Valeria pasó el resto del día con la mente enredada en pensamientos que no podía ordenar. Había dicho la verdad, por primera vez en mucho tiempo, y eso la aterrorizaba más de lo que esperaba. No era solo admitir que su plan original se había desmoronado, sino aceptar que Tomás se había convertido en algo más que un objetivo.
Esa tarde, cuando se disponía a salir de la oficina, Tomás apareció en su camino.
—¿Te gustaría tomar un café? —preguntó con esa naturalidad que la hacía temblar.
Valeria parpadeó.
—¿Ahora?
—Sí, ahora. No tienes planes, ¿verdad?
No, no los tenía. Y eso era un problema. Quería decir que sí y al mismo tiempo quería huir. Pero su propio cuerpo la traicionó cuando asintió con timidez.
—Bien —dijo Tomás con una sonrisa—. Vamos.
El café era un lugar pequeño y acogedor, con luces cálidas y un aroma embriagador a vainilla y canela. Tomás eligió una mesa junto a la ventana y esperó a que Valeria tomara asiento antes de hablar.
—Dime la verdad, Lucía —dijo, apoyando los codos sobre la mesa—. ¿Qué es lo que realmente estás haciendo aquí?
Valeria sintió que su estómago se encogía. Sabía que este momento llegaría, pero no esperaba que fuera tan pronto.
—No entiendo a qué te refieres —intentó evadir, revolviendo su café sin necesidad.
Tomás soltó una risa suave.
—Creo que sí entiendes. Has estado actuando de forma extraña desde el primer día. Primero intentaste sabotearme, luego parecías querer evitarme, y ahora… —hizo una pausa, inclinándose un poco hacia ella—. Ahora pareces estar tan confundida como yo.
El corazón de Valeria latía desbocado. No podía seguir mintiendo, pero tampoco estaba lista para la verdad completa. Así que solo dijo lo único que tenía sentido en ese momento.
—No sé qué estoy haciendo, Tomás. Pero sé que ya no quiero alejarme.
Los ojos de Tomás brillaron con algo que Valeria no supo descifrar, pero que le hizo sentir que, de alguna forma, estaban en el mismo punto.
El silencio entre ellos no era incómodo. Era denso, cargado de posibilidades. Tomás dejó su taza a un lado y la observó con detenimiento.
—Me alegra escuchar eso —dijo con sinceridad—. Porque yo tampoco quiero que te alejes.
Valeria sintió que su pecho se expandía con una calidez nueva, desconocida. Todo lo que había creído al principio, todo su plan de venganza y su resentimiento, se habían disipado como humo en el aire.
—¿Y ahora qué? —preguntó ella en un murmullo.
Tomás sonrió.
—Ahora, simplemente vemos qué pasa.
Valeria asintió, dejando que la idea se asentara en su interior. No tenía todas las respuestas, pero por primera vez, estaba dispuesta a descubrirlas junto a él.
Los días siguientes fueron un juego silencioso entre Valeria y Tomás. No habían hablado explícitamente de lo que había pasado en la cafetería, pero algo había cambiado. Se notaba en las miradas furtivas, en los pequeños roces accidentales, en la forma en que el ambiente entre ellos parecía cargado de algo nuevo.
Clara notó la diferencia casi de inmediato.
—Val, ¿qué está pasando? —preguntó una tarde mientras Valeria organizaba unos documentos.
—Nada —respondió ella demasiado rápido.
Clara cruzó los brazos y la miró con sospecha.
—Eso no fue un ‘nada’ creíble. Has cambiado. Antes hablabas de vengarte, ahora… ahora pareces una adolescente en pleno enamoramiento.
Valeria bufó.
—No exageres.
—¿Entonces por qué te sonrojas cada vez que digo su nombre? —insistió Clara, con una sonrisa divertida.
Valeria suspiró, sabiendo que no tenía escapatoria.
—Está bien. Admito que las cosas se han complicado. Pero no sé qué hacer, Clara. Esto se suponía que fuera una venganza, no… esto.
Clara rodó los ojos.
—Quizás sea momento de preguntarte qué es lo que realmente quieres.
Esa noche, Valeria se quedó despierta más de la cuenta, reflexionando sobre las palabras de Clara. ¿Qué quería realmente? ¿Podía simplemente dejar atrás su plan original y permitir que esto se convirtiera en algo más?
A la mañana siguiente, llegó a la oficina con una resolución a medias. No iba a huir de lo que sentía, pero tampoco se lanzaría sin pensar. Necesitaba entender qué significaba todo esto para Tomás.
Y como si el universo la retara, él apareció en su escritorio con su usual calma.
—Lucía, hoy tengo un compromiso en la tarde. Necesito que me acompañes.
Valeria arqueó una ceja.
—¿Trabajo o excusa para seguir jugando conmigo, Ferrer?
Tomás sonrió, pero en su mirada había algo más.
—Digamos que ambas cosas.
El ‘compromiso’ resultó ser un evento de gala en un museo, algo exclusivo y elegante, muy alejado de la rutina de la oficina. Valeria se sintió fuera de lugar con su vestido sencillo, pero Tomás, impecable como siempre, la tranquilizó con solo un gesto.
—No necesitas impresionar a nadie —dijo mientras le ofrecía su brazo—. Solo sé tú misma.
Valeria entrelazó su brazo con el de él, sintiendo un escalofrío recorrer su piel. Caminaron juntos hacia el interior del museo, donde las luces doradas y la música de fondo creaban una atmósfera de ensueño.
—¿Seguro que no es una excusa para una cita encubierta? —bromeó Valeria.
Tomás la miró de reojo, con esa sonrisa suya que parecía prometer problemas.
—Si fuera una cita, ya te habrías dado cuenta.
Valeria sintió su corazón saltarse un latido. Definitivamente, estaba en problemas.