Bajo las luces de nueva Orleans

Capitulo dieciocho:cuando el odio crece

⭐“Cuando el odio crece”⭐

⭐Eliana⭐

Nunca pensé que el silencio pudiera doler.
Pero esa mañana… dolía como si me apretaran el corazón desde dentro.

El local estaba tranquilo. Demasiado tranquilo.
Las máquinas apagadas, las luces suaves, las cortinas moradas y azules que colgamos con tanto amor moviéndose despacio con la brisa.

Yo movía telas sin necesidad, solo para no pensar.
Porque si pensaba… dolía.
Y si dolía… me quebraba.

Kelian no había llamado.
Tampoco escrito.
Desde aquella noche… nada.

Tragué saliva, apretando la tela entre mis dedos.
—No estés imaginando cosas, Eli… —me dije—. Él volverá.

Pero mis pensamientos eran traicioneros.
Me repetían la frase de Evangs, esa sonrisa venenosa, esa mirada de “me perteneces”.

Y por más fuerte que yo intentara ser… la duda estaba ahí.

Justo cuando saqué un carrete de hilo, la campanilla de la puerta sonó.

Me giré…
y casi se me cae el alma a los pies.

—Hola, Eliana —dijo Evangs, entrando como si el local fuera suyo.

Tragué el miedo, lo pasé junto a la rabia… y me paré firme.

—¿Qué quieres?

Ella avanzó por el local sin permiso, tocando las telas, mirando mis máquinas, como si buscara qué destruir primero.

—Vine a despedirme —dijo con falsa tristeza.

—¿A despedirte de qué?

Su sonrisa se ensanchó.

—De ti. De esto. De tu jueguito. Kelian ya entendió que no puede vivir fuera de su apellido. Y tú… tú eres un recuerdo bonito. Pero un recuerdo igual.

Me mantuve inmóvil.

No iba a darle el gusto de verme temblar.

—No te creo —respondí.

—No tienes que hacerlo. —Levantó el mentón, soberbia—. Solo espera a que regrese. Él mismo te lo dirá.

Mi garganta ardió.
Pero mi voz salió firme:

—Sal de mi local.

Ella rió.

—¿Sabes qué es lo triste? Que tú de verdad crees que el amor lo puede todo. Qué adorable… y qué ingenua.

Caminó hacia la puerta, pero antes de irse, lanzó su veneno final:

—Cuando él regrese de Bogotá… lo hará siendo mío. Y cuando eso pase… pobrecita tú.

Salió.

Y yo… yo apenas pude sostenerme en pie.
El mundo se me encogió alrededor.

Pero no lloré.
No iba a derrumbarme por alguien que todavía no me había dado la oportunidad de escucharlo.

—Kelian… —susurré—. Si tú te rindes… yo no.

⭐Kelian⭐

Sentía el corazón golpeándome el pecho mientras veía a Evangs alejarse por el pasillo del apartamento de mis padres.

No había abierto la puerta.
No había cedido.
No había permitido que me manipulase otra vez.

Pero escucharla gritar que me amaba, escuchar a mis padres obligándome a casarme con ella… había encendido una furia que ni yo sabía que tenía.

Di un puñetazo contra la pared.

—¡Mierda! —grité.

Saqué la plata del colchón, la que llevaba ahorrando desde años atrás.
Necesitaba irme.
Necesitaba volver con ella.
Con Eliana.

Abrí la maleta y empecé a meter ropa sin pensar.

Pero entonces…

Toc-toc-toc.

El golpe en la puerta me heló la sangre.
Pensé que era Evangs otra vez, lista para humillarme, para chantajearme, para llorar hasta que yo cediera.

—¡Vete, Evangs! ¡No te quiero ver! —grité sin abrir.

Y en ese segundo…
sentí su perfume.

Lavanda.

La rabia me subió a la garganta.
El odio… la frustración…
El miedo a perder a Eliana para siempre.

Pero Evangs no respondió.

Se quedó ahí.
Respirando.
Esperando.

Hasta que escuché su voz por fin:

—Kelian… estás cometiendo un error. Solo quiero hablar. No puedo perderte…

—¡Fuera! —grité.

Escuché sus tacones alejarse.
Y luego… silencio.

Un silencio lleno de peligro.

Sabía que ella no se iba a quedar así.
Sabía que no iba a rendirse.
Y sabía que la próxima vez… no vendría sola.

Respiré profundo.

—Tengo que irme. Hoy mismo.

Tomé la maleta y salí del cuarto.
Cuando pasé por la sala, mis padres estaban ahí, como estatuas.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó mi padre.

Lo miré sin miedo.

—A vivir mi vida.




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