Bajo Seudónimo

capitulo 15

Tomás la observó con una chispa de diversión en los ojos, como si ya tuviera un plan perfectamente calculado. Valeria, por su parte, sintió un cosquilleo de anticipación. No recordaba la última vez que se dejó llevar por una idea sin cuestionarlo demasiado.

—Muy bien, Ferrer —dijo ella, cruzando los brazos sobre la mesa—. ¿Cuál es tu brillante idea?

Tomás apoyó un codo en la mesa y se inclinó un poco hacia ella, con una sonrisa ladeada.

—Vamos a escribir algo juntos.

Valeria parpadeó, sorprendida.

—¿Escribir? Creí que íbamos a hacer algo fuera de nuestra zona de confort.

Tomás rió suavemente.

—Lo es. Pero no como crees. No será una reseña ni una novela. Solo palabras sueltas, un ejercicio. Yo escribo una línea, tú escribes otra, y veremos qué historia nace de ahí. Sin críticas, sin análisis. Solo palabras.

Valeria lo miró con una mezcla de escepticismo y curiosidad. Había pasado tanto tiempo escribiendo bajo reglas estrictas, cumpliendo plazos, ocultando su identidad, que la idea de escribir sin expectativas la descolocaba un poco.

—¿Y si el resultado es un desastre? —preguntó, levantando una ceja.

Tomás se encogió de hombros.

—Entonces será un desastre que habremos creado juntos. Lo importante es disfrutarlo.

Valeria mordió su labio inferior, sopesando la idea. Finalmente, tomó una servilleta y sacó un bolígrafo de su bolso.

—De acuerdo. Tú empiezas.

Tomás sonrió y escribió la primera línea: Era una noche en la que todo podía pasar, y aún así, nadie esperaba que ocurriera lo imposible. Luego deslizó la servilleta hacia Valeria.

Ella leyó la frase y sintió un calor agradable expandirse en su pecho. Algo en ese juego improvisado despertaba una emoción genuina en ella.

—Bien jugado, Ferrer —murmuró, y luego escribió su línea debajo: Cuando la puerta se abrió, todos contuvieron el aliento.

Así pasaron la siguiente hora, intercambiando frases, riendo ante las ocurrencias del otro y perdiéndose en una historia que no tenía destino fijo. No importaba la coherencia, no importaba si era una gran historia. Era su historia, escrita en un trozo de papel, entre tazas de café y miradas que decían más de lo que las palabras podían expresar.

Cuando la servilleta estuvo llena de letras, Valeria la sostuvo entre sus dedos y la leyó en silencio.

—Es un desastre —dijo finalmente, pero con una sonrisa amplia—. Y me encanta.

Tomás la observó, satisfecho.

—Te dije que no importaba el resultado. Importaba el momento.

Valeria dobló la servilleta con cuidado y la guardó en su bolso.

—Entonces, Ferrer, creo que acabamos de crear nuestra primera obra juntos.

Él asintió lentamente, con los ojos brillando de algo más que simple diversión.

—Sí, pero no la última.

El papel con su historia improvisada descansaba en el interior del bolso de Valeria, como un secreto compartido que solo ellos dos entendían. Mientras caminaban juntos hacia la oficina, una sensación extraña la invadió: por primera vez en mucho tiempo, escribir no había sido una carga, ni una responsabilidad, sino algo liviano, divertido, casi mágico.

Tomás caminaba a su lado con las manos en los bolsillos, su expresión relajada pero reflexiva.

—Sabes —dijo de repente—, este experimento me hizo pensar en algo.

Valeria arqueó una ceja.

—¿En qué exactamente?

Tomás giró la cabeza para mirarla, su sonrisa era apenas una sombra en sus labios.

—En que las mejores historias no se escriben con un plan meticuloso, sino con la valentía de dejarse llevar.

Las palabras la impactaron más de lo que esperaba. Durante años, Valeria había vivido siguiendo guiones, asegurándose de controlar cada palabra, cada movimiento, cada decisión. Pero con Tomás, todo había sido diferente. Un caos hermoso e inesperado.

—¿Estás diciendo que deberíamos improvisar más seguido? —preguntó con una sonrisa juguetona.

Tomás inclinó la cabeza levemente, como si estuviera considerándolo.

—Estoy diciendo que, tal vez, improvisar nos ha llevado a algo mucho mejor de lo que esperábamos.

Valeria sintió el calor subirle por el cuello. Había algo en la forma en que Tomás la miraba, en la manera en que su voz se suavizaba cuando hablaba con ella, que la hacía preguntarse hasta dónde podía llevarlos todo esto.

Pero antes de que pudiera responder, llegaron a la editorial.

—Parece que la magia se detiene aquí —dijo ella, con una mueca de resignación.

Tomás la miró con esa media sonrisa suya, llena de significados ocultos.

—No necesariamente. Tal vez solo esté empezando.




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