Bajo los Faroles de Bourbon Street

Capítulo 8: Donde Arde el Silencio

Nueva Orleans parecía envuelta en un sueño aquella noche. Las calles estaban húmedas por una lluvia reciente, y los faroles reflejaban su luz dorada en los adoquines como si quisieran contar secretos antiguos.

Clara y Liam caminaban en silencio por Royal Street. Desde la distancia, se escuchaba el eco de un saxofón solitario, como una voz perdida entre recuerdos.

—¿Estás bien? —preguntó Liam, mirándola de reojo.

—Sí —respondió Clara, pero su voz sonó mecánica.

Liam se detuvo.

—No pareces bien. ¿Es por Riley?

Ella lo miró, cruzada de brazos.

—No es solo Riley. Es... todo.

—¿Todo?

—Sí, Liam. Tú me cuentas fragmentos de tu historia como si no pesaran, pero yo sigo sintiéndome como una invitada en tu mundo. Y cuando alguien como ella aparece, me doy cuenta de que sé muy poco de ti. Y tú... tú no sabes nada de mí.

Liam frunció el ceño.

—¿Eso es lo que crees? ¿Que no me importa saber?

—No lo sé. A veces siento que solo estamos jugando a ser algo que no va a durar. Que esto es solo una fantasía de verano entre músicos callejeros y turistas con heridas mal cerradas.

Liam dio un paso hacia ella, su voz más baja.

—No eres una fantasía, Clara. Pero si prefieres pensar que esto no significa nada, dime ahora y me voy.

Clara lo miró. Su pulso se aceleró.

—No quiero que te vayas. Pero también tengo miedo. Porque yo no vine aquí para enamorarme. Vine para huir.

Y ahí lo dijo.

Por primera vez.

—¿Huir de qué? —preguntó Liam, más suave.

Clara cerró los ojos por un instante.

—De alguien que me traicionó. Alguien en quien confié con todo mi corazón. —Hizo una pausa, mordiéndose el labio—. Estaba comprometida.

El silencio entre ellos fue inmediato. Denso. Pesado.

—¿Comprometida? —repitió Liam, sorprendido.

—Sí. Con mi mejor amigo. Bueno, lo que creía que era. Hasta que descubrí que llevaba meses engañándome... con otra de mis amigas. —La voz de Clara se quebró—. Me sentí estúpida. Perdida. Así que mi madre me envió aquí, con Lucille, para que “respirara”.

Liam no dijo nada de inmediato. Solo la miró, con una mezcla de tristeza y comprensión.

—Y ahora tienes miedo de que yo sea otra herida.

—Sí —susurró Clara—. Porque me estás empezando a importar. Y eso da más miedo que todo lo demás.

Después de unos minutos de caminata silenciosa, llegaron al Barrio Francés. Un grupo de artistas callejeros había montado un pequeño espectáculo de luces frente a una antigua fuente. Bailaban entre burbujas flotantes, antorchas y pequeños faroles de papel que subían al cielo con deseos escritos a mano.

—¿Qué es esto? —preguntó Clara.

—La “Noche de los Deseos” —dijo una mujer con acento creole—. Cada tercer viernes del mes. Escribimos lo que más queremos, lo que más tememos... y lo dejamos ir.

La mujer les entregó a ambos un farol de papel y un marcador negro.

Clara miró el suyo durante un largo rato. Luego escribió, sin mostrarle a Liam:

“Ser capaz de volver a confiar. Empezando por mí.”

Liam no preguntó qué había escrito. Solo se acercó y encendieron juntos sus faroles. Los vieron elevarse lentamente, alejándose como pequeñas estrellas. Clara respiró profundo.

—Gracias —murmuró—. Por quedarte.

Liam le tomó la mano. Esta vez, sin dudas.

—No voy a prometerte que no te haré daño, Clara. Pero sí te prometo que no estoy jugando. Esto —dijo, apretando su mano— no es un juego para mí.

Ella lo miró. No respondió. No hacía falta.

Porque en esa ciudad de magia y música, por primera vez en mucho tiempo, Clara Vance sintió que tal vez... solo tal vez... estaba lista para dejar de huir.




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