El aroma del café recién hecho se mezclaba con el murmullo suave de la cafetería. Tomás revolvía su taza con calma, como si procesar cada palabra fuera un acto que requería precisión quirúrgica. Valeria lo observaba, tratando de no impacientarse, permitiendo que el silencio entre ellos tuviera su propio significado.
Finalmente, él dejó la cucharilla sobre el platillo y la miró directamente a los ojos.
—Me cuesta entender cómo llegamos hasta aquí —admitió, con un tono en el que se mezclaban el cansancio y la sinceridad—. Pero tampoco puedo negar que, a pesar de todo, lo hicimos.
Valeria sonrió con un dejo de tristeza.
—Yo tampoco lo entiendo del todo. Al principio, todo era parte de un plan, una especie de revancha tonta. Pero luego… —hizo una pausa, buscando las palabras exactas—. Luego dejé de actuar. Dejé de fingir. Y eso me aterrorizó.
Tomás asintió lentamente, como si sus palabras coincidieran con algo que él mismo había sentido.
—Yo también me di cuenta de eso —dijo—. Y no voy a mentirte, Valeria. Estoy dolido. La confianza no es algo que se reconstruya de un día para otro.
Ella asintió, sintiendo una punzada en el pecho. Era lo que temía, pero también lo que esperaba.
—No quiero apresurarte. No quiero que sientas que tienes que decidir ahora —susurró—. Solo quiero que sepas que lo que siento por ti es real.
Tomás dejó escapar un leve suspiro y pasó una mano por su cabello, pensativo. Finalmente, se inclinó ligeramente hacia adelante.
—Si vamos a intentarlo, si vamos a ver a dónde nos lleva esto… no quiero más mentiras. No quiero medias verdades, no quiero dudas escondidas detrás de sonrisas. Quiero conocerte de verdad, Valeria. Quiero saber quién eres sin máscaras.
El compromiso en su voz la dejó sin aire. Valeria sintió que, después de todo, todavía había un camino que podían recorrer juntos, aunque estuviera lleno de incertidumbre.
—De acuerdo —dijo finalmente—. Te prometo que no habrá más mentiras.
Tomás le sostuvo la mirada por un largo momento, como si evaluara la honestidad en sus palabras. Luego, con un gesto casi imperceptible, asintió.
—Bien. Entonces dime algo que nunca le hayas dicho a nadie.
Valeria parpadeó, sorprendida por la petición.
—¿Algo que nunca haya dicho?
—Sí —confirmó Tomás—. Algo que sea solo tuyo, algo que no forme parte de ninguna historia inventada.
Valeria se mordió el labio inferior, pensativa. Había pasado tanto tiempo construyendo personajes, versiones de sí misma que encajaran en diferentes situaciones, que encontrar algo genuino le costó más de lo que esperaba. Finalmente, tomó aire y dijo:
—Siempre he tenido miedo de no ser suficiente. No solo como escritora, sino como persona. Miedo de que, incluso si doy lo mejor de mí, nunca sea lo que los demás esperan que sea.
Tomás no dijo nada de inmediato. Simplemente la miró, como si estuviera viendo algo nuevo en ella.
—¿Y si lo que los demás esperan no es lo que importa? —preguntó con suavidad.
Valeria sonrió, sintiendo que esa pregunta se quedaría con ella mucho después de que la conversación terminara.
El café se fue enfriando, pero la calidez entre ellos se mantuvo intacta. Había sido un primer paso, pequeño pero firme. Uno que marcaba la diferencia entre lo que habían sido y lo que podían llegar a ser.
Cuando finalmente salieron de la cafetería, el sol brillaba con intensidad, como si el universo quisiera darles una señal de nuevos comienzos.
—¿Nos vemos mañana? —preguntó Tomás, con una expresión que mezclaba cautela y esperanza.
Valeria sonrió, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, la respuesta era sencilla.
—Sí. Nos vemos mañana.
El camino de regreso a casa estuvo envuelto en una sensación de ligereza que Valeria no había sentido en mucho tiempo. Sus pasos eran más suaves, menos apresurados, como si finalmente hubiera soltado un peso que llevaba cargando por demasiado tiempo. Había hablado con Tomás sin máscaras, sin estrategias, y él, en lugar de cerrarle la puerta, le había dejado una rendija abierta.
Cuando llegó a su apartamento, encendió su computadora y abrió un nuevo documento en blanco. Durante meses había escrito historias sobre otros, sobre personajes ficticios que enfrentaban situaciones complicadas. Ahora, por primera vez, sentía la necesidad de escribir sobre sí misma. Sus pensamientos fluyeron sin esfuerzo, cada palabra una pequeña confesión que la acercaba un poco más a lo que realmente sentía.
Al día siguiente, Valeria se levantó con el sonido de su teléfono vibrando en la mesita de noche. Miró la pantalla con los ojos entrecerrados y su corazón dio un vuelco al ver el nombre de Tomás.
Tomás: "Buenos días. ¿Te gustaría desayunar juntos antes de entrar a la oficina?"
Por un momento, la inseguridad quiso asomarse, pero la ahogó antes de que pudiera echar raíces. Habían prometido sinceridad, y ella quería honrar esa promesa.
Valeria: "Me encantaría. Nos vemos en la cafetería en media hora."
Se vistió con más cuidado del habitual, eligiendo algo que la hiciera sentir cómoda, pero también segura de sí misma. Cuando llegó a la cafetería, Tomás ya estaba allí, con dos tazas de café en la mesa y una media sonrisa que la hizo estremecer.
—No sabía cómo tomas el café en la mañana, así que pedí dos opciones —dijo él, señalando las tazas—. Una con azúcar, otra sin.
Valeria rió, sorprendida por el gesto.
—Depende del día —admitió—. Hoy creo que necesito azúcar.
El desayuno transcurrió con una fluidez natural, sin la tensión que había caracterizado sus encuentros recientes. Hablaban de cosas triviales, de libros que habían leído, de lugares que querían visitar. Parecía como si estuvieran conociéndose desde cero, pero con la ventaja de un pasado compartido, aunque complicado.
—Tengo una idea —dijo Tomás de pronto, apoyando los codos sobre la mesa.
Valeria arqueó una ceja, curiosa.