Bajo las luces de nueva Orleans

Capitulo diecinueve:te perdí....

⭐“Te perdí… pero voy por ti”⭐

Kelian

El papel entre mis manos estaba arrugado de tanto apretarlo.
Lo había leído tantas veces que ya casi podía recitarlo sin verlo:

“No puedo seguir contigo.
No me busques.”

Mentira.
No era su voz.
No era su corazón.
No era mi Eliana.

Salí del frente del local y empecé a caminar por la acera como un loco.
La gente me miraba, pero no me importaba.
Mi respiración era corta, mis pensamientos un torbellino.

La llamé.

Una vez.
Dos.
Cinco.
Diez.

Nada.

Su número sonaba…
y luego moría en silencio.

—Eli… —apreté los dientes—. No voy a creerlo. No voy a dejar que te alejen así.

Paré en seco.
Algo en mi pecho me ardió como fuego.

Yo la conocía.
Sabía cómo escribía.
Cómo hablaba.
Cómo se despedía…

Ella nunca se despedía sin un “cuídate”.
Sin un “te quiero”.
Sin una palabra suave.

Esto… era una orden.
Una imposición.

Y la única que tenía suficiente veneno para hacer que ella escribiera algo así era—

—Mamá —susurré.

Sentí una oleada de rabia subirme desde el estómago.

Corrí.
No sé cuánto.
No sé por dónde.

Solo sabía que tenía que encontrarla.
Ella no podía haberse ido muy lejos.

Primero fui al apartamento de su edificio.
Toqué.
Pedí.
Rogué.

Pero la vecina me dijo:

—Ay, niño, ella salió con dos maletas hace como una hora. No dijo para dónde iba… solo que necesitaba irse rápido.

Mi corazón se rompió un poco más.

—¿Iba sola? —pregunté.

—Sí. Solita. Con cara de que el mundo se le estaba cayendo encima.

Sentí que las piernas me fallaban.

Ella se había ido.
Se había ido porque la asfixiaron.
Porque la presionaron.
Porque estaba sola enfrentándose a mi mamá, a mi familia, a toda la porquería que yo debería haber detenido mejor.

—Eliana… —susurré—. ¿Qué te hicieron?

Bajé corriendo las escaleras del edificio, salí a la avenida, levanté la mano y paré un taxi.

—¿A dónde, joven? —preguntó el conductor.

—No sé —respondí con la voz quebrada—. Solo… manejemos. Tengo que pensar.

Y ahí supe algo:

No iba a descansar hasta encontrarla.

Aunque tuviera que buscar en toda Nueva Orleans.
Aunque me partiera el alma cien veces.
Aunque todo el mundo siguiera tratando de separarnos.

Yo iba por ella.

⭐Eliana⭐

La terminal de buses olía a café viejo, humedad y despedidas.
Las luces amarillas hacían que todo se viera más triste.

Me senté en un banco frío, con mis dos maletas a los lados, como si fueran paredes protegiéndome de caer.

Mis manos estaban heladas.
Mi corazón… peor.

Había apagado el celular después de enviar la nota que doña Teresa me obligó a escribir bajo amenaza.
No quería verlo sonar.
No quería ver su nombre.

Porque si escuchaba su voz…
no sería capaz de dejarlo.

Y él… él necesitaba tener una vida sin problemas.
Una vida sin estar peleando contra su propia familia.
Una vida sin tener que escoger entre su apellido y yo.

Tragué saliva.

—Lo hago por él… —susurré, apretando los ojos—. No porque quiero. Lo hago por él.

Una lágrima me rodó por la mejilla.

Me la limpié rápido.

No quería que nadie me viera llorar.

El altavoz anunció la salida del bus a Baton Rouge.Nunca pensé que ese día iba a llegar.

Saqué un suspiro profundo.
Tomé las maletas.
Avancé a la fila.

Pero justo al llegar al borde del pasillo del bus…

Algo dentro de mí gritó.

No era miedo.
No era culpa.
Era…
él.

Como si su nombre estuviera pegado a mis huesos.

Miré hacia atrás, hacia la entrada de la terminal, esperando algo imposible…

Y por un segundo, juro que sentí que él estaba cerca.

Muy cerca.

Pero no aparecía.

Así que subí al bus.

Y cuando me senté, apoyé la frente en el vidrio.

—Perdóname, Kelian… —susurré—. Ojalá algún día entiendas por qué lo hice.

⭐Kelian ⭐

El tercer taxi me dejó en la terminal de buses.

No sé cómo llegué a la idea.
Tal vez por pura intuición.
Tal vez porque yo también soy de los que huyen así.

Entré corriendo.
Miré cada fila.
Cada asiento.
Cada cara.

—Eliana… —murmuraba—. Eli… respóndeme…

Corrí por los pasillos.
Por las salas.
Por las plataformas.

Nada.
Nadie.

Hasta que vi una señora mayor acomodándose en un bus.

Me acerqué.

—Señora, perdón… ¿vio a una muchacha morena, cabello recogido, ojos grandes, dos maletas…? Estaba… estaba muy triste.

La mujer me miró con compasión.

—Ay, mijo… sí. Acaba de subir al bus para Baton Rouge. Pobrecita, estaba llorando…

Mi corazón dejó de latir.

—¿A qué hora sale?

—En dos minutos. Ya van a cerrar la puerta.

Sentí que todo mi cuerpo se encendía.

Corrí.

Corrí como si la vida se me fuera en ello.

Grité su nombre.

—¡¡¡ELIANAAAA!!!!

La gente se giró.
Los guardias levantaron la mirada.
Pero me dio igual.

Cuando llegué, el conductor ya estaba cerrando la puerta.

—¡ABRA! —le grité— ¡DEJE ABRIR! ¡Ella es mi… es mi vida, abra esa puerta! ¡Por favor!

El conductor negó con la cabeza.

—No puedo, joven. Ya está registrada la salida.

Golpeé la puerta con las manos.

—¡ELI! ¡ELI, SOY YO! ¡NO TE VAYAS! ¡NO TE ALEJES! ¡Eliii…!

Dentro del bus, se veía borroso por los vidrios empañados.

No sabía si ella me escuchaba.
No sabía si estaba ahí, tratando de no mirar.
O llorando.




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