Bajo Seudónimo

capitulo 10

El corazón de Valeria latía con fuerza mientras procesaba las palabras de Tomás. ¿Qué historia quería contarle? La verdad completa, con cada detalle de su engaño, o una versión más suave, una en la que no quedara completamente expuesta.

—¿Por qué me dejaste seguir con esto? —preguntó, su voz apenas un murmullo.

Tomás la observó con detenimiento antes de responder.

—Porque quería entenderte, Valeria. Quería saber por qué alguien como tú decidió entrar en mi vida bajo una identidad falsa. Y porque, a pesar de todo, me interesas.

Las últimas palabras la golpearon con fuerza. No era un reproche, no era una acusación. Era una confesión.

Valeria sintió que el aire en el auto se hacía más pesado. Había pasado meses convencida de que Tomás era su enemigo, el hombre al que debía ridiculizar y hacer pagar por su crítica despiadada. Pero ahora, con su mirada fija en ella, sintió que todo su plan se había desmoronado mucho antes de lo que estaba dispuesta a admitir.

—No era personal —dijo finalmente, sintiendo lo vacías que sonaban sus propias palabras.

Tomás ladeó la cabeza, una sombra de incredulidad en su rostro.

—¿No? —preguntó con calma—. Porque a mí me parece que se volvió muy personal hace mucho tiempo.

Valeria apretó los labios, sintiendo que no tenía cómo refutarlo. Claro que se había vuelto personal. Lo había sido desde la primera vez que se sintió nerviosa al estar cerca de él, desde la primera vez que dudó de su propia misión.

El silencio entre ellos se volvió insoportable. Finalmente, Valeria decidió que no podía seguir huyendo. Inspiró hondo y lo miró a los ojos.

—Empezó como un impulso. Quería vengarme por lo que escribiste sobre mi libro, aunque no supieras que era mío. Pensé que sería divertido hacerte la vida imposible. Pero entonces…

Se detuvo, las palabras atascadas en su garganta. Tomás no la presionó, pero su expresión le indicaba que estaba esperando.

—Pero entonces, me di cuenta de que no eras lo que imaginé —terminó en voz baja.

Tomás esbozó una sonrisa leve, casi imperceptible.

—¿Y qué imaginaste?

Valeria suspiró, con una risa sin humor.

—Que eras cruel, arrogante, alguien que disfrutaba destruyendo a otros con sus palabras.

Tomás arqueó una ceja.

—¿Y ahora?

Valeria lo miró fijamente, con el corazón latiéndole desbocado.

—Ahora… no estoy tan segura de nada.

Tomás sostuvo su mirada por un largo momento. Luego, exhaló lentamente y giró las llaves en el encendido del auto.

—Bueno, al menos ya es un avance —dijo con una leve sonrisa.

Valeria frunció el ceño.

—¿Eso es todo? ¿No vas a pedirme explicaciones o echarme de tu vida?

Tomás soltó una risa baja.

—¿Y por qué haría eso? Admitiste la verdad, y eso dice más de ti que cualquier mentira que hayas contado antes. Además…

Hizo una pausa, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado.

—Tal vez todo este tiempo, sin que te dieras cuenta, fuiste más honesta conmigo que contigo misma.

Valeria sintió un nudo en la garganta. Porque, en el fondo, temía que Tomás tuviera razón.

El motor del auto rugió suavemente en la noche, pero el silencio entre ellos era más fuerte que cualquier sonido. Valeria no sabía si sentirse aliviada o aún más atrapada. Tomás no había reaccionado como esperaba. No la había confrontado ni acusado, y eso la inquietaba.

—¿Entonces… qué pasa ahora? —preguntó finalmente, mirando sus manos entrelazadas sobre su regazo.

Tomás giró el volante, maniobrando hacia la carretera.

—No lo sé. ¿Qué quieres que pase, Valeria?

El sonido de su verdadero nombre en su voz la hizo estremecer. Ya no era "Lucía", el nombre falso que había inventado para acercarse a él. Ahora, no había barreras.

—No tengo una respuesta para eso —admitió en voz baja.

Tomás esbozó una sonrisa de lado, sin apartar la vista del camino.

—Bueno, entonces tendremos que averiguarlo juntos.

Cuando llegaron al edificio de Valeria, el auto se detuvo suavemente frente a la acera. Ninguno de los dos hizo el menor movimiento por despedirse.

—¿Subes? —preguntó Valeria sin pensarlo demasiado, y al instante sintió el calor subiéndole por el cuello.

Tomás giró la cabeza y la observó, divertido.

—¿Eso es una invitación o un intento de complicar aún más todo esto?

Valeria soltó una risa nerviosa.

—Un poco de ambas.

Tomás la miró unos segundos más, luego apagó el motor y se inclinó ligeramente hacia ella.

—Si subo, Valeria, tienes que estar segura de lo que quieres.

El aire entre ellos se volvió espeso, cargado de algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar todavía. Valeria tragó saliva y asintió lentamente.

—Estoy segura de que quiero que entres. Lo demás… lo descubriremos después.

El ascensor subió en completo silencio. Valeria podía sentir la presencia de Tomás a su lado, la tensión en el aire. Su mente giraba a mil por hora, preguntándose en qué momento su plan de venganza se había transformado en algo tan diferente, en algo que la hacía sentir vulnerable y emocionada a la vez.

Cuando la puerta del apartamento se cerró tras ellos, Valeria se giró y lo miró con expectación.

—¿Quieres algo de beber? —preguntó, más para llenar el silencio que porque realmente esperara que aceptara.

Tomás negó con la cabeza, avanzando lentamente hacia ella.

—Quiero que me digas la verdad, Valeria. No sólo sobre esto, sino sobre todo. Quiero entender qué sentiste realmente en todo este tiempo.

Valeria bajó la mirada, jugando con sus dedos.

—Sentí… confusión. Miedo. Pero también algo que no había sentido antes. Sentí que alguien, por primera vez, veía más allá de mi fachada.

Tomás asintió, como si eso confirmara algo que ya sospechaba.

—Entonces estamos en la misma página.

Valeria levantó la vista y vio algo en sus ojos que la hizo respirar hondo. Tomás no era solo el crítico implacable que había destruido su libro. Era el hombre que, sin darse cuenta, había cambiado su vida.




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