Valeria sintió un leve escalofrío recorrer su espalda. No porque tuviera miedo de Tomás, sino porque su risa había sido inesperada… y peor aún, agradable. Su plan requería verlo como el enemigo, pero cada vez que bajaba la guardia, él hacía algo que la desarmaba.
—Interesante —murmuró él, todavía con el post-it en la mano—. Eres la primera persona que intenta hacerme sonreír en esta oficina.
Valeria entrelazó sus dedos detrás de la espalda y se encogió de hombros.
—Siempre hay una primera vez para todo, señor Ferrer.
Tomás la observó con esa mirada analítica que tanto le molestaba… y al mismo tiempo, le fascinaba. Finalmente, dejó el post-it a un lado y volvió a centrarse en su computadora.
—Vuelve al trabajo, Lucía. Pero si sigues interfiriendo en mi rutina, me veré obligado a vengarme.
Valeria parpadeó, fingiendo inocencia.
—¿Vengarse? ¿Usted? ¿Cómo?
Tomás sonrió de lado.
—Eso, querida Lucía, lo descubrirás en su debido momento.
Durante el resto del día, Valeria no pudo evitar sentirse inquieta. ¿A qué se refería Tomás con "vengarse"? Intentó concentrarse en su trabajo, pero su mente divagaba constantemente. Para su desgracia, la respuesta llegó más rápido de lo esperado.
A la mañana siguiente, al llegar a su escritorio, encontró un café esperándola. Por un momento, sonrió, hasta que dio el primer sorbo y sintió un sabor indescriptiblemente amargo.
—¡Puaj! —exclamó, escupiendo el líquido en un pañuelo.
Desde la puerta de su oficina, Tomás la observaba con una expresión impasible.
—¿Algo malo con tu café, Lucía?
Valeria lo miró con sospecha.
—¿Qué le hizo a mi café?
—Nada. Solo pedí que te lo prepararan sin azúcar. —Tomás apoyó su hombro contra el marco de la puerta—. Pensé que te vendría bien probar algo diferente, ya que tú insistes en cambiar mis costumbres.
Valeria entrecerró los ojos.
—Toque bajo, Ferrer.
—Tú empezaste, Lucía —respondió él con tranquilidad—. Y yo siempre juego hasta el final.
El día transcurrió entre pequeñas venganzas. Valeria cambió el fondo de pantalla de Tomás por una imagen de un perrito vestido de ejecutivo. Tomás, sin inmutarse, le envió un documento de ochenta páginas para corregir, lleno de comas innecesarias y frases interminables.
—Espero tu revisión en una hora —le dijo con una sonrisa encantadoramente malvada.
—Usted es el mismísimo diablo —murmuró Valeria, tomando aire antes de empezar la tarea titánica.
A pesar de las pequeñas bromas, Valeria se dio cuenta de algo preocupante: disfrutaba demasiado la interacción con Tomás. Lo que comenzó como una venganza ahora parecía un juego entre ambos, y ella no estaba segura de querer detenerlo.
Cuando el reloj marcó las seis, Valeria se levantó, lista para irse. Pero justo cuando recogía sus cosas, Tomás apareció en su escritorio.
—Mañana habrá una presentación importante con la junta directiva —dijo con su tono habitual de seriedad—. Necesito que estés ahí conmigo.
Valeria levantó una ceja.
—¿Por qué yo?
Tomás la miró fijamente, como si la respuesta fuera obvia.
—Porque confío en ti, Lucía.
El corazón de Valeria dio un vuelco. No esperaba eso.
Y, por primera vez desde que comenzó su plan, no estuvo segura de qué hacer a continuación.
Valeria llegó a casa con el corazón latiendo con fuerza. "Confío en ti, Lucía." Esas palabras la habían dejado completamente descolocada. No porque fueran inesperadas, sino porque por primera vez sintió el peso de la mentira que sostenía.
Se dejó caer en el sofá y tomó su teléfono. Clara le había mandado varios mensajes.
Clara: "¿Cómo va el plan?"
Clara: "Dime que al menos ya lograste hacerlo sufrir un poco."
Clara: "Val, responde. Empiezo a preocuparme."
Valeria suspiró y escribió: "Todo bajo control." Luego dejó el teléfono a un lado y cerró los ojos. Mentirle a Tomás se estaba volviendo más difícil de lo que imaginaba.
A la mañana siguiente, llegó temprano a la oficina, lista para la presentación. Tomás la esperaba en su despacho, impecable como siempre, repasando unos documentos.
—Bien, Lucía —dijo sin apartar la vista de los papeles—. Hoy es un día importante. ¿Lista para impresionar a la junta?
—Por supuesto —respondió Valeria con una confianza que no sentía.
Tomás levantó la mirada y la observó por un momento antes de asentir.
—Eso espero.
El tono serio en su voz la hizo sentir un extraño nerviosismo. Como si quisiera demostrarle que realmente podía estar a su altura, que no era solo una impostora con un plan ridículo.
La sala de conferencias estaba llena. Valeria tomó asiento junto a Tomás mientras él comenzaba su exposición. Su voz firme y segura mantenía la atención de todos, y Valeria se sorprendió admirándolo. No era solo un crítico implacable, también era un hombre con un talento indiscutible para la oratoria.
Cuando llegó su turno de hablar, respiró hondo y se puso de pie. Sabía lo que tenía que decir, había practicado cada palabra. Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Tomás, su mente se quedó en blanco.
Hubo un silencio incómodo. Valeria sintió el calor subir a su rostro. "No, no ahora."
Tomás, sin perder la calma, deslizó una hoja con notas hacia ella, cubriendo el gesto con naturalidad.
Ella lo miró con gratitud y, con un susurro casi inaudible, dijo:
—Gracias.
Terminada la presentación, Valeria salió de la sala con una mezcla de alivio y confusión.
—Lo hiciste bien —dijo Tomás, alcanzándola en el pasillo.
—Gracias a ti —admitió ella, sin poder evitar una sonrisa.
Tomás ladeó la cabeza, estudiándola.
—Tienes talento, Lucía. Más del que aparentas.
Las palabras la golpearon más de lo que deberían. Porque él no estaba viendo a Valeria Suárez, la escritora fantasma, sino a "Lucía", la mujer que había creado para esta farsa.