⭐“Donde nadie la encontraría…”⭐
Eliana
No estaba en un sofá prestado por una amiga.
No.Estaba en la casa de Ángel, mi primo por respeto, aunque en realidad no compartíamos sangre.
Era sobrino del esposo de mi tía, pero toda la vida lo llamé primo.Y él… siempre me trató como familia.
Vivía en un barrio tranquilo de Baton Rouge, lejos del centro, en una casa pequeña de paredes color arena y olor a madera vieja.
Ángel era moreno, alto, de ojos azul oscuro —casi negros— y el cabello liso que le caía sobre la frente como si siempre estuviera saliendo de una revista.
Parecía misterioso, serio, pero cuando sonreía, tenía esa luz que hacía sentir seguridad.
Esa noche, cuando llegué llorando y temblando, él no preguntó.
Solo abrió la puerta y dijo:
—Pasa. Estás a salvo aquí.
Me dio una cobija, me preparó chocolate caliente y me dejó en la habitación que tenía libre, un cuarto sencillo con una cama amplia y cortinas beige.
Yo me senté ahí, con mis maletas sin desempacar, mirando el celular apagado.
Tenía el corazón partido en dos.
Ángel golpeó la puerta suavemente.
—¿Quieres hablar? —preguntó.
Negué con la cabeza.
No podía.
Hablarlo era revivirlo.
Y revivirlo me rompía.
Él se apoyó en el marco de la puerta, cruzado de brazos.
—Tu tía me dijo que si algún día te pasaba algo… yo debía ayudarte —murmuró—. Y lo haré. Pero dime algo, prima: ¿estás huyendo de alguien o de ti misma?
Tragué saliva.
—De ambos.
Él asintió, sin juzgar.
—Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites. Nadie te va a buscar en esta zona. Nadie sabe que yo vivo aquí. Y si vienen, no te entregaré.
Levanté la mirada, sorprendida.
—Ángel… no quiero meterte en problemas.
—Eres familia —respondió con voz firme—. Y si alguien te quiere lastimar… tendrá que pasar por mí.
Apreté los labios para no llorar.
Él agregó:
—No prenderé las luces del frente por unos días. Y apaga ese celular. Si él te está buscando… también lo harán los otros.
Mi corazón dolió fuerte.
Porque él tenía razón.
No podía volver.
No podía dar señales.
Si regresaba ahora…
destruirían mi local.
Destruirían mi vida.
Destruirían a Kelian.
Me acosté boca abajo en la cama, apretando la almohada contra mi pecho.
—Ángel… —susurré, con la voz quebrada—. Me duele. Me duele huir.
Él se acercó, me puso una mano en la espalda.
—Lo sé, prima. Pero a veces… huir es la única forma de proteger lo que uno ama.
Y lloré.
Lloré en silencio, sin fuerzas, sin voz.
Porque eso era exactamente lo que estaba haciendo:
Huyendo para protegerlo.
Huyendo para no dañarlo.
Huyendo para que él tuviera un futuro… aunque fuera sin mí.
Mi celular vibró en la mesa.
Otra vez.
Y otra.
Y otra.
No lo prendí.
Tenía miedo de mi propio corazón.
Ángel lo tomó y lo apagó por completo.
—Descansa —dijo—. Yo estoy aquí.
Y por primera vez desde que huí…
no me sentí completamente sola.
....
El celular vibraba.
Vibraba sin parar.
Era como si su desesperación traspasara la pantalla.
Me quedé sentada en la cama de la habitación que Ángel me había prestado, abrazando mis piernas, mirando el aparato sin atreverme a tocarlo.
Ángel estaba en la cocina preparando café.
Yo podía escuchar el sonido del agua hirviendo y el golpe suave de la cuchara contra la taza.
Respiré hondo.
Apreté los ojos.
Y finalmente, con manos temblorosas, desbloqueé el celular.
58 mensajes.
Kelian.
Los abrí uno por uno, aunque sabía que me iba a doler.
—Eli, solo dime si estás bien.
—No quiero casarme con ella. No entiendes cuánto te necesito.
—Dime dónde estás. No importa lo lejos.
—Perdóname si hice algo mal. Solo háblame.
—Regresa.
—Te amo.
—Te extraño.
Te extraño muchísimo.
Sentí un nudo en la garganta tan grande que casi no pude respirar.
—Kelian… —susurré, tocando la pantalla con la yema del dedo como si pudiera tocarlo a él.
Me llevé la mano a la boca para callar el sollozo que quería escapar.
Él no sabía.
No podía saberlo.
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Editado: 14.12.2025