Bajo Seudónimo

capitulo 6

Valeria sintió un calor inexplicable subirle al rostro. No podía apartar la mirada de Tomás, no después de lo que acababa de decir. Intentó reírse, minimizar el momento, pero su voz salió inusualmente débil.

—No exageres, Ferrer. Solo soy una secretaria torpe con mal equilibrio.

Tomás inclinó la cabeza, como si la estuviera analizando con esa mirada que tanto la ponía nerviosa.

—No —dijo con calma—. Eres mucho más que eso.

Las palabras quedaron suspendidas entre ellos, cargadas de un significado que Valeria no se atrevía a descifrar. Antes de que pudiera responder, un editor se acercó para saludar a Tomás, dándole el respiro que tanto necesitaba. Aprovechó la distracción para escaparse al baño, donde se apoyó contra la puerta y exhaló con fuerza.

Esa noche, al llegar a su apartamento, Valeria ignoró los mensajes de Clara. Sabía lo que su amiga diría, y no quería escuchar un discurso sobre lo peligroso que era esto. Porque Clara tenía razón. Todo esto era un error monumental, y lo peor de todo era que Valeria ya no quería corregirlo.

Se dejó caer en la cama, mirando el techo. Había llegado con la intención de hacerle la vida imposible a Tomás, pero de alguna manera él se había colado en la suya. No como un rival. No como un objetivo. Como algo más.

Y esa idea la aterrorizaba.

Los días siguientes, Valeria intentó actuar como si nada hubiera cambiado. Se centró en su trabajo, evitó prolongar sus conversaciones con Tomás y se prometió a sí misma que volvería a su plan original.

Pero Tomás parecía haber decidido lo contrario.

—Lucía —la llamó una tarde, deteniéndola justo cuando estaba por salir—. Ven conmigo.

Ella se tensó.

—¿A dónde?

—Es una sorpresa —respondió con una sonrisa enigmática.

Valeria frunció el ceño.

—No me gustan las sorpresas.

Tomás se encogió de hombros.

—Demasiado tarde. Ya está decidido.

Antes de que pudiera protestar, él ya caminaba hacia la salida, y Valeria, contra todo instinto, lo siguió.

Minutos después, estaban en una pequeña librería escondida en un callejón poco transitado. Valeria observó a su alrededor con curiosidad.

—¿Por qué me trajiste aquí?

Tomás tomó un libro de una estantería y se lo entregó.

—Porque quiero que leas esto.

Valeria bajó la mirada y vio el título. Era un libro de una autora que admiraba, una historia sobre dos personas que, contra toda lógica, terminaban enamorándose.

Levantó la vista y se encontró con la expresión seria de Tomás.

—Quiero que entiendas algo —dijo él en voz baja—. A veces, lo que empieza como un error… termina siendo lo mejor que nos pudo pasar.

Valeria sintió un nudo en el estómago. Porque en ese momento supo que ya no podía seguir fingiendo.

Valeria sostuvo el libro entre sus manos, sintiendo su peso más de lo que realmente pesaba. No podía apartar la vista de Tomás, de la manera en que la miraba, como si estuviera esperando que comprendiera algo que él ya había entendido hacía tiempo.

—¿Y qué se supone que aprenda de esto? —preguntó con voz apenas audible.

Tomás apoyó una mano en el estante a su lado, inclinándose un poco hacia ella.

—Que las mejores historias son las que no planeamos. Que, a veces, cuando creemos que tenemos todo bajo control, la vida nos demuestra lo contrario.

El corazón de Valeria latía con fuerza. Su respiración era superficial, como si de repente le costara absorber suficiente aire. Su plan inicial se sentía tan lejano ahora. Había entrado en la vida de Tomás buscando venganza, pero ahora… ¿qué estaba buscando realmente?

Tomás no le dio tiempo de responder. Se enderezó y le dio una suave palmadita en la tapa del libro.

—Léelo. Y cuando lo termines, dime qué piensas.

Y con eso, se giró y se alejó, dejándola sola en la librería con más preguntas que respuestas.

Esa noche, Valeria no pudo dormir. Se quedó acostada con el libro en su regazo, incapaz de abrirlo, incapaz de dejarlo a un lado. Lo sostuvo entre sus dedos, repasando las palabras de Tomás en su mente una y otra vez.

A la mañana siguiente, entró a la oficina con la firme decisión de ignorar todo lo que había sucedido en la librería. Necesitaba recuperar su enfoque. Pero al ver a Tomás en su escritorio, mirándola con esa media sonrisa que la hacía temblar, supo que no sería tan fácil.

—¿Lo leíste? —preguntó sin rodeos.

Valeria apretó los labios.

—Aún no.

Tomás asintió lentamente, como si lo hubiera esperado.

—Tómate tu tiempo. Pero cuando lo hagas, quiero una respuesta honesta.

Se marchó sin decir más, dejándola con un peso en el pecho que no supo cómo manejar.

Los días pasaron y Valeria finalmente cedió. Abrió el libro una noche y comenzó a leer, diciéndose a sí misma que solo serían unas pocas páginas. Pero cuando se dio cuenta, ya estaba sumergida en la historia. La forma en que los personajes se resistían al destino, en cómo trataban de alejarse solo para terminar más cerca… le resultaba dolorosamente familiar.

Cuando llegó al final, cerró el libro y suspiró. No podía negar la verdad. Lo que Tomás había querido mostrarle estaba claro como el agua.

Al día siguiente, cuando entró a la oficina, él la estaba esperando. No dijo nada al principio, solo la observó. Valeria dejó el libro sobre su escritorio.

—Lo terminé —admitió en voz baja.

Tomás apoyó los codos en la mesa y entrelazó las manos.

—¿Y qué piensas?

Valeria tragó saliva. Sabía que este era el momento en el que debía tomar una decisión. Podía seguir con su plan, mantener la distancia, fingir que nada había cambiado. O podía admitir lo inevitable.

Tomó aire y sostuvo la mirada de Tomás.

—Creo que tienes razón —dijo finalmente—. Algunas historias no se planean. Solo suceden.

Tomás sonrió levemente, como si hubiera estado esperando exactamente esa respuesta.

—Me alegra que lo veas así.




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