Bajo los Faroles de Bourbon Street

Capítulo 9: Ecos que Regresan

La mañana siguiente trajo consigo el sonido lejano de una banda de jazz, como si la ciudad misma despertara bailando. Clara abrió los ojos lentamente, aún con la sensación del calor de la mano de Liam entre la suya. Había dormido poco, pero algo dentro de ella se sentía... más liviano.

Bajó a la cocina de la tía Lucille, donde el olor a café fuerte y pan de maíz recién horneado llenaba el aire.

—Buenos días, corazón —canturreó Lucille, vestida con una bata púrpura con plumas en los puños—. ¿Dormiste bien o estuviste soñando con tu guitarrista?

Clara rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.

—Un poco de ambas cosas.

Lucille le guiñó un ojo justo antes de que la puerta principal sonara con dos golpes secos.

—¿Esperas a alguien? —preguntó Clara.

—No, querida. Pero en esta casa nunca se sabe.

Lucille abrió la puerta... y el mundo de Clara se detuvo.

Ahí estaba Él.

Con los mismos ojos verdes. El mismo corte de cabello. El mismo reloj de cuero que Clara le había regalado un diciembre.

—¿Andrew? —susurró, sintiendo cómo el pasado la golpeaba en el pecho como una ola.

—Hola, Clara.

Clara no sabía si quería gritar o reírse del absurdo de la situación. Su ex prometido, Andrew, estaba parado en la cocina de la tía Lucille como si fuera normal que apareciera después de meses de silencio... y de traición.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella, tensando la mandíbula.

—Tu mamá me dijo que estabas aquí. Vine a hablar. A explicar.

—¿A explicar? ¿Después de todo este tiempo?

Lucille, que observaba la escena con una taza de café en mano y cejas arqueadas, se retiró discretamente hacia el jardín.

—Mira, sé que no tengo derecho —dijo Andrew, bajando la voz—. Pero desde que te fuiste, no he dejado de pensar en lo que hice. Fue un error. Un gran error.

—No fue un error, Andrew. Fue una elección.

Él asintió, sin defensa. Y eso la descolocó más que cualquier excusa.

—Solo quería decirte que... estoy arrepentido. Que no hay un solo día en el que no quiera volver atrás y hacer las cosas bien.

Un silencio denso se instaló entre ellos.

—Es demasiado tarde —dijo Clara, finalmente. No con rabia. Sino con una firmeza nueva—. No vine aquí para olvidarte. Vine para recordarme que existo sin ti.

Antes de que Andrew pudiera responder, se escuchó música en la calle. Clara miró por la ventana.

Liam.

Tocando en su esquina habitual frente a la librería encantada. Su guitarra hablaba incluso cuando él no decía una palabra.

Clara salió sin mirar atrás. Caminó hasta Liam, que la vio venir con una mezcla de alivio y confusión.

—¿Todo bien? —preguntó, bajando la guitarra.

—No lo sé. Pero estoy aquí.

—¿Quieres hablar de eso?

—Sí. Pero no ahora. Solo... ¿puedo quedarme contigo un rato?

Liam asintió, dejando espacio junto a él. Ella se sentó, apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos, mientras él retomaba una melodía suave y melancólica.

La gente pasaba, dejaba monedas, sonreía. Pero para Clara, en ese momento, el mundo era solo ese rincón de calle, ese calor de cuerpo a cuerpo, y esa música que parecía escribir un idioma solo para ellos dos.

Esa noche, Clara abrió su diario por primera vez desde que llegó a Nueva Orleans. Escribió solo una frase:

“El pasado ha vuelto… pero esta vez, yo ya no soy la misma.”

Y al fondo, como un eco suave, una brisa acarició los faroles de Bourbon Street, como si la ciudad misma susurrara: aún no has visto nada.




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