La tensión en el refugio había alcanzado un punto de quiebre. Clara se sentía atrapada entre las múltiples capas de secretos que parecían rodearla, como una telaraña que la envolvía más con cada movimiento. Gabriel evitaba su mirada desde la noche anterior, y Adèle había mantenido una actitud reservada, casi fría, como si también estuviera procesando algo que no podía compartir.
Clara revisó nuevamente los papeles que Alexandre le había entregado. Las conexiones entre EvoGene y su madre parecían más profundas de lo que ella había imaginado, y cada línea le hacía sentir que estaba leyendo un relato distorsionado de su propia vida. Sin embargo, lo que más le inquietaba era la sensación de que alguien estaba manipulando cada uno de sus pasos.
Gabriel finalmente rompió el silencio.—¿Por qué sigues creyendo en lo que Alexandre te dice? Sabes que tiene sus propios intereses.
Clara levantó la vista, enfrentándolo.—¿Y tú, Gabriel? ¿Qué no me has dicho? Porque estoy segura de que también tienes tus propios secretos.
Su comentario lo tomó por sorpresa, pero Gabriel no respondió de inmediato. En cambio, desvió la mirada, como si las palabras que quería decir fueran demasiado pesadas para pronunciarlas. Adèle, que había estado escuchando desde el otro lado de la habitación, se levantó de repente.
—Esto no nos llevará a ninguna parte —interrumpió Adèle, con un tono firme pero cansado.—Si queremos sobrevivir, tenemos que trabajar juntos, no destruirnos desde adentro.
Clara dejó caer los papeles sobre la mesa.—Entonces empieza a hablar, Adèle. Porque tampoco creo que estés siendo completamente honesta.
El silencio que siguió fue sofocante. Adèle cruzó los brazos, mirando a Clara con una mezcla de frustración y resignación.—No es tan simple.
—Hazlo simple —exigió Clara, su voz firme.
Antes de que Adèle pudiera responder, un ruido afuera captó su atención. Todos se quedaron en silencio, escuchando. Era el sonido de ramas crujiendo, seguido de un leve murmullo.
Gabriel se acercó a la ventana, apartando ligeramente la cortina para mirar hacia afuera.—Hay alguien ahí.
Clara sintió cómo su corazón se aceleraba. Tomó la pistola que Adèle le había dado y se colocó detrás de Gabriel.—¿Quién es?
Gabriel negó con la cabeza.—No puedo ver bien. Parece una sola persona.
Adèle se acercó, con su arma en mano.—Sea quien sea, no podemos correr riesgos. Prepárense.
Los tres se posicionaron estratégicamente dentro de la cabaña, esperando a que el intruso hiciera su movimiento. Pasaron varios minutos en completo silencio, hasta que finalmente alguien llamó a la puerta.
—No estoy armado —dijo una voz masculina al otro lado.—Solo quiero hablar.
Clara reconoció la voz al instante. Su sangre se heló.—Es Alexandre.
Adèle intercambió una mirada con Gabriel, quien negó con la cabeza.—No podemos confiar en él.
Clara, sin embargo, tomó una decisión impulsiva. Abrió la puerta, enfrentándose a Alexandre, quien estaba de pie bajo la lluvia, con un semblante más agotado de lo que había visto antes.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Clara, apuntándolo con el arma.
—No vine a pelear —respondió él, levantando las manos en señal de rendición.—Pero hay algo que necesitas saber. Algo que cambiará todo.
El corazón de Clara latía con fuerza mientras intentaba decidir si debía confiar en él o no. La lluvia caía con fuerza, mezclándose con la incertidumbre que la rodeaba. En el fondo, sabía que cualquier decisión que tomara esa noche podría ser el principio del fin.
Editado: 17.01.2025