cuerpos buscándose sin descanso.




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