Valeria sintió su estómago hundirse. La revelación de Clara era como una sentencia inminente. Durante meses había logrado mantener su mentira bajo control, pero ahora todo estaba a punto de desmoronarse.
—¿Cómo lo supo? —preguntó en un susurro, apenas capaz de procesar la información.
Clara exhaló con impaciencia.
—No tengo todos los detalles. Solo sé que Mariana quiere verte. Y Valeria… ella no es de las que hacen preguntas sin respuestas. Si te ha descubierto, lo más probable es que ya tenga pruebas.
Valeria cerró los ojos y se frotó las sienes. Mariana Estrada era una de las críticas más influyentes del medio, y ahora, aparentemente, la dueña de su secreto.
—Tengo que hablar con Tomás antes de que se entere por otra persona —dijo con urgencia.
Clara la miró con incredulidad.
—¿Estás segura? Porque si le dices la verdad ahora, corres el riesgo de perderlo todo.
Valeria tragó saliva. Sabía que Clara tenía razón, pero lo que estaba en juego ya no era solo su reputación. Se trataba de Tomás.
Salió del café con el corazón martilleando contra su pecho. Cada paso que daba hacia la oficina la hacía sentir como si caminara hacia su propia ejecución. Cuando llegó, encontró a Tomás en su despacho, revisando documentos.
Él levantó la vista y sonrió al verla.
—¿Cómo te fue con Clara? —preguntó con naturalidad.
Valeria cerró la puerta tras de sí y respiró hondo. Era ahora o nunca.
—Tomás, hay algo que tengo que decirte. Algo importante.
La sonrisa en su rostro se desvaneció al notar su tono serio. Dejó los papeles a un lado y se inclinó ligeramente hacia adelante.
—Te escucho.
Las palabras se atascaron en su garganta. Durante meses había planeado esta mentira, construido una fachada, pero ahora que tenía la oportunidad de ser honesta, el miedo la paralizaba.
Tomás notó su indecisión y frunció el ceño.
—Valeria, dime lo que sea que tengas que decirme. Prefiero escucharlo de ti.
El uso de su verdadero nombre hizo que se le helara la sangre. Él ya lo sabía.
—¿Cómo…? —susurró, incapaz de completar la pregunta.
Tomás exhaló y se apoyó en el respaldo de su silla.
—Mariana me llamó esta mañana —admitió—. Me dijo que Lucía Martínez no existe. Que eres Valeria Suárez, la autora del libro que critiqué hace meses.
El mundo pareció tambalearse bajo los pies de Valeria. Todo se había derrumbado antes de que pudiera hacer algo al respecto.
—Tomás, yo…
Él levantó una mano, deteniéndola.
—Antes de que digas algo, quiero que me respondas una sola pregunta con sinceridad. ¿Alguna vez esto fue real para ti? ¿O todo fue parte de tu plan?
Valeria sintió que se le formaba un nudo en la garganta. La única respuesta que importaba era la verdad.
Y por primera vez en su vida, no sabía cómo decirla.
El aire entre ellos era denso, cargado de emociones contenidas. Valeria abrió la boca para responder, pero ninguna palabra le pareció suficiente. Tomás la observaba con una mezcla de decepción y expectativa, como si aún tuviera una mínima esperanza de que todo lo que habían construido no hubiera sido una mentira.
—Sí —susurró finalmente, con la voz quebrada—. Al principio fue un plan. Pero luego… luego todo cambió.
Tomás no apartó la mirada, pero algo en su expresión se endureció.
—¿Cuándo cambió, Valeria? —preguntó con un tono de calma peligrosa—. ¿Antes o después de que empezaras a jugar conmigo?
Las palabras la golpearon como un puñetazo. Ella sabía que él tenía derecho a estar herido, pero aún así, la verdad no era tan sencilla.
—No jugaba contigo, Tomás. Me engañé a mí misma pensando que esto solo era un juego, pero lo que sentí por ti fue real. Es real.
Tomás dejó escapar un suspiro pesado, pasándose una mano por el cabello. Se levantó de su asiento y caminó hacia la ventana, dándole la espalda.
El silencio se prolongó demasiado. Valeria sentía que cada segundo que pasaba se alejaba más de él. Finalmente, Tomás se giró hacia ella, con una expresión imposible de descifrar.
—¿Y qué esperas que haga con esta información? —preguntó con voz cansada—. ¿Que simplemente olvide todo y sigamos como si nada?
Valeria negó con la cabeza, sintiendo sus ojos arder.
—No espero nada, solo quería que supieras la verdad.
Tomás soltó una risa amarga.
—¿La verdad? La verdad llegó demasiado tarde, Valeria.
Sus palabras fueron un golpe directo. Ella sintió cómo el dolor se extendía por su pecho. Sabía que pedirle que la perdonara en ese momento era inútil. Pero tampoco podía irse sin intentar arreglarlo.
—Dime qué puedo hacer —suplicó en un susurro—. No quiero perderte.
Tomás la observó por un momento, y en sus ojos vio la batalla interna que libraba. Luego, respiró hondo y sacudió la cabeza.
—Necesito tiempo.
Tiempo. Esa palabra lo cambió todo. No significaba que la odiara. No significaba que no hubiera esperanza. Pero tampoco era un perdón.
Valeria asintió, aunque su corazón se rompía en pedazos.
—Lo entiendo —dijo con voz temblorosa—. Tómate el tiempo que necesites.
Tomás asintió lentamente, pero no dijo nada más. Y cuando Valeria salió de su oficina, supo que ese podría ser el final de todo lo que habían construido.
Pero también supo que haría lo que fuera necesario para demostrarle que lo que sentía por él nunca fue una mentira.