Bajo Seudónimo

capitulo 8

El museo estaba lleno de personas influyentes, autores reconocidos y editores de renombre. Valeria trató de mantener la compostura, pero su mente no dejaba de girar en torno a la última frase de Tomás. "Si fuera una cita, ya te habrías dado cuenta." ¿Eso significaba que esto no lo era, o que él simplemente estaba esperando a que ella lo entendiera?

—Lucía, ven, quiero presentarte a alguien —dijo Tomás, guiándola con suavidad hacia un grupo de personas.

Ella se obligó a concentrarse en el presente y dejó que la conversación fluyera. Tomás era un anfitrión impecable, moviéndose entre las personas con confianza y naturalidad. Valeria, en cambio, sintió que estaba improvisando cada palabra que decía.

En un momento, mientras Tomás hablaba con un editor francés, Valeria se alejó a la mesa de cócteles, buscando un respiro. Observó su reflejo en una copa de vino y suspiró. ¿Cuándo había pasado de odiar a este hombre a sentirse atrapada en su órbita?

—Pensé que ya habías escapado —dijo Tomás de pronto, apareciendo a su lado con dos copas en la mano.

Valeria sonrió con ironía.

—Casi. Pero no quería dejar mi misión a medias.

Tomás le ofreció una copa.

—¿Y cuál es esa misión exactamente?

Valeria tomó un sorbo y lo miró a los ojos.

—Descubrir qué demonios estás tramando, Ferrer.

Tomás sonrió de lado, como si le divirtiera el juego.

—No lo llamaría ‘trama’, Lucía. Digamos que simplemente me gusta ver cómo reaccionas.

—¿Ah, sí? —Valeria alzó una ceja—. ¿Y qué has descubierto hasta ahora?

Tomás dio un paso más cerca, reduciendo el espacio entre ellos.

—Que te gusta fingir que tienes el control… cuando claramente lo estás perdiendo.

Valeria sintió que su piel se erizaba. Se obligó a rodar los ojos, como si su cuerpo no estuviera reaccionando ante él de una forma preocupante.

—Sigues siendo insufrible, Ferrer.

—Y tú sigues aquí, lo que significa que no soy tan terrible como dices —replicó él con una sonrisa triunfal.

Antes de que Valeria pudiera responder, una mujer se acercó a ellos con entusiasmo.

—Tomás, querido, qué sorpresa verte aquí. Y veo que vienes acompañado.

La mujer, elegante y con una presencia magnética, le dirigió una mirada curiosa a Valeria. Tomás, sin perder la compostura, hizo las presentaciones.

—Lucía, te presento a Mariana Estrada, una de las críticas literarias más importantes del país.

Valeria sintió un nudo en el estómago. Mariana Estrada. Había leído su trabajo, y si había alguien más despiadado que Tomás en el mundo de la crítica, era ella.

—Un placer —dijo Valeria, estrechando su mano con una sonrisa educada.

Mariana la estudió por un instante antes de sonreír con astucia.

—El placer es mío. Siempre es interesante conocer a alguien que logra captar la atención de Tomás.

Valeria no supo qué responder. Pero cuando miró de reojo a Tomás, vio algo en su expresión que la desconcertó: él no estaba incómodo.

Parecía… expectante.

El comentario de Mariana quedó suspendido en el aire, como una bomba a punto de estallar. Valeria sintió el peso de su mirada inquisitiva y la expectación en la expresión de Tomás. No podía permitirse titubear.

—Bueno, supongo que la sorpresa es mutua —dijo Valeria con una sonrisa medida—. Siempre es un placer conocer a alguien con una visión tan… crítica del mundo literario.

Mariana rió con suavidad, como si disfrutara del desafío implícito en las palabras de Valeria.

—Me gusta tu estilo, Lucía. Y dime, ¿a qué te dedicas? —preguntó con la curiosidad de alguien que intuía un secreto bien guardado.

Tomás intervino antes de que Valeria pudiera responder.

—Lucía es una pieza clave en mi equipo. No sé qué haría sin ella.

Valeria lo miró de reojo, sorprendida por su tono sincero. Mariana, por su parte, entrecerró los ojos con interés.

—Eso es fascinante. No suelo ver a Tomás hablar así de nadie —dijo, con un tono que hacía evidente que había más detrás de sus palabras.

La conversación continuó, pero Valeria sintió que Mariana la estudiaba con una mezcla de curiosidad y sospecha. No era una mujer fácil de engañar. Y lo peor de todo es que Tomás parecía estar disfrutando de la situación.

Cuando finalmente lograron escapar de la conversación, Valeria lo tomó del brazo y lo llevó a un rincón apartado.

—¿Por qué dijiste eso? —susurró, con el ceño fruncido.

Tomás sonrió con diversión.

—¿Decir qué?

—Que soy ‘una pieza clave en tu equipo’. Sonaste como si realmente lo pensaras.

Tomás la miró con calma.

—Porque lo pienso.

El corazón de Valeria se tambaleó ante la simplicidad de su respuesta. Intentó encontrar algo en su rostro que le indicara que solo estaba jugando con ella, pero no lo halló.

—Tomás…

—Lucía, ¿por qué sigues buscando un motivo oculto en todo lo que digo? —Su voz era tranquila, pero firme—. ¿Es tan difícil creer que te valoro?

Valeria abrió la boca para responder, pero en ese momento, Mariana volvió a aparecer con dos copas de vino en la mano.

—Espero que no interrumpa nada importante —dijo con una sonrisa astuta.

Valeria tomó la copa que Mariana le ofrecía, intentando recomponerse.

—En absoluto. Solo discutíamos estrategias de trabajo —respondió, con su mejor expresión de profesionalismo.

Mariana asintió lentamente, pero su mirada seguía fija en ella.

—Curioso. Porque desde aquí parecía otra cosa.

Valeria sintió que su rostro se calentaba. Tomás, en cambio, se mantuvo imperturbable.

—Mariana, sabes mejor que nadie que las apariencias engañan —dijo él, con una sonrisa ligera.

Mariana bebió un sorbo de su copa antes de responder.

—Oh, claro que lo sé. Pero también sé que a veces, lo que parece ser un simple juego se convierte en algo más real de lo esperado.

Valeria sintió un escalofrío recorrer su espalda. Mariana Estrada no solo era una crítica afilada en la literatura; también lo era en la vida. Y ahora, Valeria tenía la sensación de que esta mujer estaba a punto de descubrir su mayor secreto.




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