Bajo Seudónimo

capitulo 3

La tarde transcurrió con una tensión sutil pero innegable. Valeria intentaba concentrarse en su plan, pero cada vez que Tomás le dirigía una de esas miradas llenas de diversión, sentía que su estrategia se desmoronaba un poco más.

Mientras organizaba unos documentos (y por organizar entendemos desordenar con estilo), Tomás se apoyó en el borde de su escritorio con los brazos cruzados.

—Así que, Lucía… ¿ya planeaste tu próxima catástrofe administrativa o será una sorpresa para los dos?

Valeria le lanzó una mirada indignada.

—¡No sé de qué habla, señor Ferrer! Soy la definición de la eficiencia.

Tomás alzó una ceja y tomó un sobre de la pila de papeles frente a ella.

—¿De verdad? Entonces explíqueme por qué este contrato está dirigido a ‘Tomás Terco’ en lugar de ‘Tomás Ferrer’.

Valeria sintió que la sangre se le iba al rostro. Había sido un accidente. Bueno, un accidente provocado. Pero eso no quitaba lo embarazoso de la situación.

—Oh… Debe haber sido un error tipográfico. ¿Cree que pueda deberse a un fallo en el teclado? Tal vez las letras se revelaron contra usted —dijo con una sonrisa inocente.

Tomás exhaló un suspiro y negó con la cabeza, aunque una pequeña sonrisa asomó en la comisura de sus labios.

—Voy a empezar a pensar que disfrutas esto.

Valeria alzó la barbilla con fingida dignidad.

—No sé de qué habla.

Cuando el reloj marcó las seis, Valeria recogió sus cosas con más rapidez de la habitual. Necesitaba distancia. Un respiro. Algo que le recordara que Tomás Ferrer no era más que un enemigo en su venganza literaria.

Pero justo cuando estaba a punto de salir, escuchó su voz.

—Lucía.

Se detuvo y se giró lentamente.

—¿Sí?

Tomás la observó un instante antes de hablar.

—Mañana tendremos una cena con un posible patrocinador. Necesito que vengas conmigo.

Valeria pestañeó.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Porque necesito a alguien que tome notas, coordine los detalles y evite que la conversación se desvíe a temas irrelevantes. Y dado que eres mi secretaria, eso te incluye.

Valeria sintió que su boca se secaba. ¿Una cena con él? ¿En un ambiente menos formal? La sola idea la ponía nerviosa.

—Claro —respondió, tratando de sonar tranquila—. Estaré allí.

—Bien —dijo Tomás, dándole un último vistazo antes de volver a su escritorio—. No llegues tarde.

Valeria pasó toda la noche intentando decidir qué ponerse. No quería dar la impresión de que le importaba demasiado, pero tampoco quería parecer desaliñada. Optó por un vestido negro discreto y unos tacones bajos (su torpeza no le permitía más riesgos).

Cuando llegó al restaurante, Tomás ya estaba allí, revisando su reloj con impaciencia. Al verla, alzó la mirada y su expresión cambió apenas perceptiblemente.

—Puntual. Impresionante —comentó con una media sonrisa.

Valeria alzó una ceja.

—Tenía que demostrarle que puedo ser eficiente, aunque le cueste creerlo.

Tomás no respondió, pero el brillo divertido en sus ojos lo dijo todo.

Se sentaron en una mesa elegante y pronto llegó el patrocinador, un hombre de mediana edad con una voz grave y presencia imponente. La conversación giró en torno a libros, contratos y estrategias de marketing, pero Valeria notó que, de vez en cuando, Tomás desviaba la vista hacia ella, como si le divirtiera su presencia allí.

Cuando el patrocinador fue al baño, Valeria lo encaró.

—¿Por qué me mira así?

Tomás se inclinó ligeramente hacia ella.

—Porque me intriga cómo pasaste de sabotearme a ayudarme en una cena de negocios.

Valeria se cruzó de brazos.

—Yo no lo llamaría ‘ayudar’… solo estoy haciendo mi trabajo.

—Claro —dijo Tomás con tono escéptico—. Lo que tú digas, Lucía.

Valeria sintió que su estómago se encogía. Su plan se complicaba cada vez más, y lo peor era que, en el fondo, no estaba segura de querer detenerlo.

La cena continuó con una extraña mezcla de profesionalismo y tensión latente. Valeria intentó concentrarse en tomar notas y seguir la conversación, pero cada vez que Tomás le dirigía una mirada furtiva, su concentración flaqueaba.

Cuando finalmente se despidieron del patrocinador, Valeria soltó un suspiro de alivio.

—Bueno, eso no fue tan terrible —murmuró mientras salían del restaurante.

Tomás caminó junto a ella, con las manos en los bolsillos de su impecable traje.

—¿Tan terrible esperabas que fuera?

—Usted no es precisamente el hombre más relajado del mundo. Me esperaba algo mucho más tenso.

Tomás sonrió de lado.

—¿Así me ves? ¿Como alguien rígido e inflexible?

—No —dijo Valeria, meditando sus palabras—. Lo veo como alguien meticuloso… y un poco fastidioso.

Tomás rió suavemente.

—Tú no te quedas atrás, Lucía.

El sonido de su nombre falso en su voz la hizo estremecer. Algo en su tono le decía que, en el fondo, él sabía que no era quien decía ser. Pero si sospechaba, no lo demostraba.

Cuando llegaron a la editorial al día siguiente, Valeria decidió que era hora de recuperar el control de la situación. Se le estaba yendo de las manos. Necesitaba hacer algo para recordar por qué estaba allí en primer lugar.

Así que programó una serie de pequeñas ‘inconveniencias’ para Tomás: le cambió la fuente predeterminada de su computadora a Comic Sans, reorganizó su agenda con citas ficticias y, como toque final, dejó un post-it en su escritorio con la frase: “Relájese, señor Ferrer. Sonría un poco”.

A media mañana, Tomás la llamó a su oficina. Valeria entró con la mejor cara de inocencia que pudo reunir.

—¿Sí, señor Ferrer?

Tomás sostenía el post-it entre sus dedos.

—Lucía, ¿quieres explicarme esto?

—Solo pensé que un poco de alegría no le vendría mal.

Tomás la observó por un momento y luego, para su sorpresa, soltó una risa baja y sincera.

—¿Sabes qué, Lucía? Me haces los días mucho más interesantes.




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