Bajo piel ajena

E23: El Precio de la Verdad

El laboratorio se había convertido en una jaula de emociones intensas, donde cada palabra y cada mirada podían desencadenar el caos. Clara permanecía inmóvil, sus ojos fijos en el dispositivo holográfico que Alexandre había mostrado. Las palabras aún resonaban en su mente: “Tienes que decidir, Clara. Es tu decisión.”

Gabriel se movió hacia ella, su respiración agitada por el esfuerzo de llegar hasta allí. Sangre corría por su frente, pero parecía no notarlo. Su mirada, llena de preocupación, se clavó en Clara.

—Clara, ¿qué está pasando? —preguntó, con voz tensa.

Ella lo miró, pero no pudo responder. ¿Cómo podía explicar todo lo que acababa de descubrir? Que su vida, su identidad, todo lo que creía ser, era una mentira.

Alexandre interrumpió el momento, su tono tan frío como el aire en la sala.

—No hay tiempo para dudas. Clara, si no decides ahora, EvoGene lo hará por ti.

—¡Cállate! —gruñó Gabriel, apuntándolo con su arma.

Alexandre alzó las manos, aparentemente tranquilo.

—No estoy aquí para luchar, Gabriel. Estoy aquí para ayudarla a entender quién es.

Gabriel ignoró sus palabras y se giró hacia Clara, bajando el arma lentamente.

—Clara, mírame. No tienes que escuchar a este hombre. Vamos a salir de aquí y resolver esto juntos.

Pero Clara sacudió la cabeza, lágrimas brotando de sus ojos.

—No lo entiendes, Gabriel. Si destruyo esto, nunca sabré la verdad sobre mí, sobre mi madre, sobre todo lo que pasó. Pero si no lo hago…

—Si no lo haces, condenas a otros a pasar por lo mismo que tú —la interrumpió Gabriel, su voz cargada de emoción—. No eres responsable de lo que te hicieron, pero puedes decidir cómo responder.

La tensión entre ellos era palpable, como una cuerda a punto de romperse. Alexandre observaba en silencio, como si disfrutara del drama que había desatado.

—No puedo… —Clara susurró, mirando a Gabriel con desesperación—. No puedo elegir.

—Sí, puedes. —Gabriel dio un paso hacia ella, su mirada llena de convicción—. Eres más fuerte de lo que crees, Clara. Siempre lo has sido.

Antes de que pudiera responder, una alarma comenzó a sonar en todo el laboratorio. Las luces parpadearon, y una voz mecánica llenó la sala.

—Intrusión detectada. Protocolo de evacuación activado.

Alexandre frunció el ceño, mirando hacia la consola.

—Llegaron antes de lo esperado…

De repente, Adèle apareció en la puerta, armada y cubierta de sudor.

—¡Clara, tenemos que irnos! La seguridad de EvoGene está aquí. Si nos atrapan, no saldremos vivos.

Clara se giró hacia ella, su mente girando en mil direcciones.

—No puedo irme… no todavía.

—¡No seas idiota! —gritó Adèle, avanzando hacia ella—. Este lugar va a explotar en minutos.

Alexandre la miró con calma, como si ya hubiera aceptado su destino.

—Ella tiene que decidir, Adèle. No puedes obligarla.

Adèle le lanzó una mirada llena de odio antes de volver a dirigirse a Clara.

—¿De qué está hablando? ¿Qué decisión?

Clara tragó saliva, su voz temblorosa mientras señalaba el dispositivo.

—Si destruyo eso, termino con todo lo que EvoGene ha hecho. Pero nunca sabré la verdad sobre quién soy.

Adèle parpadeó, incrédula.

—¿Estás bromeando? ¡La verdad no importa si estás muerta!

Gabriel puso una mano en el brazo de Clara, su toque cálido y firme.

—Clara, la verdad puede esperar. Lo que importa es que sigas viva para pelear otro día.

Clara cerró los ojos, sus lágrimas cayendo libremente. Las palabras de todos giraban en su mente, pero ninguna de ellas parecía suficiente para calmar el caos en su interior.

De repente, una explosión sacudió el laboratorio, haciendo que todos se tambalearan. Clara abrió los ojos justo a tiempo para ver cómo una parte del techo colapsaba.

—¡Clara! —gritó Gabriel, cubriéndola con su cuerpo mientras los escombros caían a su alrededor.

Cuando el polvo se asentó, Clara se levantó, sus ojos encontrando los de Gabriel. Había miedo en su mirada, pero también algo más: determinación.

—Tengo que hacerlo —dijo, su voz apenas un susurro.

—¿Hacer qué? —preguntó Gabriel, desesperado.

Clara se acercó a la consola, sus manos temblando mientras comenzaba a teclear. Alexandre sonrió levemente, como si hubiera esperado este momento.

—Sabía que lo entenderías.

—No lo hago por ti —respondió Clara, mirándolo con frialdad—. Lo hago porque ya estoy harta de que otros decidan por mí.

Gabriel intentó detenerla, pero Adèle lo sujetó.

—Déjala. Es su decisión.

—¡Pero…! —comenzó Gabriel, pero se detuvo al ver la mirada de Clara.

Ella presionó el último comando y se giró hacia ellos, con una mezcla de miedo y resolución en su rostro.

—Tienen que irse ahora.

—¿Qué? —exclamó Gabriel—. No voy a dejarte aquí.

—No tienes opción —dijo Clara, forzando una sonrisa—. No se preocupen por mí. Si no salvan el mundo, alguien más lo hará.

La puerta detrás de ellos comenzó a cerrarse automáticamente, y Adèle tiró de Gabriel con todas sus fuerzas.

—¡Vámonos, ahora!

Gabriel gritó su nombre, pero Clara no se movió. Sus ojos se encontraron por última vez, y ella le susurró:

—Vive por los dos.

La puerta se cerró con un estruendo, dejando a Clara sola con Alexandre y el dispositivo que había activado. Las alarmas seguían sonando, y el laboratorio temblaba como si estuviera a punto de derrumbarse.

—Eres más fuerte de lo que pensé —dijo Alexandre, con una extraña admiración en su voz.

Clara lo ignoró, sus ojos fijos en el holograma frente a ella. El final estaba cerca, pero aún había una última pieza del rompecabezas que necesitaba entender.



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Editado: 17.01.2025

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