Bajo Seudónimo

capitulo 13

Valeria salió de la oficina con el pecho oprimido y la sensación de haber perdido algo irremplazable. Cada paso que daba la alejaba más de Tomás, pero no de lo que sentía por él. Sabía que darle tiempo era lo correcto, pero la incertidumbre la estaba destrozando.

Esa noche, se dejó caer en el sofá de su apartamento con un suspiro pesado. Su teléfono vibró en la mesa de café. Por un segundo, su corazón se aceleró con la esperanza de que fuera Tomás. Pero no. Era Clara.

Clara: "¿Cómo salió todo? ¿Sigue vivo o lo mataste con la verdad?"

Valeria cerró los ojos y apoyó la cabeza en sus manos antes de responder.

Valeria: "Sigue vivo. Pero no sé si nosotros también."

Clara: "Dale tiempo. Si realmente siente algo por ti, volverá."

Valeria quería creerlo. Pero el miedo de que Tomás decidiera que era demasiado tarde la carcomía.

Los días pasaron lentamente, cada uno más difícil que el anterior. Tomás no la llamó, no le escribió, y en la oficina todo se reducía a saludos cortos y miradas esquivas. Valeria trató de mantenerse ocupada, pero cada vez que lo veía, sentía el peso de la distancia entre ellos.

Una tarde, Clara la arrastró a un café para sacarla de su miseria.

—Necesitas distraerte —declaró, colocando dos capuchinos sobre la mesa.

—No quiero distraerme, quiero arreglar esto —respondió Valeria con frustración.

Clara suspiró y apoyó la barbilla en una mano.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Seguir esperando?

Valeria se encogió de hombros.

—No puedo obligarlo a hablar conmigo si no está listo.

Clara tomó un sorbo de su café antes de responder.

—Tal vez no. Pero eso no significa que tengas que quedarte de brazos cruzados.

Esa noche, Valeria se quedó pensando en las palabras de Clara. Tal vez no podía forzar a Tomás a volver, pero sí podía demostrarle que lo que sentía era real. Sin embargo, necesitaba hacerlo a su manera, sin presionarlo.

Después de muchas vueltas en la cama, finalmente tomó una decisión. Se levantó, encendió su computadora y comenzó a escribir.

El papel en blanco dejó de ser un enemigo y se convirtió en su aliado. Valeria escribió sobre todo lo que sentía, sobre cómo había comenzado esto como un plan absurdo y terminó siendo la historia más importante de su vida. Sin filtros, sin mentiras. Solo la verdad.

Cuando terminó, leyó cada palabra con el corazón acelerado. Era una carta, pero no cualquier carta. Era la confesión más honesta que jamás había hecho.

Con un nudo en el estómago, la imprimió, la dobló cuidadosamente y la colocó en un sobre con el nombre de Tomás escrito a mano.

A la mañana siguiente, se dirigió a la oficina con la carta en su bolso. No estaba segura de cómo entregársela, si debía dejarla en su escritorio o buscarlo y dársela en persona. Pero su dilema se resolvió cuando lo vio en el pasillo.

Tomás se detuvo al verla, su expresión neutral, pero sus ojos reflejaban la misma tensión que ella sentía.

Valeria respiró hondo y dio un paso al frente, sacando el sobre.

—Es para ti —dijo, ofreciéndoselo.

Tomás lo tomó con cautela, su mirada fija en ella.

—¿Qué es esto?

—La verdad —respondió Valeria con un leve temblor en la voz—. Tómate el tiempo que necesites para leerlo. Solo quería que lo tuvieras.

Tomás sostuvo el sobre entre sus dedos por un momento antes de asentir lentamente.

—Gracias.

Era solo una palabra, pero a Valeria le pareció suficiente. Porque significaba que aún había una posibilidad.

Valeria pasó el resto del día con el estómago revuelto, incapaz de concentrarse en otra cosa que no fuera la carta que ahora estaba en manos de Tomás. Cada vez que alguien pasaba cerca de su escritorio, su corazón se aceleraba con la posibilidad de que fuera él, de que tuviera una respuesta. Pero las horas pasaron y nada ocurrió.

Al final del día, recogió sus cosas con una mezcla de esperanza y miedo. Tal vez Tomás necesitaba más tiempo. Tal vez ya la había leído y simplemente no sabía qué decir. O peor aún, tal vez no pensaba responder en absoluto.

Esa noche, mientras intentaba dormir, su teléfono vibró en la mesita de noche. Se incorporó de inmediato y lo tomó con manos temblorosas.

Era un mensaje de Tomás.

Tomás: "Leí tu carta. ¿Podemos hablar mañana?"

El alivio y el nerviosismo la golpearon al mismo tiempo. Había leído la carta. Y quería hablar. Eso era algo. Eso significaba que aún había una oportunidad.

Valeria: "Sí. Dime dónde y cuándo."

La respuesta llegó casi de inmediato.

Tomás: "En la cafetería de siempre. 8 a. m."

Valeria soltó el aire que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo. Solo quedaba esperar.

A la mañana siguiente, Valeria llegó a la cafetería quince minutos antes. Se sentó en una mesa apartada, con las manos entrelazadas sobre su regazo, intentando calmarse. Tomás llegó puntual, con su porte serio de siempre, pero con algo en su expresión que le resultó imposible de descifrar.

Se sentó frente a ella y dejó la carta doblada sobre la mesa. Valeria sintió un nudo en la garganta.

—No sé por dónde empezar —dijo él finalmente.

—Empieza con lo que sientes —sugirió ella en voz baja.

Tomás exhaló con un leve asentimiento.

—No voy a mentirte, Valeria. Me dolió descubrir la verdad de esa manera. Pero más que eso… me dolió darme cuenta de que lo que sentía por ti no era una mentira.

El corazón de Valeria latió con fuerza.

—Tomás, yo nunca quise lastimarte. Al principio, sí, todo era parte de un plan. Pero te juro que lo que siento es real.

Él la miró por un momento antes de hablar.

—¿Y ahora qué hacemos con eso?

La pregunta quedó suspendida en el aire. Valeria quería responder con certeza, con seguridad, pero la verdad era que tampoco lo sabía.

—No sé, Tomás. Pero quiero averiguarlo. Contigo.

Tomás deslizó la carta hacia ella y apoyó las manos sobre la mesa.




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