Bajo Seudónimo

capitulo 2

El día no habia terminado pero debia salir de la oficina se sentia agobiada, el viaje en ascensor hasta la planta baja fue una tortura. Valeria intentaba mantenerse firme, pero su mente seguía repitiendo una y otra vez las palabras de Tomás. ¿Por qué tenía que ser tan incisivo? ¿Por qué sonreía de esa manera, como si supiera algo que ella no? No era justo. Esto no era parte del plan. Ella había venido a hacerle la vida imposible, no a permitir que él se metiera en su cabeza con comentarios que la hacían ruborizar.

Cuando finalmente llegó a la calle, respiró hondo. Necesitaba un café. Uno muy cargado. Caminó hasta la cafetería más cercana y pidió un capuchino doble. Estaba a punto de tomar el primer sorbo cuando escuchó una voz a su lado.

—Lucía, qué casualidad.

El capuchino casi se le cae de las manos. Tomás Ferrer, impecable como siempre, se encontraba de pie junto a ella, sosteniendo un expreso negro. Claro, porque él no podía tomar algo dulce. Seguramente el azúcar era demasiado emocional para su paladar.

—Señor Ferrer —dijo ella, tratando de sonar neutral.

—¿No deberías estar en la oficina? —preguntó con una ceja arqueada.

—Eh… Salí por un café —respondió, sosteniendo su vaso como si fuera un escudo protector.

Tomás asintió, dándole un sorbo a su expreso.

—¿Y también acostumbrabas a salir por café en tus otros trabajos de secretaria?

Valeria sintió un escalofrío. ¿Eso había sido una prueba? Sonrió con nerviosismo.

—Por supuesto. Un buen café ayuda a la productividad, ¿no cree?

Tomás la miró fijamente por unos segundos antes de responder.

—Depende de la persona. Algunos necesitan café, otros solo necesitan una buena motivación.

Valeria sintió que el doble sentido en su tono era intencional. Se aclaró la garganta y decidió cambiar de tema.

—¿Y usted? ¿Siempre toma café solo?

Tomás sonrió levemente.

—Me gusta el sabor fuerte. Sin distracciones.

—Ah, claro. Sin distracciones —repitió Valeria, dándole un sorbo a su capuchino mientras lo observaba por el rabillo del ojo.

Había algo en él que la intrigaba. Quizá era la forma en que hablaba, o cómo parecía disfrutar incomodándola. Pero, sobre todo, era el hecho de que, a pesar de su actitud distante, había algo en su mirada que decía que no era tan frío como quería aparentar.

—Bueno, será mejor que regrese —dijo finalmente Valeria—. No quiero que mi jefe piense que soy una secretaria irresponsable.

Tomás soltó una leve carcajada y asintió.

—Sí, no querríamos eso.

Se despidieron y Valeria regresó a la oficina con la sensación de que había perdido una batalla que ni siquiera sabía que estaba librando.

Al llegar, Clara la estaba esperando con los brazos cruzados.

—¿Qué demonios estás haciendo, Valeria?

Ella parpadeó.

—¿Cómo que qué estoy haciendo?

—Me refiero a esto. —Le mostró su teléfono, donde había una foto de ella y Tomás en la cafetería. No estaban haciendo nada particularmente sospechoso, pero la imagen tenía un aire de complicidad.

—¿Cómo conseguiste eso? —preguntó Valeria, sintiendo un nudo en el estómago.

—Las redes, querida. Parece que alguien te vio y decidió compartirlo. ¿Sabes lo que significa esto?

Valeria tragó saliva.

—Que necesito cambiar de cafetería.

Clara la miró con severidad.

—No, significa que tu plan de venganza peligra. Si sigues acercándote a él de esta manera, vas a terminar olvidando por qué empezaste todo esto.

Valeria suspiró. Sabía que su amiga tenía razón. Pero el problema era que, por primera vez, no estaba segura de querer recordarlo.

Esa noche, Valeria se revolvió en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Había iniciado todo esto con un plan claro: infiltrarse, hacerle la vida imposible a Tomás Ferrer y reírse al final. Pero ahora, después de la conversación en la cafetería y la foto viral, todo se sentía confuso.

Su teléfono vibró en la mesa de noche. Era un mensaje de Clara.

Clara: "Val, en serio, no te distraigas. No olvides lo que ese hombre dijo de tu libro. Concéntrate."

Valeria suspiró. Su amiga tenía razón. Se levantó de la cama, se preparó un té y sacó la reseña de Tomás. La volvió a leer. Cada palabra era un recordatorio del motivo por el que estaba allí. No podía permitir que una sonrisa arrogante y un café compartido la hicieran olvidar su misión.

A la mañana siguiente, Valeria decidió tomar las riendas de su plan. Si Tomás pensaba que podía desestabilizarla con sus comentarios ambiguos, estaba equivocado.

Llegó temprano a la editorial, armada con una estrategia: ser la peor secretaria posible sin que la despidieran. Derramó café en documentos importantes (accidentalmente, por supuesto), programó reuniones inexistentes y se equivocó de destinatario en correos clave.

—Lucía, ¿puedes explicarme por qué acabo de recibir una confirmación para un almuerzo con un autor al que nunca he leído? —preguntó Tomás con los brazos cruzados.

Valeria hizo una mueca de disculpa exagerada.

—Lo siento, señor Ferrer. Tal vez fue el destino. Quizás ese autor está destinado a ser su favorito.

Tomás cerró los ojos un segundo, exhalando con paciencia contenida.

—Lucía, si esto es tu forma de vengarte por algo, debo decir que me intriga. —Sus ojos la miraron con diversión—. Pero tendrás que esforzarte más.

El desafío estaba planteado. Valeria apretó los labios. No podía dejar que él tomara el control de la situación.

Durante el almuerzo, Clara la llamó.

—¡Valeria! ¿Qué estás haciendo? Ahora la editorial está convencida de que eres una incompetente.

—Clara, es parte del plan —susurró ella mientras observaba a Tomás desde la distancia.

—¿Parte del plan? ¿Y cuál es el siguiente paso? ¿Tropezarte con él y caer en sus brazos como en una novela barata?

Valeria miró el tacón de su zapato, que ya se estaba doblando ligeramente. Maldición. Conociendo su torpeza, eso era un peligro real.




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