Bajo Seudónimo

capitulo 9

Valeria sintió el peso de la mirada inquisitiva de Mariana como si pudiera ver a través de ella. Su corazón latía con fuerza, pero no podía permitirse perder la compostura. Si algo había aprendido en los últimos meses era que, en este juego con Tomás, mantener la calma era esencial.

—Bueno, a veces lo que parece un simple juego sigue siendo solo eso —respondió con una sonrisa contenida, tomando un sorbo de su copa.

Mariana entrecerró los ojos, como si analizara cada una de sus palabras.

—Tal vez. O tal vez hay historias que se escriben solas, sin que sus protagonistas lo noten —dijo con una sonrisa astuta.

Tomás, que hasta entonces había permanecido en silencio, dejó su copa sobre la mesa con un leve tintineo.

—Mariana, ¿siempre eres tan perspicaz o solo cuando te divierte ver a los demás retorcerse? —preguntó con diversión en su tono.

—Oh, querido, siempre. Pero no te preocupes, sé cuándo detenerme. Por ahora —respondió ella, guiñándole un ojo a Valeria antes de alejarse con gracia.

Valeria soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo y se giró hacia Tomás.

—Tu amiga es… intensa.

Tomás sonrió con cierta diversión.

—Mariana no tiene filtros. Y cuando algo le intriga, no para hasta descubrirlo.

Valeria sintió un escalofrío. No necesitaba que nadie más sospechara de ella, mucho menos alguien con la capacidad de hurgar en los secretos mejor guardados.

—Espero que no le des demasiadas razones para seguir indagando —murmuró, apurando el último sorbo de su copa.

Tomás la observó en silencio un momento antes de responder.

—Eso depende de ti, Lucía. ¿Acaso hay algo que ocultar?

El tono de su voz, ligero pero con una clara insinuación, la desarmó. Valeria lo miró, tratando de descifrar qué tanto había descubierto ya. Pero antes de que pudiera responder, otro grupo de invitados se acercó a ellos, interrumpiendo la conversación.

La noche transcurrió entre conversaciones triviales y sonrisas forzadas. Valeria intentó mantener la distancia con Tomás, pero no era fácil cuando él parecía tener una habilidad innata para permanecer siempre cerca, como si su presencia fuera un imán imposible de ignorar.

Finalmente, cuando el evento llegó a su fin, Valeria salió del museo con un suspiro de alivio. Pero antes de que pudiera marcharse, Tomás apareció a su lado.

—Déjame llevarte a casa.

Valeria negó con la cabeza, tratando de reírse para restarle importancia.

—No hace falta, puedo tomar un taxi.

Tomás no pareció convencido.

—No es una molestia, Lucía. Además, creo que tenemos una conversación pendiente.

Valeria sintió su corazón latir con fuerza. Sabía que no podía evitarlo para siempre. Asintió con cautela y lo siguió hasta su auto.

El camino transcurrió en un silencio cargado de palabras no dichas. Valeria observaba por la ventanilla, consciente de cada segundo que pasaba. Finalmente, Tomás rompió el silencio.

—¿Me dirás la verdad algún día?

Valeria giró el rostro lentamente para mirarlo.

—¿Sobre qué?

Tomás sonrió con ironía.

—Sabes exactamente de qué hablo.

El auto se detuvo frente a su edificio, pero ninguno de los dos hizo el menor movimiento por salir. Valeria sentía que estaba al borde de una cuerda floja, y un solo paso en falso podría hacer que todo su mundo colapsara.

—Tomás… —susurró, sin saber qué decir.

Él la observó con paciencia, pero en su mirada había una advertencia clara: no podría evadir esto por mucho más tiempo.

Y Valeria supo que su secreto estaba a punto de derrumbarse.

El aire dentro del auto se volvió denso, como si el peso de las palabras no dichas ocupara cada rincón. Valeria apartó la mirada, incapaz de sostener la intensidad en los ojos de Tomás.

—No sé qué esperas que te diga —murmuró, sintiendo su propia voz traicionarla.

Tomás suspiró y apoyó un brazo en el volante, mirándola con una paciencia que le resultaba inquietante.

—Espero que me digas la verdad. No puedo seguir fingiendo que no noto cuando algo no encaja. Desde el primer día, Lucía… o como sea que realmente te llames.

El corazón de Valeria se detuvo por un segundo. Un frío la recorrió de pies a cabeza. No, no podía ser. ¿Él ya lo sabía?

—¿Qué… qué quieres decir? —intentó fingir ignorancia, pero su voz tembló lo suficiente para delatarla.

Tomás la miró con una mezcla de determinación y algo más que no supo identificar.

—Creo que ya sabes exactamente lo que quiero decir.

Valeria sintió que todo su cuerpo se tensaba. Había pensado en mil maneras de manejar esta situación, pero ninguna la preparó para enfrentarse a Tomás así, con la verdad a punto de caer sobre ella como una tormenta inminente.

Él no apartó la mirada. No parpadeó. Solo esperó.

—No sé qué decirte —susurró finalmente, su voz más frágil de lo que quería admitir.

Tomás inclinó la cabeza, evaluándola.

—Podrías empezar por tu verdadero nombre.

El golpe fue directo. No había espacio para huir, ni excusas que inventar. La sensación de vértigo era abrumadora. Valeria cerró los ojos por un segundo y exhaló lentamente.

—Valeria —dijo en un susurro, sintiendo que al pronunciarlo, algo dentro de ella se rompía.

Tomás no reaccionó de inmediato. Solo asintió, como si ya hubiera esperado esa respuesta.

—Valeria —repitió, probando el nombre en sus labios—. Mucho mejor.

El silencio se alargó entre ellos, cada segundo cargado de preguntas sin responder. Valeria se removió en su asiento, sintiendo su pecho apretado.

—¿Cuánto tiempo lo has sabido? —preguntó, incapaz de contener su curiosidad.

Tomás apoyó la espalda en el asiento y giró levemente el rostro hacia ella.

—Desde hace un tiempo. Pero quería que fueras tú quien me lo dijera.

Valeria apretó los labios. Todo este tiempo había creído que tenía ventaja, que manejaba la situación, y ahora se daba cuenta de que Tomás había estado un paso adelante.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.